11. No es una regla, pero será la excepción

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Leo solo existe los fines de semana.

Y aunque solo existe dos días a la semana en mi vida, cuando llega el fin de semana, en el único que pienso es en él. Al menos, desde hace casi un mes, cuando el universo nos puso en la misma barra en el mismo instante y sentí el peso de la ley de la atracción en mis carnes. O eso quise creer. No recuerdo cuándo tuve tantas ganas de pisar el Club 13 como hoy.

Entro a la sala común, que tiene una barra en el centro con forma de donut, numerosas mesas acompañadas de cómodos sillones o sofás, todos orientados hacia el escenario del fondo, donde los stripteases toman el protagonismo bajo la tenue luz ultravioleta que resalta sus prendas metalizadas. Sin embargo, mi atención se dirige casi por inercia hacia la silueta de aquel en la sala que porta la máscara de la pantera.

Un ligero vértigo se apodera de mi vientre, luego sube a mis comisuras amplias tras la máscara de gato.

Ahí está él, absorto en el interior de una copa vacía con los codos apoyados en la barra, vestido con sus pantalones negros de cuero similares a los míos, la camiseta del mismo material cubriéndole la parte superior del torso y los cinturones apretándole los abdominales por los que he recorrido mi lengua en más de una ocasión. Hoy he elegido un mono de licra de una sola pieza a juego con los tacones de aguja negros. Me acerco desde atrás, no percibe mi presencia hasta que hablo en alto para contrarrestar el volumen de la música psicodélica que nos envuelve:

—¿Otro Manhattan?

Me aseguro de recortar la distancia entre nosotros dejando caer mi mano en la barra junto a su brazo. Ladea el rostro, nuestras miradas conectan a través de las máscaras y asiente.

—¿Un Aviation para ti?

Toma la delantera al pedir ambas copas, el bartender nos las prepara en unos minutos que empleo en contemplar el baile de luces neones que decora el techo. Hacemos un pequeño brindis con las copas en el aire y le doy un sorbo que al principio me quema la garganta porque está demasiado cargado, pero luego me hace soltar un suspiro de placer. Por fin aquí, por fin algo de diversión entre tanto estrés.

—Te has cortado y teñido el pelo —comenta Leo.

Siempre me he preguntado cómo sonará su voz sin el modulador. La mía es más dulce, la suya creo que sería menos grave. Sonrío, aunque no puede ver mis labios, porque me gustan los chicos que se fijan en los detalles.

—¿Te gusta?

—Es una regla no valorar el aspecto físico de los miembros, Lisa.

—Tienes razón —digo, en parte decepcionada porque me habría gustado saber su opinión.

¿Será también una regla no sentir curiosidad por la mente de otro miembro?

—¿Qué tal tu día? —pregunta y le da un gran trago a su copa.

—Desastroso, ¿y el tuyo?

—Por el estilo.

De alguna manera, mi cabeza me pide alargar la conversación. Me apetece hablar, quejarme de lo ridícula que es mi posición laboral en este instante. No sé si se debe a que el sexo genera confianza entre las personas, en este caso Leo, o si me enrollaría soltándole protestas a un arbusto si pudiese escucharme. Lo que sí sé es que he venido a disfrutar, a olvidarme de los demonios de mi vida.

También noto a Leo ausente, ojalá pudiese indagar en su vida personal. Conocer su cara, sus distintas expresiones al hacer su placer mío. Poso el borde de la copa en mis labios, entreabro la boca y me bebo de una lo que queda. La dejo en la barra, vacía. Él me observa de soslayo, mis dedos se aferran a su muñeca y entiende que estoy lista para subir.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora