El más grande de todos los amores.

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Daban un poco más de la cinco de la tarde cuando María sintió a Alejandro levantarse, ambos habían estado sumergidos en sus propios pensamientos, ella solo estaba preocupada por Jerónimo. Cuando vio de reojo a Alejandro guardar sus cosas en una maleta se intrigó.

- ¿Qué haces?

Alejandro se asustó, pensó que seguía dormida.

- Pensé que dormías, Ojos. - se acercó a la cama y le acarició el cabello a María que estaba sentada como indiecito. El sonrió, amaba verla tan tranquila y natural, amaba a esa mujer más que a nada.

- ¡Contéstame! ¿Por qué estás guardando tus cosas? - le insistió mirándolo fijamente a los ojos. El suspiró.

- Pues, tú ya recordaste Ojos, yo... pensé que debía irme a mi casa. - ella lo miró confundida. Y lo hizo que se sentara frente a ella, lo tomó de las manos y le habló muy segura.

- ¡A veeeer señor Salas! Parece que el que perdió la memoria ahora fue usted. ¿No le dije yo hace unas horas que no quiero volver a dormir en mi cama sin usted? - el sonrío como niño chiquito y la besó fuerte.

- ¡Ay Ojos! Es que ya no sé ni qué pasa en nuestras vidas. De veras que un día nos tenemos y al otro no. Me confundo María. - ella sonrió y le acarició la mejilla.

- Yo lo sé mi amor, sé que han sido muchos cambios, muchos obstáculos. Pero ya no más, estoy a una firma de ser completamente soltera otra vez, señor Salas. Así que no se me ponga a dudar ahora. ¿Qué le pasa eh? - el volvió a sonreír, más grande, como ella, con todo su cuerpo y su espíritu.

- ¡Ah nooo! ¡Oigame! ¿Cómo que soltera? Si usted ya está comprometidisima conmigo. ¿Qué es eso de "completamente soltera"? - le decía mientras se acercaba dándole pequeños besos en la mejilla, en su cuello y hasta llegar a sus labios.

- ¡Ah fíjese! Así que comprometidisima con usted, ¿y cuando me lo pidió o que? - ahí estaban con la típica complicidad que siempre los unió, esa complicidad tan grande como su amor.

- Ah si es cierto. Aunque bueno, considerando que ya te he pedido que te cases conmigo unass, varias veces. - decía haciendo gestos con sus dedos haciéndola reír, bueno ella no había dejado de sonreír, y el tampoco.

- ¡Yo acepto! ¡Acepto ser su esposa señor! -  le dijo dejándolo viéndola como tonto. Sonriendo embobado. - Y... ¿Cuándo cree usted que sería prudente casarnos? - le decía mientras lo besaba en la mejilla y acariciaba su cuello.

- ¡Ven! - la hizo levantarse de la cama, le acomodó las pantuflas que estabas a un lado y se las puso, ella sonrió dejándose consentir. La tomó de la mano y corriendo la sacó de la habitación mientras ella reía y le gritaba que la soltara, aunque ya sabemos que ella adoraba las locuras de aquel escritor. Cuando iban bajando las escaleras, el la ayudó pero con bastante prisa.  

- ¿A dónde me llevas Alejandro? - mientras ambos terminaban de bajar algunos ojos inoportunos y curiosos los observaban y escuchaban sus risas.

- Usted sígame y nada más, señora. - así hasta que llegaron a la oficina de María y se encontraron a Paloma que los miraba divertida. María suspiró cansada de aquella locura de Alejandro. Y el solo las miró a las dos. Se acercó a la mesa, tomó un bolígrafo y le habló a Paloma. - ¿Los papeles que dejó Jerónimo? - ambas mujeres sonrieron confundidas, aunque una ya había entendido aquel espectáculo de su oso. - si si, no me vean así. Ésta mujer aceptó casarse conmigo, así que lo único que lo impide es esa firma. - Paloma sonrió y le pasó los papeles a María Inés, mientras tres mujeres y dos hombres veían todo desde la entrada de la oficina. Cuatro de ellos reían por las locuras de Alejandro, y una de ellos ardía de la rabia por ver cada vez más lejana su oportunidad de conquistarlo.

- ¡Firma Ojos! - le dijo el sonriente y pasándole el bolígrafo. Ella lo tomó y se quedó en silencio por unos segundos que a él le parecieron una tortura. - ¿Qué? ¿Te arrepentiste? Porque ahora si que me meto de monje María Inés, si no firmas esos papeles te juro que me vuelvo casto y devoto. Bueno, más o menos. - ella sonrió, bajó la mirada a los papeles y los puso en la mesa. Volvió a subir la mirada y se encontró con Andrés, su mamá e Ignacio viéndola fijamente, luego recorrió más allá y vio a Consuelo junto a Lorenza.

- Como me voy arrepentir, si esto es lo que siempre hemos querido los dos. Y ahora nada... - decía mientras firmaba los papeles y Alejandro hacia una fiesta con sus manos. - ni nadie, van a impedir que yo sea su esposa, señor Salas. - dijo mirándolo a él, y rápidamente dirigió su mirada hacia Lorenza. - Nadie. - puntualizó. Y ahí todos entendieron. María había recordado.

- ¡Mi viiida recordaste! - le dijo Emilia Elena más que contenta. - ¿Si verdad? ¡Te acuerdas de toooodo! Parece. - dijo viendo a su nieta disimuladamente. María sonrió y abrazó a su madre.

- Si mamá, ya recordé todo. Y a todos... - mencionó mientras Consuelo y Andrés se acercaban a abrazarla.

- Hermanitaaa, que feliz estoy. ¡Al fin volvió tu memoria! - María le devolvió el abrazo y le sonrió.

- ¡Aaayy señora María Inés! ¿Otra boda? Cómo es usted de veras, toooda una rompe corazones. - le dijo Andrés haciéndola ruborizar. - Pero, ésta vez, te vas a casar con el gran amor de tu vida. - mencionó Andrés haciendo rabiar a Lorenza y logrando que Ignacio entrara a la conversación con una broma. María se abrazó a Alejandro.

- ¿A poco yo no fui tu gran amor? - le dijo Ignacio con fingida molestia y tomándola de la mejilla.

- ¡Aaay que necio es usted licenciado San Millán! ¿No ve a sus tres hijos? - le dijo haciéndolo reír y sabiendo que tuvieron un gran matrimonio. Pero atesorando  aquella mujer como la única y verdadera mejor amiga que tendría toda la vida. Amaba a María Inés, pero como amas a la familia, incluso más, un amor incondicional que no reclama pasión.

Alejandro reía acostumbrado a aquella buena y sana convivencia que ya existía en la familia San Millán Domínguez, pronto el apellido Salas entraría en aquella convivencia legalmente.

- En serio María Inés, Alejandro. Los felicito, miren que si les ha costado. Alejandro llévatela mañana mismo al registro civil y se casan. Aquí mis ojos es bastante impredecible. - María Inés lo golpeó por el hombre, bromeaban sabiendo que así era. María era un encanto, pero un encanto que daba muchos dolores de cabeza con sus "justas" decisiones.

- Bueeeno señora, ya está usted legal y completamente  D - I - V - O - R - C - I - A - D - A. Así que, aquí frente a casi toda la familia. Falta Adriana por cierto... - la misma lo interrumpió.

- ¡Aquí estooooy! Así que reunión familiar y Alejandro arrodillándose... Esto me trae recuerdos. - dijo mientras Alejandro le sonreía y prosiguiendo.

- Bueno, ya estando todos. Señora María Inés Domínguez... ¿Acepta usted ser mi esposa y soportarme hasta la eternidad? - le dijo sonriendo, sonriendo grande, mucho, y ella aún más. Todos estaban presenciando aquel momento que María no les permitió que se diera hace ocho años.

- Acepto, claro que acepto señor. ¡Para siempre suya! - le dijo mientras lo tomaba del cuello y se aferraba a sus labios, sin importarle quiénes estuvieran ahí, sin importar el pudor, lo besó profundamente, olvidándose de quienes los estaban viendo. En ese momento solo eran María y Alejandro, aquel par de amantes que se enamoraron hace taaantos y tantos días. Dándole inicio al más grande de todos los amores que pudieron existir, el más profundo, el más bello, el más luminoso. El amor que los llenó de ilusión por un tiempo, y que ahora, estaba más vivo que nunca. Un amor que valió la pena no dejar morir, ni con los años, ni las distancias, ni los "nuevos amores" o más bien los amores que resultaron temporales. Porque no había de otra. Ellos se habían encontrado en ésta vida, y no había manera de separarlos. Ya no.

Lo mejor de tu mirada, lo he conocido yo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora