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Magnus comenzó a vagar por los alrededores, acercándose a los terrenos en los que estaba la fábrica de tinta

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Magnus comenzó a vagar por los alrededores, acercándose a los terrenos en los que estaba la fábrica de tinta. Afuera se encontró con una multitud de personas sentadas sobre mantas, riendo y charlando de forma silenciosa. Podía notar que se comunicaban de alguna forma, pero no entendía lo que estaba pasando, todos hablaban en su propio idioma que consistía en chisporroteos de magia y algunas figuras que se dibujaban frente a ellos.

Curioso, ladeo la cabeza, debían estar en la hora del descanso, porque tenían cajas de madera que usaban como contenedores para sus almuerzos. Magnus se deslizó entre la multitud sin que nadie le prestara atención, así que, aprovechando en disfraz, comenzó a analizar a los lugareños. A pesar de estar en una zona pesquera casi nadie estaba consumiendo carne, la dieta general constituía un poco de arroz y verduras en vinagre, todo en raciones muy pequeñas. La mayoría cargaba botellas de agua, también de madera, aunque terminaban sirviéndose en otros pequeños vasos de bambú. Debían estar en su hora de descanso.

Rápidamente se encontró con Cecil, que estaba sentado en una manta junto a un hombre joven, bastante atractivo. El acompañante tenía la piel morena, el cabello negro y largo, además estaba usando el uniforme de la fábrica. Esa era la clase de hombre con la que se imaginaba casado a un chico como Cecil, alguien con su apariencia habría sido prometido a un muchacho de iguales condiciones, no a un viejo lagarto como lo era Jeffrey Baker. Solamente una familia en desgracia desaprovecharía la mano de su hijo así.

Como sea, las cosas eran diferentes en la isla, se dio cuenta rápidamente que las opciones de los habitantes de aquel lugar eran limitadas, aunque una belleza como Cecil pudiese encontrar un matrimonio mucho más favorable en la ciudad, Jeffrey Baker era el hombre más rico de la isla después de su padre. Seguramente cuando recibió la propuesta había sido una buena opción.

Magnus observo a Cecil comer, el chico tenía un tubo de bambú con gachas dentro, no parecía una comida especialmente lujosa, tampoco era mucho mejor que el resto y estaba comiendo sentado en el suelo, rodeado de otros hombres. Cecil era una buena opción si quería conocer una perspectiva real de lo que pasaba en las fábricas, así que intentaría hablar con el cuándo estuviera en otra forma.

Estaba a punto de marcharse cuando Cecil se giró a verlo, tenía la boca llena y masticaba descuidadamente, al verlo le sonrió, dedicándole una mirada con cierta ternura. Luego tomó algo que tenía envuelto en un pañuelo y se lo extendió, era un pedazo de pan.

Como estaba en la piel de un perro supuso que era buena idea actuar como tal, así que ladeo el rostro y olisqueo el pan durante unos segundos, luego lo tomó con mucho cuidado y comenzó a comérselo. Cecil continúo mirándolo y cuando se acabó lo que le había dado, le ofreció otra, esta vez Magnus aceptó y se fue caminando rumbo a la fábrica, rodeándolo el edificio para revisar los alrededores. Si había una fábrica, tenía que haber una mina de carbón cerca y le pareció raro que no se la mostraran ni a la distancia.

Estaba a punto de echarse a correr cuando unos brazos lo levantaron en el aire. Magnus soltó un aullido de sorpresa al darse cuenta de que lo estaban cargando, se transformó en un perro mediano, así que no pesaba tanto, pero definitivamente nadie lo había levantado en brazos jamás. En un movimiento brusco se giró, notando que era Cecil quien lo llevaba en brazos. El chico le sonrió y movió los dedos, como intentando acariciarlo, cuando lo puso en el suelo, su compañero ya los esperaba con una cuerda gruesa y lo amarraron haciéndole un nudo en el cuello y pecho para que no se soltara. Luego lo acariciaron un rato y le dieron otro pedazo de pan.

Una belleza caída en desgraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora