- Alejandro, ¿me permite hablar con María Inés?- Doctor, disculpe pero María aún no recuerda todo.
- Pero casualmente a usted si lo recuerda, y muy bien por lo que veo. - María comenzó a intrigarse. ¿Quién era éste señor? Sin duda le parecía familiar, pero la verdad es que no quería alejarse de Alejandro, se sentía incómoda y un poco desprotegida sin Alejandro cerca.
- Doctor, créame que no es lo que parece. No me estoy aprovechando. - María miró a Alejandro intentando entender por qué decía todo aquello.
- ¿Me permite entonces? - Alejandro vio a María y ella le apretó la mano.
- Alejandro, no te vayas mi amor. ¡Por favor! No quiero que te vayas... - Jerónimo y Alejandro tragaron hondo. Uno porque ardía en celos y el otro porque sabía que María en su memoria perdida estaba equivocada. Jamás le habría dicho mi amor delante de Jerónimo.
- Mi amor... - repitió Jerónimo en un susurro inaudible.
- El señor... - preguntó su nombre.
- Jerónimo, Jerónimo Cardenas... - ella dirigió la mirada a Alejandro y algo la hizo inquietarse.
- Entonces usted es Jerónimo... - el sonrío creyendo ilusamente que María lo estaba recordando.
- Si, ¿me recordaste? - lo miró apenada y le sonrió levemente.
- No, perdón, discúlpeme. De verdad quisiera recordar cada detalle. Pero no lo logro. Alejandro, quiero ver a mis hijos, diles que vengan mi amor, ¿si? - una vez más Jerónimo y el cruzaron miradas, esto no era culpa de nadie. No le estaban diciendo todo directamente a María, ella sola estaba recordando. Había que esperar que por si sola recordara quién es Jerónimo en su vida.
Jerónimo salió primero y vio de reojo como María Inés tomó el brazo de Alejandro haciéndolo retroceder hacia ella y lo besó levemente. El besó su frente, le sonrió y salió junto con Jerónimo.
- Perdóname doctor, yo no quiero aprovecharme de ésta situación. Pero no quiero herirla. Ella sola recordó la muerte de Mónica, me preguntó cuando nos reencontramos y le dije que había sido en el panteón y enseguida comenzó a recordar. El doctor dijo que podemos ir diciéndole cosas pero también hay que dejarla que ella poco a poco vaya recordando.
- Lo sé, Alejandro, pero entiéndame. Usted y yo ya habíamos hablado. Yo sé lo que mi esposa siente, sé que si yo no estuviera enfermo ella no habría vuelto conmigo.
- Doctor yo, no sé que decir. De verdad. - se acercaban Andrés y Adriana.
Jerónimo se quedó analizando todo aquello y decidió irse, esos días desde que llegó el los había pasado en su casa con Sara, y por lo que había visto, debía seguir ahí.
- Andrés, Adriana. María quiere verlos... - les comentó Alejandro.
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- Al fin abrió los ojos dormilona... - dijo un sonriente Edipo viendo cómo su madre le devolvía la sonrisa y lo hacía volver a respirar tranquilo.
- ¡Hijoo! ¿Cómo estás mi vida? - Alejandro les sonrió cálidamente y Adriana se acercó por el otro lado. - ¡Hijita! ¿Cómo están los dos? - ambos la abrazaron y suspiraron volviendo a la vida como su madre. María Inés había vuelto, desmemoriada pero volvió.
- Ay mamá, estamos bien. Ahora si estamos bien. - dijo Adriana mirándola tiernamente y acariciando su mejilla.
- Señora, le ruego que no nos vuelva a hacer esto. ¡Por favor! - dijo Andrés con voz de mando. Y apretando las mejillas de María.
- Bueno muchachos yo los dejo, voy por algo de comer y hablar con los doctores, al parecer te vas hoy mismo de aquí, Ojos. - María se puso nerviosa y quiso volver a tener a Alejandro pegado a ella. El estar sin recordar todo la hacía sentirse vulnerable y las únicas personas que le daban seguridad estaban ahí, incluyendo a su madre. Pero Alejandro, el era el principal. No sabía por qué, pero no quería que la dejara sola, y estaba dispuesta a decírselo siempre.
- Alejandro, no te vayas ¿si? - estiró su mano y tomó la de el. Adriana le dio espacio y el se acercó por completo a María. - Me van a dar de alta hoy, supongo que iré a casa, pero... ¿A qué casa? - sonrió tímidamente, no recordaba si vivía aún en su casa o si estaba con Alejandro en otro lado.
- Por lo pronto usted quédese tranquila señora Ojos. Yo no me voy a separar de usted. Pero hay cosas que tienes que saber María...
- Alejandro, yo creo que hay que hacer caso a lo que dijo el doctor. Mi mamá irá recordando todo sola, como pueda. Y nosotros solo le iremos confirmando las cosas, ¿si? - dijo Adriana, y María los veía extrañada.
- Bueno ya, aquí estoy. ¿Entonces iremos a nuestra casa? - se dirigió a Alejandro con aquella complicidad que siempre tuvo hacia el. El sonrió nervioso y ella lo notó. - ¡Ay perdón! ¿No vivimos juntos? - le sonrió apenada. - ¿Alejandro? - Adriana y Andrés sonrieron también, sin duda; su madre estaría toda su vida enamorada de ese escritor. Y ellos admiraban aquello, aunque sabían que estaban en un problema, Jerónimo es el esposo, y estaba gravemente enfermo. ¿Cuánto duraría esto?
- Alejandro, claro, en Rosaleda. - le dijo Andrés y todos voltearon a verlo, dos de ellos sorprendidos y su madre sonriente.
- ¿Qué pasa mi amor? - el río fuerte y nervioso. - le dijo mirándolo enamorada. Alejandro estaba entre la espada y la pared, no quería mentirle. Pero ahora no sabía que hacer.
- No Ojos, nada. Es solo que estoy feliz de tenerte de vuelta. - dijo sonriendo.
Andrés y Adriana se encargaron de hablar con Elvia, mamalena y con toda la familia. Incluidas Lorenza y Consuelo. Las pusieron al tanto de todo, y decidieron que Alejandro viviría en la casa Domínguez mientras ella recordaba por su cuenta todo. Lo consultaron con el, y el no se opuso, no creía que fuera la mejor idea, no quería mentirle a María, no quería que creyeran que el se estaba aprovechando de la situación.
- ¿Pero como van a hacer eso? ¡Es una locura! Tienen que decirle la verdad a mi tía. - decía una resentida Lorenza, quien no había logrado nada con Alejandro, el la había rechazado en todo momento cuando ella intentaba consolarlo por el estado de María.
- Es una decisión tomada, y NADIE, tiene derecho de opinar, mi mamá cree que así es, que su vida ha sido al lado de Alejandro. Y no vamos a hacer nada para desmentirla, dejaremos que sea ella y quizás el mismo Alejandro el que le ayude a recordar. - Andrés se dirigió a su abuela.
Mamalena, ¿puedes hablar tú con Jerónimo? Sabemos que será complicado que lo acepte, después de todo es su esposo.- ¡Ay mijito! Deberían decírselo ustedes. Pero bueno, yo voy a verlo ésta tarde.