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Cafuné

La mañana era soleada, el viento rodeaba los árboles que yacían en la montaña, en la cuál ambos adultos se encontraban subiendo en un lento y pesado caminar.

— ¿Ya llegamos? - Preguntó quejumbroso. Realizaba la misma pregunta cada dos minutos, y recibía la misma respuesta.

— Falta poco. - Respondió caminando por delante de él.

— No soporto caminar más. ¿El sitio tiene que estar tan lejos? ¿No puede ser aquí? - Apuntó a un pequeño lugar junto a un roble, en el cual peculiarmente había una cabra masticando algo que no podía ver.

—  No llevamos caminando tanto tiempo, deja de quejarte. No falta mucho. - Alentó.

En la mañana Patada se había despertado con buen humor, y tenía intereses de hacer algo nuevo con su alumno ese día. Cuando el menor vino preparado para la pesca le propuso la idea de desayunar en la cima de una montaña que conocía, y consideraba, tenía una vista hermosa.

Manipulens le había hechado un vistazo a la montaña, y con solo mirarla se sentía desalentado, pero no dudó en aceptar, influenciado por la presencia de comida.

Eran alrededor de las 8 de la mañana. El camino era ajetreado, el sol intenso, y los ánimos del menor, muy pocos.

El de mirada rubí sentía sus pies molidos por cada paso que daba, lo asemejaba a caminar entre tuercas. Más de una vez tuvo que sacar una piedra de su calzado. Patada por su parte, llevaba una canasta la cuál tenía el desayuno. Al levantarse preparó algunas cosas fuera de su estilo y sacó frutas que según recordaba, le gustaban al de tez lila. Claro que llevó cuanto pudo, recordando el apetito voraz de su compañero.

Al cabo de 5 minutos llegaron. Y Manipulens no dudó en sentarse en la roca más cercana, respirando hondo. Patada dejó la canasta a un lado para admirar el panorama.

Era tal y como lo recordaba.

— Bueno, detesté caminar, pero la vista sí es hermosa. – Comentó unos momentos después, cuando su respiración ya estaba calmada.

El mayor se arrodilló y sacó la tapa de la canasta, en cuanto el olor llegó a las fosas nasales del menor, no dudó en tomar lo primero que sus manos tocaran y comenzar a devorarlo enérgicamente. Patada por su parte se sentó en el piso de piernas cruzadas, y tomó un bollo picante.

Pasaron alrededor de 20 minutos para cuando ambos ya se sentían llenos; a pesar de eso, Patada comía la porción de una sandía y Manipulens una manzana.

Manipulens miró una vez más el panorama. Realmente el paisaje te dejaba sin palabras. A simple vista la montaña no daba mucho que aparentar, pero una vez arriba, la vista se extendía hasta en zonas que no había recorrido antes. Podía ver el pueblo; el mar; el largo bosque de bambú que recorría cada mañana para llegar a casa de Patada, y curiosamente, la gigante espada incrustada entre unas montañas lejos del pueblo.

— Siempre quise saber sobre la historia de esa espada, ningún libro dice nada más allá de rumores. – Contó, realizando ademanes mientras explicaba. – Supuestamente porque el origen es muy viejo, de mucho antes de que las personas se agruparán y formarán los pueblos ya conocidos.

— Hay quienes dicen que hubo una batalla entre gigantes, y que la espada le pertenecía a uno de ellos. Se rumorea que hay quienes saben de esa historia, pero que si la cuentan, desaparecen.

— Qué tenebroso.

El viento resopló, y las hojas se removieron a su alrededor junto con sus largas melenas. En un momento dejó de mirar el paisaje y su mirada rubí se dirigió hacia el cabello del mayor, observó con interés los bultos flotantes que se movían con el viento, como si fuese relajante de solo presenciarlo.

Durante mucho tiempo el cabello de Patada había sido un fruto prohibido. Claro, el menor sentía orgullo de su lacia melena, le daba aires de grandeza y tenía mucho valor, pero el cabello del mayor le resultaba extraordinario e interesante. De solo verlo tenía la ansiedad de sentir esos mechones turquesa entre sus delgados dedos. Se cuestionaba como sería, ¿Era Suave? ¿Cálido? ¿Frío? ¿Que tanto se podía expandir? ¿Tenía un límite?, no lo sabía, nunca tuvo el atrevimiento de tocarlo.

Por un momento su mente se concentró en la melena ajena. Su mano se alzó lentamente, temía por cómo reaccionaría el mayor, pero si no sentía siquiera un mechón, lo lamentaría durante mucho tiempo.

Sus dedos, ansiosos y con ímpetu, tocaron con cuidado la punta de mechón.

– ¿Qué haces? – Preguntó el de mirada ámbar sin moverse, aún manteniendo su mirada en el paisaje.

Los hombros de Manipulens se tensaron, y se mantuvo estático por un momento, para apresurarse a decir:

– Tienes una hoja en tu cabello. – Farfulló con una sonrisa

El mayor solo comentó " Está bien ", y continuó disfrutando de la vista y del viento apacible que los rodeaba. Manipulens suspiró, dispuesto a continuar su " Trabajo "

Sus dedos, escurridizos, se movieron lentamente en el cabello ajeno, disfrutando de la textura suave que ofrecían.

Tomó un mechon, y se dedicó a acariciarlo con disimulo. Tocó el fondo, y sintió el cuero cabelludo, pudo sentir el liso de los mechones, pudo presenciar de cerca como se ondulaban. A pesar todo, la sensación le resultaba inefable.

Patada por su parte, no esperaba a que terminara de " sacar la hoja " que estaba en su cabello, podía tardar cuánto quisiese, no estaba enfocado en eso. Extrañamente, parecía disfrutar de la situación; parecía relajarlo.

Manipulens no tenía deseos de parar. El cabello del mayor, en los minutos en los que lo ha llegado a tocar, le causaron un vicio. En sus pensamientos había tachado el cabello de Patada como " El más hermoso que ha llegado a ver " .

En un momento, embelesado, había acariciado con cariño la cabeza de Patada, ya para cuando se dió cuenta de la situación, se exaltó internamente.

Tomó la hoja más cercana y la puso a un lado, comentando avergonzado:

– Ya está.

El mayor no reaccionó, y la tarde transcurrió como comúnmente lo hacía.

Sin importar los acontecimientos que procederían a suceder tiempo después, Manipulens sintió que la sensación de sus dedos en el cabello de Patada jamás lo olvidaría.

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Flor De Melocotón || KicknipulensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora