Una noche.

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Ya todo estaba hablado, Alejandro se había mudado momentáneamente a la casa Domínguez y a María la daban de alta en la noche. Lorenza y Consuelo estaban sorprendidas por aquella decisión. Incluso Ignacio decía que era un absurdo, pero un absurdo que no pensaba desmentir. El adoraba a María Inés, así que todo lo que le hiciera bien, el lo respetaba. Fue una decisión de sus hijos. Y su madre estuvo de acuerdo.

Jerónimo se las puso muy difícil, Elvia tuvo que sacar las cosas que quedaban de él. Y ordenar las de Alejandro. Tuvieron que explicarle cada detalle de cómo funcionaba la casa. Emilia Elena fue a explicarle aquello a Jerónimo y si, pegó el grito en el cielo, Sara le ayudó a procesar todo, su salud no estaba como para correr riesgos y hacer rabietas. Estaba bastante delicado, el cáncer parecía avanzar demasiado rápido.

La casa Domínguez tenía un nuevo inquilino. Uno que debía parecer el hombre de la casa. Eso debía ser de ahora en adelante.

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- ¡Mi señoraaaa! - gritó Elvia cuando la vio entrar en una silla de ruedas, habían golpes en sus piernas que aún no sanaban. Había pasado un mes, pero había mucha debilidad por el estado en el que estuvo. Tanto Elvia como Alba corrieron a abrazarla.

- Elviaaa, Albaaa. ¿Cómo están? ¿Cómo está todo por aquí? - sus dos fíeles le sonrieron y la pusieron al día de más o menos todo. Alejandro la ayudó a subir a la habitación y todos la dejaron descansar un rato. Ya se acercaba la hora de dormir y Alejandro aún deambulaba por aquella casa sintiéndose culpable por no decirle la realidad a María.

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- ¡Mi amoooor! - escuchó Alejandro que María lo llamaba desde el pie de las escaleras. Se acercó y la vio sonriéndole.

- ¿Qué pasó Ojos?

- ¿Subimos a dormir? - le dijo estirando la mano hacia el. - Elvia ya subió mi cena, estaba muy rico. Me dijo que cenaste con Alex, pero yo estaba dormida. Quería verlo, y que me explique cómo es eso de que vive en un departamento el solo. - le decía mientras iban subiendo las escaleras abrazados.

- ¡Ay Ojos! Ya Alex es todo un hombre. Aunque bueno, en ese departamento vivíamos los dos cuando llegamos de España. - ella lo miró extrañada.

- ¿España? ¿No estabas en Italia? - el rió y besó su frente, por momentos olvidaba que María no se acordaba de casi nada. Iban entrando a la habitación, ya María tenía su piyama puesta.

- Se me olvida que usted no recuerda todo, señora. Si, amor. Los últimos años estuve en España. Primero Italia, luego España.

Alejandro buscó su piyama. Entró al baño mientras María se peinaba el cabello, se sentía extraño. Estaban viviendo una mentira. Y odiaba eso.

- Mmm, así que muy viajado, señor Salas... - le dijo coqueta.

Alejandro salió y la encontró ya acostada en el lado izquierdo de la cama. Ella le señaló que se acostara y apagaron las luces, quedando una pequeña lámpara encendida.

- Pero siempre extrañándola a usted, señora Ojos. - se quedó unos segundos admirándola y acercándola a él lo más que se podía, con sus dedos delineó cada detalle de su rostro. - ¡No sabes cuánto te extrañé María! - ella sonrió embobada.

- ¡Y yo a ti Alejandro! Cada minuto y cada día de esos dos años que recuerdo. Aunque supongo que te extrañé durante laaaargos siete años. Por un lado es bueno no recordar esos años. ¿No crees? - el la miró sonriendo y negando, estaba loca, pero si. La amaba así, como fuera. - Así no sufro recordando lo mucho que te extrañé durante esos años.

- Pues ya no me va a extrañar más señora, ni yo a usted. Aquí estamos, para siempre, Ojos. - decía el intentando no sentir culpa, por ahora estaba decidido a que María recordara, pero ella parecía haber borrado por completo quien era Jerónimo. Y aunque a él eso lo beneficiaba, también lo hacía cargar con una culpa terrible.

- ¡Te amo Alejandro! - le dijo mientras rozaba su nariz con la de el, y poco a poco se fuer acercando con ese juego típico de ellos, seduciéndose, rozando sus labios muy levemente. Hasta que María se cansó y lo acercó y lo besó. Profundo, un beso necesario, un beso que borró las culpas de Alejandro, y que revivió el deseo en aquella mujer que pasó un mes entero dormida en una clínica. Pronto el beso se volvió insuficiente y se escuchaban pequeños gemidos de parte de María, Alejandro bajó lentamente la mano por su pierna y comenzó acariciarla con aquella complicidad que los unía. Ella solo echaba su cabeza hacia atrás sintiéndolo, sintiéndose nuevamente mujer en brazos del único hombre que la hacía vibrar. El único hombre que la hacía sentir viva.

- Te amo tanto Ojos, ¡tanto! - le decía mientras sus besos descendían por su cuello y besaban cada milímetro de su escote, pronto comenzó a quitar sus prendas. Y María se sintió expuesta, pero segura. Alejandro la hacía sentirse segura, tranquila, la hacía quitarse el pudor, y todos esos miedos que siempre tuvo. Con agilidad se apoyó en el y se subió a horcajadas, el sonrió. Mirándola con aquella sonrisa que solo tenía para ella.

Acarició suavemente su mejilla y María se dedicó a amarlo, amarlo profunda e intensamente. Parecía que su cuerpo si tenía memoria, su cuerpo lo había amado de una manera diferente, como si realmente fueran pasado mucho tiempo sin tocarse.

Alejandro estaba en las nubes, y ella era la Diosa más hermosa que había tenido en sus brazos, la única Diosa.

- ¡Te ves hermosa, María! - le decía mientras apartaba el cabello que caía sobre el. Y descubriendo aquel rostro que estaba disfrutando y siendo mujer en sus brazos.

Lo mejor de tu mirada, lo he conocido yo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora