66. La vida no espera a nadie

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Tengo tanto frío.

Frío, soledad, lejanía.

Tres palabras que me hacen sentir igual de triste.

¿No pasaba todo por algo?

¿Por qué estoy volando en un cielo oscuro entonces?

Me equivoqué. No estaba preparada para esto.

Una nube de calor se instala en mis manos.

Me arde, me arde.

¿Es la gasolina con la que pinto?

Extraño pintar.

¿Me están arrancando los brazos?

Quiero gritar, pero es tarde para hacerlo.

También me han arrancado la voz.


Alguien lo hace por mí. No, varias personas. Este cielo da vueltas como mi cabeza. El tiempo se expande y se contrae, aunque no puedo verlo. No veo nada, no veo colores. Solo el negro. Este negro me asusta. Es el vacío.


La vida es caprichosa.

Siempre, sí. Siempre lo ha sido.

Esté o no escrito el destino, ¿tengo libre albedrío?

Siempre, sí. Siempre lo he tenido.

La muerte llega, no sé cuándo.

Lo único que sé es que puedo decidir qué caminos tomar.

Cómo haré que sea mi viaje.

Me duele el estómago.

Quiero vomitar.

Creo que me asfixio, pero en realidad estoy aprendiendo a respirar.


Varias voces desconocidas alrededor me asustan. ¿Qué dicen de subirme a mi habitación? ¿Acaso tengo habitación aquí? Tengo miedo y náuseas. La gravedad me aplasta contra una nube rígida y sin curvas. Una voz familiar me calienta el pecho. Los dedos. Me pongo triste. Porque el tiempo corre y esa mano se alejará si no despierto a tiempo.


Papá, mamá...

Que alguien los salve.

No puedo morir, no tienen a quien cuide de ellos.

Jamás existirán las decisiones equivocadas.

Quiero aprovechar cada segundo ahora que no me quedan más.


—Ya debería de haber despertado, caballero —logro oír al otro lado de este cielo oscuro—. No hay motivos clínicos para que siga inconsciente. No podemos hacer más que esperar.


Sí los hay.

¡Sí los hay! Tengo miedo. La vida es caprichosa. Tengo miedo de volver, de enfrentarme a todo aquello que me apaga el corazón.

Yo solo quería ser feliz.

Amar, pintar, abrazar.

He sido muy cobarde durante años.

¿Es tarde para arrepentirme?

¿Para pedir una segunda oportunidad?

No quiero morirme pensando que dejé de visitar tan a menudo a mis padres porque el miedo a perderlos me paralizaba.

No quiero morirme pensando que dejé de pintar.

No quiero morirme pensando que dejé de amar.

No quiero morirme pensando que dejé un «te quiero» guardado con llave.

Qué triste sería morir sin vivir.

Quién diría que el ogro tiene sus propios miedos. ¿Ogro? ¿Quién es? Puede que sea yo, nos parecemos.

Ojalá en mis planes futuros entrases tú, mi «te quiero». Ahora lo haces. Pero ojalá todo hubiese sido distinto desde el principio. Hace ya tiempo que había encerrado mi corazón en una cajita de cristal. Ni siquiera te molestaste en hacerla añicos para robarme el corazón. Fabricaste la llave a medida y le devolviste la vida arrancarlo de su lugar seguro. Así empezó a latir por ti. Desde su cajita de cristal intacta.

Y yo pensando en que me dejes destruirte para reconstruirnos juntos.

¿Nunca sabré qué significan todos esos tatuajes para ti? Un día me contaste que tienes la teoría de que todas las despedidas merecen la pena si la historia ha sido increíble. Mi respuesta le dio un giro de tuerca a tu prisma.

«Las historias increíbles no merecen un final».

Tengo tanto miedo de perderte...

Tengo la extraña sensación de que todo me sabe a fin. No puedo tener miedo toda la vida o la vida pasará antes de que pueda enfrentarme al miedo.

El tiempo gira. El mundo corre.

La vida no espera a nadie.

La vida no es para todos.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora