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Magnus observó anonadado como Cecil pagaba cinco monedas de cobre por el viaje y le lanzó una mirada asesina al barquero, que le había cobrado cinco de plata cuando llegó

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Magnus observó anonadado como Cecil pagaba cinco monedas de cobre por el viaje y le lanzó una mirada asesina al barquero, que le había cobrado cinco de plata cuando llegó. Luego siguió al muchacho, quien llevaba dos cajas con unos panes bien grandes y esponjosos. No sabía cómo se las arregló para comprar tantos, pero se sorprendió al ver cómo al arribar en el pueblo comenzó a organizar a la gente, para iniciar una repartición improvisada.

Era un pan por familia, pero la gente lo recibía como si se tratara de cien monedas de oro. Los rostros sonrientes desfilaron delante de él y le dedicaron pequeñas reverencias, Magnus contestaba al gesto sin sonreír, observando la situación con curiosidad. Aquila y Venus se habían llevado dos antes de que iniciara todo y también se quedaron con los dulces, estaba seguro de que Cecil iría a cenar con ellos.

Cuando la caja se terminó, algunas personas permanecieron alrededor de Cecil para hablar con él, pero en poco tiempo todos habían vuelto a sus labores. Magnus aguardó hasta que hubiese terminado lo que tenía que hacer y lo acompañó de regreso, Cecil caminaba dando saltitos detrás de él, cargando las cajas vacías en brazos con una sonrisa agradable en el rostro.

—Pensé que los estaba comprando para ti —dijo, refiriéndose a la moneda que le había dado esa mañana. El chico se encogió de hombros, sin agregar nada más.

Ambos caminaron de regreso, la tarde estaba tranquila y fresca, pero de vez en cuando Cecil se sacudía el cabello. Conforme el día se ponía más húmedo, la melena rizada del muchacho se volvía más indomable, parecía que le estaba acalorando mucho. Magnus echó un vistazo a su alrededor, no había nadie, así que tiró de su manga y el puño se desheredó en una tira. Luego le hizo una seña al muchacho para que se detuviera.

—Permíteme —él metió las manos debajo del cabello de Cecil, sus dedos rozaron la piel desnuda del muchacho y este se sobresaltó por el gesto. Sorprendido intentó girarse, pero Magnus le tomó de los hombros, obligándole a quedarse quieto.

Con dedos hábiles trenzaron su pelo, algunos rizos se escaparon, sobre todo los cabellos de bebé que adornaban su frente. Magnus utilizó el listón cómo un adorno que le daba color a su peinado e hizo un moño al final de la trenza.

—¿Qué tal? —preguntó, dándole la vuelta para mirarlo. Cecil frunció su ceño hacia él, tenía la cara roja por caminar bajo el sol y estaba sudando, lo cual acentuaba su mirada hosca.

"No está mal, parece que tienes algunas habilidades después de todo" dijo, negándose a agradecerle por el favor que no pidió, también evitó revisar su trenza y en su lugar reanudó su camino a casa.

—Mis dedos son diestros, cuando quieras puedo mostrarte todo lo que se hacer con ellos —un tono de insinuación se le escapó, después de todo, no era tan buen actor cómo para mantener su fachada de indiferencia por más tiempo.

Quizás era porque estaba en un entorno distinto, pero de repente le costaba recordar sus reticencias iniciales sobre mirar demasiado al esposo de otro hombre. Puede que también se debiera a que un viejo lagarto cómo Jeffrey Baker en lo absoluto se merecía tener una esposa, mucho menos dos y, sobre todo, no a alguien cómo Cecil.

Una belleza caída en desgraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora