58. Confía en mí

500 79 8
                                    

Me recoloco la parte inferior de la blusa fruncida. La puerta emite un crujido al abrirse despacio. Gianni se asoma, me fulmina con la mirada. Sigue sin creérselo. La verdad es que yo también. Tiene el cabello ligeramente despeinado y las mangas del jersey marrón recogidas hasta los codos. Me tenso, me acelero. La tripa me da un vuelco. No sé cómo debería saludarlo después de la noche del viernes y del plantón de ayer por la mañana. ¿Un beso? Ni hablar. Me invita a entrar a su piso, paso de largo y se cruza de brazos con el hombro apoyado en el marco del recibidor mientras me quito los tacones.

—Te dejo una mañana sola y no solo te presentas a mi hermana como mi novia, sino que planificas un viaje a Italia con ella. Y conmigo incluido, claro.

—¿Soy tu novia? Primera noticia del día —le vacilo.

Él resopla, yo me río entre dientes cuando no me ve. Sirve un par de cafés para merendar y nos sentamos a la encimera, frente a frente. Hay muchas cosas de las que hablar. Y billetes de avión que mirar. A esa conclusión llegamos ayer por mensajes.

—Me contó que te pusiste a dar saltos de alegría por el viaje —comenta, incrédulo, examinando mi reacción.

De acuerdo, creo que Livia le ha contado la historia a su manera. Ver la expresión de Gianni ahora mismo no tiene precio. Reprimo la sonrisa.

—¿Crees que lo hice?

—Dudo que seas tan entusiasta como mi hermana.

—¿Entonces?

—No lo sé, Anna. Livia me dio una paliza psicológica ayer. Que si el viaje, que si mi madre, que si tú... —dice y se revuelve el cabello. Huelo su perfume. Me apetece besarlo. Alza la vista y asoma un ojo entre sus dedos—. ¿Por qué quieres venir?

No lo soporto más. Me pongo en pie y rodeo la encimera para acercarme a él. Gianni observa expectante mis movimientos. Separa sus piernas cuando me sitúo entre ellas para pegarme a su cuerpo y le acaricio la nuca subiendo hasta enredar los dedos en su cabello mientras le robo un beso superficial. Su respiración se altera enseguida. Me coge la cintura y abre mis labios introduciendo su lengua. Y se vuelve un beso húmedo e intenso, colmado de las mismas ganas arrolladoras que la última noche. Ganas por fundirnos, por memorizar este instante, por aprendernos a qué sabe el otro. Me aparto para respirar hondo. Gianni esboza una sonrisa que me derrite.

—Podrías haber empezado el día así —me susurra y me estrecha contra él.

—¿No te molesta?

—¿El qué?

—Que tu hermana me haya incluido en el plan.

—¿Quieres saber la verdad?

—La verdad absoluta —sonrío.

—Creo que estaría loco si no te propusiera que vinieras conmigo.

—¿Por qué quieres que vaya? —le pregunto perfilándole el rostro con la yema de mi dedo. Sus ojos claros me observan fijos.

—Porque, para empezar, yo no quiero ir. Y creo que el único aliciente de pasar varios días en Positano sería tenerte conmigo, prepararte tortitas por las mañanas o enseñarte mis raíces.

Trago saliva, estoy sin palabras. Un pellizco en el estómago. El corazón me va a explotar. Sé que lo nota, que se ha percatado de lo rápido y fuerte que me bombea, que está viendo cómo mi rostro se va tornando rojo, porque de pronto se le eleva una comisura en una media sonrisa traviesa.

—Qué romántico —logro pronunciar.

—¿Demasiado romántico para ti?

Qué demonios puedo decir para desviar el foco de atención y callarme que nunca es demasiado si viene de él. Me pierdo en su mirada etérea, atenta a lo que pueda esconder la mía. Ojalá no sintiese esto dentro de mí. No sé si trato de transmitírselo a Gianni o de convencerme a mí misma. Estoy en una frontera, pisando ambos terrenos, donde nada de lo que haga será correcto o me hará sentir bien.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora