39. Lo que hace el amor

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Ya en Valencia, un taxi nos traslada a un hotel de diseño contemporáneo, ubicado en una privilegiada zona de la ciudad, a pocos pasos de la playa y con vistas al Mediterráneo. La fachada de vidrio y acero refleja los rayos del sol creando un fulgor impetuoso que nos obliga a entornar los ojos. Atravesamos una puerta de cristal de doble altura y el hall de entrada nos recibe con una pasarela de mármol blanco que conduce a recepción, donde damos nuestros datos. Hay una lámpara de araña impresionante en el centro del techo alto y al fondo una pared de cristal que permite una ojeada al paraíso acuático del hotel: diversas piscinas con barras de cócteles en el centro, palmeras por doquier y tumbonas de mimbre.

Esperamos a que nos confirmen el número de las habitaciones: una doble para ellos, una triple para nosotras y una suite para Gerardo. El gesto genuino que se le plasma en la cara sabiendo que estos días también se librará de la odisea diaria de la oficina nos hace reír. En el ascensor rumbo a la planta más alta del edificio tomamos la decisión de bajar un rato a la piscina hasta que pongan en marcha el buffet del almuerzo. Las elevadas temperaturas en Valencia nos animan a ello.

Al entrar en la habitación 708, colocamos las pertenencias en los armarios y, sin poder contener la emoción, salimos juntas al balcón y cogemos una bocanada de aire que sabe a salitre. No sé ellas, pero en mi caso ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que hice una escapada así. Amber, que se ha traído varios bikinis, se anticipa sacando de su maleta uno extra, de tela blanca cubierta por una fina capa de purpurina lila. Lo menea en el aire y me lo entrega sonriendo ampliamente.

Sabía que no se me ocurriría meter un bikini en la maleta.

—Chicas, estos días van a ser increíbles. ¡No, qué demonios! ¡Nosotras vamos a hacer que sean increíbles! —vocifera, eufórica. Da zancadas por la habitación como si estuviese practicando un vals y Ellie la persigue con los ojos entrecerrados—. Increíbles como el cuerpo de Ana, ¡o su cara! Increíbles como...

—Basta, sabes que odio que repitas la misma palabra —protesta Ellie.

Amber se acerca a Ellie y le estira los mofletes para molestarla. Me muerdo el labio. Lo intento, reprimirme. Ellie le sopla y el flequillo recto de Amber se despeina. Imita una mueca de desdén. Nada, contener la risa con ellas es misión imposible.

—Increíble como tus manías —le susurra antes de plantarle un beso en el moflete y meterse al baño para ponerse el bikini.

El mío lo ha dejado sobre una de las camas. Niega en silencio peinándose los mechones castaños tras las orejas, aunque lo hace compartiendo conmigo una mirada cómplice que acepto sonriéndole.

—Lo que hace el amor —masculla.

Envía un mensaje por el grupo de trabajo «avisándolos» de nuestro plan. En realidad, al único que no le hemos dicho nada es a Gerardo, que se esfumó en cuanto le dieron la tarjeta de la suite. Acepta encantado. Luego, me pongo el bikini que Amber me ha prestado, nos quejamos cuando Ellie se cambia al ritmo de un oso perezoso y nos dirigimos a la piscina apresuradas por encontrar tumbonas libres.

La zona de la piscina es espectacular. Las palmeras se yerguen alrededor de los bordes que imitan el mármol interior y hay varias barras de cócteles en las piscinas para adultos. Como el verano ha pasado, no hay ni la mitad del gentío que debe abarrotar este lugar en pleno julio o agosto. Localizamos a Gianni de pie, junto a la tumbona donde se ha sentado Luca con las bermudas de flamencos rosas y gafas de sol. Analizo a quien me interesa mientras nos encaminamos hacia ellos. Lleva el pelo oscuro un poco revuelto y un bañador negro que conjunta a la perfección a todos los tatuajes que le colman el torso. Lo he visto muchas veces desnudo. De hecho, conocí su cuerpo antes que su rostro. Sin embargo, no hay momento en que no piense lo mismo que el día en que lo desvestí y me jadeó al oído por primera vez. Está tremendísimo. Tanto que contengo el aliento cuando nos acercamos y huelo su perfume en el ambiente.

—Os estábamos guardando las tumbonas, ¡para que luego os quejéis de nosotros! —fanfarronea Luca.

Amber no duda en tirarse de cabeza a la suya, que es obviamente donde está Luca. Le quita las gafas de un manotazo y se las coloca de diadema. Por su lado, a Ellie le preocupa más hacerle un interrogatorio a Gianni para atar posibles cabos sueltos de la reunión de esta tarde.

—Voy a por algo de beber.

No me zambullo en la piscina para alcanzar la barra del centro, sino que camino hasta la que está al lado de un puesto de socorrista. Me pido una piña colada sin alcohol y descanso la espalda en el borde de la barra. A mi izquierda, un chico de piel bronceada y ojos vivaces me sonríe. Tiene una melena corta repleta de rizos. Es guapo, de esos con los que me dejaría llevar en alguna discoteca hasta que me pusiera a tono y tuviese que retractarme antes de romper alguna regla del club.

—¿Puedo invitarte?

—No creo que te salga rentable hacerlo. Estoy aquí por trabajo.

—Siempre puedes darme tu teléfono y averiguar en otro momento si me sale rentable o no.

La verdad es que ya tengo suficiente con haberme saltado las reglas. Y el culpable está presente, a varios metros de distancia, pero presente. Le sonrío por cortesía.

—Me temo que no.

Cojo mi bebida, le digo el número de habitación al chico que me la ha servido para que sume los cargos a mi nombre y me alejo sin molestarme en despedirme del desconocido de ojos bonitos. Me he dado cuenta de que no estoy de humor para coquetear. Ni siquiera para estar aquí por mucho que me entusiasme la idea de tomarme unas vacaciones lejos de Madrid. En el fondo, desearía hacer la reunión, largarme a la oficina de Digihogar, encontrar esos malditos documentos y acabar con todo esto que me ha puesto la vida patas arriba. Así me reubicaría y dejaría de sentirme culpable por cada pensamiento que me cruza la mente.

Al reunirme con mis compañeros, remuevo la piña colada con la pajita amarilla y le doy un sorbo. Está delicioso, aunque el sabor desaparece de mi boca cuando Amber mueve las cejas de forma insinuante.

—Eres una ligona.

—Ahora entiendo por qué no quieres novio —salta Luca.

Y, si no fuera porque está demasiado buena, le metería la piña colada en esa bocaza para que se piense dos veces ese tipo de comentarios dirigidos hacia mí. En su lugar, veo el deseo con el que Gianni pasea la mirada por mi figura y de repente me apetece entrar en su juego. Un regalo en mi vida, dijo. Me jacto en silencio.

—Exacto —atajo las burlas de Luca y me siento enfrente de él—. No tengo novio justo por esa razón, para poder coquetear a mi antojo...

Y alzo la vista despacio alcanzando los ojos de Gianni. Él sabrá a qué me refiero.

—Sin que nadie forme parte de mi vida personal.

Amber emite un chillido de fanatismo y aplaude entre risitas mientras Ellie asiente alegando que ya era hora de que existiésemos las fuckgirl. Una electrizante satisfacción me recorre desde los dedos de los pies hasta las comisuras de la boca al ver que Gianni se da por aludido, es incapaz de contenerse y escupe una amarga risa inaudible. Eso es, me encanta devolverlas. Me encanta ver cómo le fastidia que le haga lo mismo que me ha hecho él a mí.

—No puedo estar más de acuerdo —dice en alto asegurándose de que todos lo escuchamos.

Acto seguido, me guiña un ojo, deja su móvil en la tumbona de Amber y se lanza a la piscina de cabeza.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora