Su semblante adopta una seriedad implacable y la línea entre el juego y la realidad comienza a difuminarse cuando rescata de uno de los cajones de la mesita de noche una especie de aro grueso de diseño minimalista con un minúsculo mando a distancia. Lo analizo con atención desde mi posición. Me frota la mejilla con el aparato, es muy suave, y pulsa una tecla en el mando para evidenciar que es un vibrador.
—¿Tienes juguetes sexuales? —pregunto, sorprendida.
Gianni alza las cejas. Lo posa en mi pecho derecho, quedando el pezón justo en el centro del aro. La vibración es leve, constante.
—¿Acaso son exclusivos de las mujeres?
—Por supuesto que no.
Aumenta el ritmo varios niveles y aprieto los labios porque, de repente, me sensibiliza el pezón y concentra el foco de la atención en esa zona. Sus labios se acercan a mi cuello trazando un camino de besos húmedos que suben de la clavícula a la oreja mientras me masajea el pecho izquierdo con la mano.
—Empecemos. Hay cosas que ya sé de ti, pero quiero que las digas en alto para que seas consciente de ello —me explica susurrándome flojito y asiento emitiendo un sonido con la garganta—. ¿Te gusta el control?
Su voz ronca al oído me eriza la piel.
—Me gusta.
—¿Cuánto?
El cosquilleo de su lengua recorriéndome el cuello me desconcentra.
—No lo sé.
Se detiene de sopetón, mi cuerpo pide más atención. Me remuevo, a lo que él me sujeta la barbilla entre sus dedos para que lo mire a los ojos. No sé qué hay en ellos que me atrapa de esta manera. Que enturbian mis pensamientos y anulan mi cordura.
—Quiero que seas explícita. Tu voz es la acción.
—El control es indispensable en mi vida —contesto. Se hunde de nuevo en mi clavícula y asciende lento a mi boca, esperando a que continúe hablando—: Es... soy puro control desde que se transformó en mi modo de sobrevivir.
—¿Qué más te gusta? Cuéntame.
Traslada el vibrador a mis partes bajas, lo presiona por encima de las braguitas y reprimo un jadeo cuando me lame los pezones con la lengua. Primero, uno. Después, el otro.
—El placer. Me encanta el placer. Me hace olvidarlo todo.
—En este momento no tienes el control, ¿lo sabes?
—Lo sé.
—Y el placer va a ser el que te haga sufrir.
El sonido de su dedo apretando la tecla del mando y el cambio de la vibración a una irregular pero intensa me arranca de la garganta un gemido. Arqueo un poco la espalda, Gianni me inmoviliza empujándome contra la cama. Niega sacudiendo la cabeza.
—Nada de movimientos, solo puedes expresarte con tu voz.
Se yergue lo suficiente para quitarme las braguitas, devuelve el vibrador esta vez al pezón izquierdo y cuela dos dedos entre mis piernas. Me muerdo los labios, conteniendo cualquier movimiento involuntario. Empiezo a entender de qué va este juego. Quiere mantenerme presente, consciente mientras hablo, para que la tortura sea eficaz. Frota los dedos, estoy más húmeda de lo que me imaginaba y eso me excita. Saberlo hace que me retuerza por dentro porque por fuera no puedo hacerlo. El calor se expande por la pelvis. Siento un hormigueo placentero en las piernas.
—Quiero oírte hablar, Anna.
—¿Por qué?
—Porque me excita tu voz.
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©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)
RomanceEl presente de Anna está marcado por dos sucesos del pasado que la sentenciaron de por vida: el momento en que su padre sufrió un ictus y ella decidió abandonar su pasión por la pintura para trabajar, cuidar de sus padres y mantener a raya las deuda...