- María Inés... Hija, ¿estás segura de lo que estás haciendo? - preguntó Emilia Elena con aquel tono inquisidor que siempre manejó, mientras María terminaba de guardar algo en su bolsa.- Y según tú... ¿Qué es lo que estoy haciendo mamá? Solo me voy de viaje con mi nieto, tú sabes que tengo que ir a Ixtapa por los contratos, requieren mi presencia, anteriormente el trato era con Mónica. - le dijo intentando borrar las dudas de su querida madre, pero conociéndola debía saber que Emilia Elena se las sabe todas, y las que no se sabe, se las imagina, y es muy atinada, ya todos lo sabemos.
- ¡Ay María Inés no me mientas! Ya estoy muy vieja mija, te conozco. Éste viaje repentino, que sabíamos debías hacer, pero no justo ahora, al menos no por tanto tiempo. Escuché que le decías a Elvia que te vas por un mes, ¿estás loca? - María subió la mirada y decidió ignorarla mientras iba por algo al closet.
- Mamá, por favor. ¡Claro que me conoces! Y por lo mismo mamá, déjame vivir tranquila por lo menos lo que me resta de vida, o lo que te resta a ti. Y sí, me voy un mes, Diego y yo nos vamos por un mes. El mismo tiempo que Jerónimo estará fuera.
- Ay mija, como me encantaría apoyarte y decirte que todo va a estar bien... Pero es que cómo estás actuando no puede resultar todo bien María, te conozco hija, y me duele que estés tomando esa decisión en lugar de hacer lo correcto. Y lo correcto es hablar con tu marido, y terminar las cosas. Yo solo te pido algo... Por ti, por ambos. - María sabía que Emilia Elena jamás estaría de acuerdo, al menos no así. Así que prefirió mentir, también a su madre.
- Mamita, a ver... No me voy con nadie, sé que no estoy haciendo las cosas bien. Pero, de verdad, no puedo dejar a Jerónimo así de la nada, no ahora. Aunque sé que en éste viaje pueda que haya cambios significativos para ambos, yo no sé cómo dar ese paso mamá. No quiero lastimarlo. No quiero que nadie sufra por mi culpa, mamá. ¿Me entiendes? - le dijo con los ojos cristalinos. A lo que Doña Emilia decidió bajar la mirada y rápidamente la subió acariciando la mejilla de su hija y llegar hasta sus ojos limpiándole una lagrima que escapaba de aquel verde profundo.
- Ya lo sé mi vida... Sé que te duele hacerle daño a los demás, pero si así pasa. No es tu culpa, ¡entiéndelo de una vez! No debes sacrificarte más, pero tampoco actuar de una manera que pueda realmente lastimarlos a todos, no mintiendo, ¡no ocultando mijita por favor! - María la vió y se lanzó en sus brazos como aquella niña chiquita que siempre fue para su madre, cómo aquella niña que no le gustaba la sopa de coditos que le preparaba Emilia Elena, aquella pequeña de mirada profunda. Esa niña que jamás imagino un futuro como el que está viviendo ahora. Esa niña que siempre necesitó de las suaves manos de esa particular señora que nos hizo creer que era mala, pero no. Logró demostrarnos el inmenso corazón que se carga.
- Solo te prometo algo mamá, voy a luchar por mi felicidad, quizás no de la mejor manera, no al principio. Pero te prometo que todo esto valdrá la pena mamá, necesito que me apoyes. Sin ti esto no sería tan agradable. Aunque si decides no apoyarme, también lo voy a entender, solo te digo que no voy a dejar de vivir lo que tengo que vivir por nadie mamá. Por nadie. - María estaba tan decidida que Emilia Elena no pudo refutar nada más, con una suave sonrisa se acercó y la abrazó nuevamente acariciando su cabello. Luego se separó un poco y la miró directamente.
- ¡Cuenta conmigo mi vida! Aquí estoy mijita, promesa de una Domínguez. - dijo levantando la mano y haciendo una especie de reverencia. Ya sabemos que aquí hay sangre de la realeza. Éste estirpe y elegancia de las Domínguez no lo porta cualquiera.