VEINTIUNO

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Daniel

No puedo describir con palabras lo que sentí cuando llegué a casa y vi a mi mujer en el suelo de la cocina, gritando y llorando a partes iguales, empujando, trayendo al mundo a nuestra hija, todo en medio de un enorme charco de sangre. Sangres mezcladas, de Cami, de mi esposa, de Héctor. Huyó antes de que yo llegara. El cabrón nos tenía vigilados, estaba buscando una oportunidad para entrar y llevarse a Sandra, iba a llevarse a mi mujer porque, en medio de su locura, cree que ella le pertenece de algún modo. Como siempre ha creído que todo lo mío le pertenecía. Me odia desde que nací, creo que, incluso, desde antes de que viniera al mundo. Héctor les dijo a Cami y a Sandra que yo le había robado el cariño de nuestro padre, no es cierto. Nuestro padre siempre nos quiso por igual, puede que me prestara algo más de atención, pero, joder, era el pequeño. Necesitaba esa atención, no es como si pudiera cambiarme los pañales yo solo.

Atacó a mi esposa. Casi la pierdo, los médicos no tenían esperanza, ella había perdido tanta sangre, casi tres litros, prácticamente se había desangrando. Lo peor de todo es que nadie podía donarle sangre, Sandra es O—, sólo hay un tipo de sangre que puede recibir, su mismo grupo sanguíneo. Yo no tengo ese grupo, nadie de mi familia lo tiene, en el hospital cuentan con pocas bolsas de sangre O— y sólo podían darle una bolsa, Mario y Tadeo viajaron en avión hasta aquí, llegaron a tiempo para donarle sangre, ellos tienen el mismo grupo sanguíneo. El que también comparten con mi hija y sus hijos. La salvaron, estoy seguro de que las transfusiones con su sangre salvaron a mi esposa.

Estábamos esperando lo peor, joder. El médico dijo que nos despidiéramos de ella, no iba a sobrevivir. Se equivocó, todos se equivocaron con Sandra. Ella siempre fue una mujer fuerte y valiente, incluso moribunda trajo al mundo a nuestra hija, incluso cuando el dolor la estaba partiendo en dos, incluso cuando se estaba desgarrando por dentro, ella la dio a luz. El orgullo que siento por mi mujer es tan grande. Luchó por nuestra hija y luchó por mantenerse a nuestro lado.

Ella me mira en este momento, quiero decirle tantas cosas. De todas las mujeres que he conocido en mis veintiséis años, Sandra es, con diferencia, la mejor de todas. He tenido tanta suerte al encontrarla, si no hubiéramos estado borrachos esa noche nada de esto habría sido posible.

Su dulce sonrisa aparece en su cara.

—¿En qué piensas tanto?— me pregunta.

—En ti, chiquita, en lo valiente que eres siempre.

Le doy un beso en los labios. No es como el que le di hace unas horas, cuando pensé que se iba para siempre. Éste es de agradecimiento, por ser fuerte y quedarse a mi lado.

—Te amo, Sandra, si pudiera hacerlo todo desde el principio lo haría mejor, pero contigo, siempre contigo.

—Hay algo que me está quemando por dentro— me dice— Cuando Héctor entró en la casa, sonó un ruido, era fuerte, pero no logro distinguir qué era.

—No pienses en ese cabrón ahora, si no está muerto por lo que Cami le hizo lo estará pronto.

La puerta de la habitación se abre, Mario entra con mi hija en sus brazos. Sandra extiende los suyos para que le dé a nuestra hija, él lo hace.

—Patito— solloza mi mujer— Soy mamá, soy mamá.

—Ella lo sabe, princesita— le dice Tadeo— La sostuviste en tus brazos hasta que la ambulancia llegó, le diste tu calor cuando más te necesitaba.

Le doy un beso en la cabeza a mi mujer, quiero llevarla a casa y no separarme de ella nunca más, mantenerla a mi lado, a salvo y cuidada. Mario me hace un gesto con la cabeza para que salga fuera de la habitación con él.

LA PRINCESITA #2.5 [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora