Dime la verdad.

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- ¡Buenos días mamá! - dijo una sonriente María entrando al comedor.

- ¡Ay María Inés, me espantaste! - dijo llevándose la mano al pecho. Y luego sonrió cuando vio a su hija tan feliz. Alejandro la venía abrazando por la cintura y le estaba dando un beso en el cuello muy disimulado. Emilia Elena no dejó de notar la complicidad que los unía esa mañana, algo había pasado, era evidente. Pero por ahora nadie podía decir ni hacer nada, su hija debía recordar todo ella sola. Y si era feliz en ese momento, era la único que importaba.

- ¡Buenos días Doña Emilia! - le dijo soltando un poco a María y abriendo la silla para que Ojos se sentara. Luego giró y se sentó al lado de ella.

- Y... ¿como durmieron hija? - le preguntó con aquella típica curiosidad que la caracterizaba.

- Pues bien mamá, muy bien. ¡Se siente maravilloso volver a casa! - sonrió ampliamente y tomó la mano de Alejandro. El le devolvió la sonrisa y le guiñó un ojo.

- ¡Si me imagino mi vida!, ¿Y usted señor Salas? Digo después de tantos días durmiendo en el hospital. ¿Es bueno volver a casa no?

- Si claro señora, ¿cómo no? - le dijo disimulando la situación. Y giró la mirada cuando escuchó la voz de aquella niñita que a él ya le estaba resultando un poco fastidiosa. No lo diría pero realmente estaba hartándose de Lorenza. Era muy insistente, y tenía miedo de sus acciones.

- ¡Ay hija! Ven, siéntate a desayunar con nosotros. - le dijo María en su tono amable.

- No puedo tía, tengo que ir al periódico. - se dirigió a Alejandro tomándolo suave del brazo rompiendo la cercanía que el tenía con María sobre la mesa. - ¿Me llevas Alejandro? - el se soltó disimuladamente de aquel inoportuno agarre.

- No he terminado de desayunar, Lorenza. Discúlpame, además no iré al periódico por unos días. Don Gil me dió unos días para trabajar desde casa, fueron muchos días sin descansar bien en la clínica. Así que aprovecharé estos días con usted señora... - dijo mirando a María y acercándose a darle un beso en la mejilla.

- Mi amor... - le sonrió María y Lorenza echó chispas en ese momento. - Pero, ¿ustedes trabajan en el mismo periódico? - preguntó ella ajena a todo lo nuevo.

- Si tía, trabajamos juntos.

- Bueno no, juntos no. - aclaró Alejandro en un tono nervioso. - ella trabaja con eso de los astros y las estrellas y esas cosas. Yo trabajo en otra sección, amor. - María percibió la incomodidad de Alejandro ante su sobrina, y algo le pareció extraño.

- Bueno entonces me voy. Adiós tía, adiós abuela. - les dijo mirando a Alejandro de mala gana. Tanto Emilia Elena como Alejandro se miraron y María les preguntó.

- ¿Qué pasa con Lorenza? - ambos se congelaron por un momento. Entró Elvia con jugo y café haciéndolos reaccionar.

- Nada, nada mi amor. Es solo que tu sobrina es un poco... pues complicada. ¿No? - le dijo mirando a Emilia Elena y ella le dio la razón mientras tomaba un sorbo de café.

- ¡Ay mija! Tú sabes cómo era esa niña. Muy linda, muy linda y todo, pero bien malcriada y caprichosa. - María volteó los ojos recordando cómo su madre no quería mucho a Lorenza cuando era una niña. Siempre dijo que sería la que le daría más dolores de cabeza a toooooda la familia.

- ¡Ay mamá pero como eres de verás! Yo pensé que ya te llevarías bien con ella. Digo han pasado 6 años mamá...

- ¡Ay no mija! Esa niña y yo, seremos eternamente agua y aceite. Es mi nieta y la quiero, pero no está bien de su cabeza, María Inés.

- ¡Ay mamá por Dios! Bueno ya, ya. Desayunemos en paz.

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- ¡Mi amoooor! - dijo María entrando a la habitación.

- ¡En el baño Ojos, ya salgo! - gritó Alejandro.

Salió con una bata de baño y sonriéndole. Ella ya se había duchado y había bajado un rato al jardín para intentar recordar, revivir algo. Pero nada más que seis años atrás era lo que venía a su mente, recordó la muerte de Mónica y lloró de nuevo abrazada a una de sus plantas, y contándole su nueva pena.

Alejandro se acercó a ella cuando la vio sentada frente al tocador, mirando a la nada. La abrazó por detrás y besó su mejilla haciéndola salir de aquel trance, le sonrió y se recostó en su pecho cuando el se sentó detrás de ella.

- ¡Aaaay Alejandro! - le dijo dando un laaaargo suspiro.

- ¿Estuviste llorando verdad? - mientras le acariciaba los brazos reconfortándola.

- Un poquito. - le dijo haciendo un gesto con sus dedos, y el sonrió.

- Mmmm, tus ojos me dicen otra cosa. Pero me imagino que no ha sido fácil haber recordado la muerte de Mónica...

- Es que... es como si. Cómo si acaba de pasar Alejandro, aunque si, lo recordé. El dolor está más presente que nunca.

- Lo sé Ojos, y no sabes cómo agradezco que a mi si me recuerdes, no recuerdas lo que ha pasado últimamente. Pero si que me amas, y eso. Le juro señora que yo también la amo y no he dejado de amarla en estos 7 años. - le dijo girándola levemente y besando su frente.

- Y yo agradezco que estés aquí, sé qué hay cosas que no puedes decirme todavía, Que los doctores pidieron eso. Pero, Alejandro. Dime la verdad mi amor, por favor... - le dijo mirándolo de aquella forma que lo desarmaba.

- Ojos... Tengo miedo. No quiero mentirte, de verdad no quiero, amor. - y ahí comenzó ella a preocuparse. ¿Alejandro la habría engañado? ¿Le habría hecho daño? ¿Sería por eso que le daba miedo hablar? No, no podía creer que todos esos miedos que tuvo se hayan hecho realidad.

Lo mejor de tu mirada, lo he conocido yo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora