capítulo ocho

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BIRMINGHAM | Narrador omnisciente

Tres meses atrás...

—BALÓN PARA JAMES, JAMES CORRE por la banda izquierda y se la pasa a amelia. amelia regatea, pasa por delante de las defensas y el balón consigue llegar a Cuesta. Lo centra, va a tirar y... ¡Pero bueno!— sonó el pitido del árbitro acompañado de una expresión colectiva en el estadio, y un grito ensordecedor que puso a todos la piel de gallina— ¡María Stones ha aparecido de la nada y se ha llevado a cuesta por delante! Esperemos que no sea nada grave, aunque todo apunta a que Maya Cuesta no va a poder seguir el partido. Eso sí, el colegiado lo ha visto claro y roja directa para Stones y expulsión del partido.

Maya Cuesta estaba tendida sobre el terreno de juego. No recordaba lo que acababa de suceder, es como si su mente lo hubiera borrado de su memoria. Solo sabía que le dolía mucho el cuerpo, todo el cuerpo, y que el dolor era lo único que la mantenía consciente.

—Maya, Maya stay with us. Maya?— oía la voz de su compañera Aisha, pero por más que intentaba enfocar su vista todo estaba borroso.

Pronto dejó de ver figuras, de oír ruidos distorsionados y de sentir dolor. Cerró los ojos durante mucho tiempo y se dejó cargar por alguien. Cuando abrió los ojos de nuevo, parecía que había pasado una eternidad...

—Ay, mi hija, ¿estás bien?— lo primero con lo que se encontró al despertar fue su madre, que tenía los ojos llorosos y solo ansiaba abrazar a su pequeña— Que alegría que hayas despertado.

Maya estaba aturdida, le dolía la cabeza y se sentía desorientada. aún así se dejó abrazar por su madre. Hacía meses que no se veían y en aquel momento se vio incapaz de rechazar un abrazo.

—¿Porqué estoy en el hospital?— preguntó, aunque cuando vio su pierna colgada en una cinta y una herida recién cerrada en su rodilla supo que algo grave debía haber pasado.

En ese momento alguien irrumpió en la sala. Un niño de unos doce años abrió la puerta con ansia, y en cuanto vio a su hermana despierta y totalmente consciente no pudo contenerse y corrió hacia ella, abrazándola como nunca antes lo había hecho.

—¿Mateo?— se dejó abrazar por su hermano, que no quería soltarla. Maya oyó unos sollozos silenciosos y le acarició el pelo— ¿Mateo? ¿Quien eres y que has hecho con mi hermano?— bromeó, y es que no recordaba la última vez en que su hermano la había abrazado.

—Cállate estupida, me has pillado de bajón.—enseguida se separó de ella con una sonrisa mientras se secaba las lágrimas de las mejillas.

Pero el corazón de Maya se había ablandado un poquito al sentir que su hermano se había preocupado por ella, y no pudo evitar sonreír.

Cuando movió la vista se dio cuenta de que su padre también estaba ahí, observándolo todo desde la lejanía.

—Papá...— murmuró con una sonrisa, y el hombre se acercó a ella apresuradamente, abrazándola y besando su cabeza.

—¿Estás bien mi niña? ¿Te duele algo?

—Me siento rara, papá, no se como explicarlo.

—Es normal, cariño, es normal.

Maya preguntó qué le había pasado, pero insatisfecha por las explicaciones que le dio su hermano pidió que le mostraran la retransmisión del partido. Se le puso la piel de gallina cuando presenció aquel golpe tan fuerte que la había mandado al hospital, y la sangre le ardió en cuanto se vio a sí misma caer al suelo, indefensa.

Su madre le quitó el móvil de las manos y Maya se quedó en blanco, mirando a un punto fijo sin pensar en nada. Fue entonces cuando entró su doctor, y por su expresión facial supo que no traía buenas noticias.

TAILANDIA, YOSOYPLEX.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora