¿Aceptas?

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Alejandro se quedó un momento pensando en que era lo que estaba tratando de decirle Emilia Elena. Pero se bloqueó cuando vio a María salir de la casa.

- Ojos...

- Hola Alejandro, pensé que habíamos sido claros ésta tarde.

- Sí, me diste campo libre María, para tener una relación con tu sobrina. Pero, no. No está bien.

- Es tu decisión, ya te lo dije.

- Bueno mijita yo los dejo, voy a la cocina a pedirle a Elvia que organice la cena, le pediría que se quede señor Salas, ¿pero supongo que no sería muy propio no? Porque... ¿En dónde tendría que sentarse a cenar, al lado de mi hija o de mi nieta. O ya sé, entre las dos.  
Dijo mamalena con el mejor tono de sarcasmo que conocemos.

- No señora no se preocupe.  
María Inés regañó a Emilia Elena con la mirada.

- ¿Esa es la carta?  

María no se había percatado que por los nervios de la situación había salido con la carta que estuvo leyendo.

- Eeeh, si.

- ¿La leíste?

- Si...

Asintió mientras lo miraba queriendo abrazarlo y decirle que no quería que la dejara ir. Que volvieran, que se amaran, que estuvieran de nuevo juntos...

aunque fuera como amantes.

- María yo, creo que lo mejor es que no vuelva por aquí. Ni siquiera para ver a Lorenza.

- Te lo agradecería Alejandro, te dije que es tu decisión pero no será fácil verlos juntos.

- No te preocupes, no nos verás.

- Alejandro, yo solo quiero que seas feliz.

- ¿Y tú? ¿Tú eres feliz Ojos?

- Yo... Claro, el negocio va muy bien, mis hijos bien o mal están encaminando su vida, y toda la vida voy a extrañar a Mónica, pero estoy bien Alejandro.

- Tú, María Inés Domínguez, no de Cárdenas, no de nadie. TÚ. ¿Eres feliz con lo que tienes? ¿No te hace falta nada?

María se puso nerviosa. Si Alejandro seguía indagando llegaría a la verdad, le estaría revelando que no. Que lo único que desea es a él, y no lo tiene.

- Siempre me harás falta tu, y perdón que te lo diga. Sé que en la carta me dijiste un adiós definitivo.

- Nada es definitivo, Ojos. Nada.

- ¿Entonces?

- Entonces dime...

Se acercó más a él y le acarició la cara mirándolo con devoción y anhelo de abrazarlo. Así como lo había tenido esa tarde después de tomarse un café. Solo que ahora anhelaba algo que en la tarde no. Un beso, un beso que se quedara para siempre en sus labios.

- Alejandro, mi Alejandro. Ya lo hemos hablado, yo no tengo nada que ofrecerte.

- Ofréceme estar a tu lado María, aún sabiendo que no puedes dejarlo, déjame estar cerca de ti. Déjame amarte Ojos.

- ¿Y si se cura? ¿Qué pasa si Jerónimo si se cura?

- Pues, ahí vendría el paso lógico para ti y para mi, por más duro que suene María, la verdad es que volviste con el por su enfermedad y él lo sabe.

María abrió sus ojos sorprendida.

- ¿Cómo que lo sabe?

- Si, el me buscó hace unos días Ojos, antes de la operación. Antes de que se fueran a Houston. Me pidió que no te abandonara si algo pasaba, y que el sabía que tu lealtad era tan grande que incluso sobrepasaba tu amor por mi.

- ¿Y tú qué le dijiste? ¿Por qué te despediste de mi en ésta carta entonces?

- Ojos... Yo no podía compartirte, luego de la operación y de ver qué todo iba mejorando para Jerónimo. Entendí que tu lugar es con el.

- Alejandro no entiendo, ¿por qué me dices todo esto?

- Ojos, una pregunta más. Además de las que te hice en la carta, una última pregunta que necesita respuesta inmediata, sino esa carta tendrá todo el significado del mundo.

María lo miró nerviosa, con dolor, con miedo. ¿Qué estaba pasando por la mente de Alejandro?

- Dime...

- ¿Aceptas que yo esté a tu lado? Sabiendo las condiciones, sabiendo que no puedes dejarlo. ¿Aceptas?

Lo mejor de tu mirada, lo he conocido yo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora