Habían pasado varios días desde que Lorenza y Consuelo se fueron. La casa se sentía más tranquila. Alejandro estaba por retomar su trabajo en el periódico y le quedaban solo dos días más de trabajo en casa. María seguía de reposo y trabajando desde la oficina de su casa, justo hoy quiso ir a Xochimilco a revisar cómo va todo, y por supuesto acompañada de la persona que se había vuelto inseparable de ella en los últimos casi dos meses que habían pasado desde el accidente.María lo había dejado solo unos minutos mientras hablaba con los trabajadores indicándoles a donde se dirigía el próximo pedido. El la miraba embobado, estaba tan orgulloso, quien diría que aquella mujer que conoció hace ocho años, sería una gran empresaria, el siempre creyó en ella, y creyó que era capaz de lograr todo lo que quisiera, y ahora estaba por exportar flores a grandes hoteles en toda la República. María es maravillosa, y el no podía disimular su amor por ella. Uno de los trabajadores se acercó a él y le sonrió.
- Es una increíble patrona, ¿lo sabía? - le dijo un señor ya mayor y muy amable. Alejandro le sonrió viéndolo y luego volvió a ver a María.
- Me lo imagino, es una maravillosa mujer, así que es de esperarse que lo sea en todos los ámbitos. Señorr... - el señor le sonrió de vuelta.
- Hilario. ¿Usted es su esposo verdad? - Alejandro sonrió orgulloso.
- Casi su esposo, nos casamos en tres semanas. - dijo sin quitarle la mirada a María de encima, se veía realmente hermosa, se desenvolvía con tanta naturalidad ante todos, parecía que flotaba en aquel lugar, pero el que estaba flotando de amor era el.
- Que bueno que la patrona esté con el amor de su vida... ¿Usted es el escritor verdad? - Alejandro lo miró intrigado. - No se asuste, ella no suele ser tan comunicativa, pero ayudó a mis hijos con la universidad hace unos años. La invitamos a comer un día a la casa mi señora y yo, y bueno. Le contó a mi hija de un amor que la había hecho muy feliz, y que era escritor, pero que desafortunadamente lo tuvo que dejar ir, en sus palabras dijo que tuvo que dejarlo volar o algo así. Mi hija leyó su libro, me dijo que entonces usted era aquel escritor. - Alejandro estaba encantado con aquella historia. María se acercó a ellos mientras el la veía enamorado. El tomó sus manos y la abrazó...
- Así que un amor que tuvo que dejar volar... - le dijo a María y ella lo miró confundida, el hizo un gesto señalando al señor y María entendió todo. Ambos sonrieron y se dieron la vuelta hacia Hilario. Alejandro no la soltó, la dejó delante de él y la abrazó por la cintura mientras descansaba su cara en el hombro de María.
- Don Hilario, ¿cómo está? ¿Sus hijos y su esposa? - le dijo ella en su tono cálido, ese señor era un ángel, le recordaba mucho a su papá.
- Pues que le digo, bien patrona, cada uno ejerciendo la carrera. Gracias al cielo. Y a usted, por supuesto. Mi esposa bien, allá en la casa. Usted está muy feliz por lo que veo. - comentó refiriéndose a Alejandro. Ella sonrió y apretó las manos de él que descansaban en su cintura, giró y le dió un beso en la mejilla.
- Me alegra mucho, pues si, estoy muuy muy feliz Don Hilario, tenemos que organizar algo para que Alejandro conozca a su familia, ¿que le parece? - el señor volvió a sonreírle, aquella mujer le recordaba mucho a su primera hija, por eso la trataba con tanto cariño. Y obvio por cómo es María Inés, ¿quién no la querría?
- Pues por qué no aprovechamos nuestra boda, Ojos. Así conozco a la familia del señor Hilario. - María le sonrió y acarició su mejilla.
- Claro mi amor, tienes razón. Avísele a su familia Don Hilario, los esperamos por allá en tres semanas justamente. Será en la casa de Yautepec. ¿La recuerda? - el señor sonrió y agradecido le contestó.
- No pues que honor, gracias patrona, claro que si. Estaremos encantados, mi hija será la más ilusionada. Leyó su historia en la novela del señor Salas, imagínese. Para ella debe ser muy bonito ver la boda de los dos personajes de esa novela. - tanto Alejandro como María sonrieron grandemente. Ella orgullosa de aquello, y el, mucho más, el embobado. Porque si, hasta para el era un sueño casarse con su musa. La dueña de sus pensamientos y su mayor inspiración de vida y de amor.
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Un rato después María caminaba en la sección más sola del invernadero, viendo sus plantas y organizando unas que ya debían salir en el último pedido, cuando Alejandro se acercó lentamente a ella, asegurándose que no había nadie cerca. Había una pequeña oficina cerca de esa última sección. La vio que se dirigía ahí, y fijándose que nadie viniera la tomó por detrás haciéndola entrar a la oficina y asustándola. Cerró la puerta con seguro, y ella sonrió aliviada de que fuera el.
- Se me pierde usted señora... - le decía mientras besaba su cuello. - ha trabajado mucho hoy, y yo he sido su fiel admirador toooodo el día. - ella lo miró extrañada.
- ¿Solo hoy? - le dijo en tono triste, el subió sus besos hasta la comisura de sus labios y la acarició mientras sonreía.
- Por todo la vida Ojos. - y la besó profundamente, después de unos minutos disfrutando sus besos, lo separó poco a poco.
- Señor Salas... ¿Se da cuenta usted en donde estamos? - el no dejaba de darle pequeños besos que le cortaban la respiración y la dejaban agitada. Mientras su mano recorría lentamente el camino desde su cintura hasta sus caderas. María iba con pantalón ligero blanco y una camisa holgada negra que le permitía a el acariciar con libertad su cuerpo. Parecían un par de adolescentes, dispuestos a vivir ese amor y esa pasión que los envolvía. Para Alejandro verla tan segura de si misma, trabajando y ordenando todo en aquel lugar lo hizo desearla terriblemente, o maravillosamente.
- Mmju, puse el seguro a la puerta. Además es tu oficina, nadie tiene porque entrar... - le decía siguiendo con sus besos y haciéndola suspirar incapaz de negarle algo a él, y menos algo que deseaba tanto como el. Locura, eso era su vida con Alejandro, pero también era calma y seguridad. La seguridad y la calma que le daban entregarse a él de la esa manera tan libre.
Había un pequeño mueble al que Alejandro la fue guiando sin ella darse cuenta, o si. Pero lo dejó que siguiera.
- Alejandro, mi amor... - le decía intentado detenerlo. - nos pueden escuchar, por favor. Si quieres nos vamos ya a la casa. - el dejó lo que estaba haciendo y la miró sonriendo, la analizó, estaba sin una gota del labial rojo que tenía en la mañana y hasta hace un rato. Con el cabello alborotado y su camisa ya casi fuera de sus brazos. Ella le devolvió la sonrisa y acarició su cara delineando sus facciones. - ¿Qué? ¿Por qué me miras así?
- Me encanta verte así... Y, por el ruido, podemos ser silenciosos, señora. - le decía quitando su camisa por completo y la de ella también, dejándola en una blusa de tirantes que comenzó a bajar cada uno de ellos poco a poco. - lo de la casa... Mmmm, tentador, pero, más tentador tenerla así, aquí. - la volvió a besar y ésta vez la ayudó a desprenderse de toda la ropa, dejándola en ropa interior, María era una mujer sencilla, clásica pero elegante y bastante seductora. No necesitaba de mucho para seducir a Alejandro, porque ya era mucho. El sonrió cuando la vio tomarlo de los brazos girándolo y haciendo que se sentara en el sillón. Ahora la que tomó el mando fue ella, sentándose en sus piernas. Y recorriendo a Alejandro con aquella mirada que lo volvía loco, sonrieron ambos y se lanzaron en un beso suave, disfrutándose, y saboreándose.
Hicieron el amor en aquel sofá, único testigo de todo lo qué pasó en esa oficina. Ambos estaban decididos a vivirse, a disfrutarse y gozar aquel amor que los une desde hace tantos años.