Que si el plan era esperar a que la cabina de Amber y Luca se abriese para continuar nuestro paseo por la feria juntos, a Gianni le importa un comino. En cuanto pisamos tierra, le echa un vistazo al reloj que le cubre la muñeca, me coge de la mano y tira de mí adentrándose en la multitud.
—Dejémoslos disfrutar un rato a solas —me dice por encima del alboroto.
—Voy a avisar a Amber.
Saco el móvil del bolso, pero interpone la mano entre mis dedos y la pantalla.
—No hará falta, este plan lo ha urdido ella.
Trago saliva. Tengo la boca seca. Pienso en Ellie. En Amber con Luca. En que no soy capaz de posicionarme del lado de ninguna de las dos. Sin embargo, me duele imaginar que la pequeña adicta al trabajo esté en la habitación del hotel hecha un ovillo, sabiendo que a partir de esta noche puede que tenga que acostumbrarse a verlos juntos o a guardar el secreto de que mantienen una relación porque, de salir a la luz, uno de los dos estaría despedido. Llegamos a un claro en medio de la feria.
—Queda media hora para los fuegos artificiales —expone Gianni, pero estoy absorta en un hombre de pantalones marrones y una camiseta de lino que hace bailar un dragón luminoso de papel en el aire ayudándose de unos palitos—. ¿Te gusta lo dulce?
—¿Cómo dices?
—Hay un puesto de algodón de azúcar ahí, ¿quieres uno?
—¿Lo quieres tú? —pregunto, confundida por el jolgorio que nos rodea.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —inquiere apartándome el pelo de la mejilla con delicadeza. Veo el reflejo de los farolillos en sus pupilas dilatadas—. Estás helada.
—Solo tengo un poco de frío —musito.
—Ven aquí.
Me acerca a él pasándome el brazo por los hombros y me mira frunciendo el ceño como si tuviese duendes en la cara cuando no reacciono. Lo único que sé que tengo es el corazón tan absurdamente alterado que me cuesta hablar sin atragantarme.
—¿Te molesta?
—No, para nada.
Le rodeo la cintura, tensa como un palo, y nuestros cuerpos se acoplan a la perfección de camino al puestecito de algodones de azúcar. Él disimula una risa traviesa. Estoy segura de que nota lo cohibida que estoy. ¿Qué demonios me pasa? ¡Ya hemos hecho de todo! ¿Por qué diablos me pone tan nerviosa caminar con él por una feria de Valencia? Quizá sea por eso mismo. Porque aquí el motor de nuestro tiempo juntos, a solas, no es el deseo sexual.
Me invita a elegir el algodón que más me guste: uno rosa con estrellitas amarillas. Le paga a la chica y vamos arrancando pedazos azucarados mientras paseamos cerca de un espectáculo de danza de fuego que concluye en estrepitosos aplausos y silbidos. El sabor endulzado en mis labios me hace cuestionarme a qué sabrán los suyos, pero jamás podré saberlo porque nos zampamos la enorme nube antes incluso de que sea consciente de las inmensas ganas que tengo de besarlo.
Giramos a la izquierda y me guía hasta una caseta que tiene hileras de botellas en el suelo y aros colgando de las paredes. Hay una pareja delante de nosotros, así que esperamos nuestro turno. Abrazados. Como una pareja. Las entrañas me rugen furiosas.
Sí, lo sé. Nada de esto debería estar pasando. Procuro distraerme pensando en el imbécil afortunado del triángulo amoroso.
—¿Crees que a Luca puede gustarle Amber?
—A Luca podría gustarle cualquier chica de la que sepa que no puede enamorarse.
—Dudo que sepa qué es el amor.
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©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)
RomansaEl presente de Anna está marcado por dos sucesos del pasado que la sentenciaron de por vida: el momento en que su padre sufrió un ictus y ella decidió abandonar su pasión por la pintura para trabajar, cuidar de sus padres y mantener a raya las deuda...