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La siguiente mañana decidió observar la vida diaria de Venus y Aquila, no porque tuviera un morboso interés en espiar a una pareja joven en su nido de amor, en realidad quería saber un poco más sobre el incidente con Jeffrey Baker la noche anterior

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La siguiente mañana decidió observar la vida diaria de Venus y Aquila, no porque tuviera un morboso interés en espiar a una pareja joven en su nido de amor, en realidad quería saber un poco más sobre el incidente con Jeffrey Baker la noche anterior. La historia de amor que había escuchado anterior era obviamente una mentira, pero con aquel hombre acosando aldeanos le sorprendía que la gente creyera cuentos de hadas. Entonces llegó a la conclusión de que de hecho nadie creía esas historias y era una narrativa que inventaron para él. Lo que no sabía era si se trataba de una pequeña distorsión de la realidad o era una mentira completa.

Observando a Venus se dio cuenta que el chico no salía de casa, en la madrugada mientras cocinaba, envió a Aquila a cambiar uno par de tomates por flor de calabaza y cuando este se fue, se encerró casi por completo a excepción de la puerta trasera, donde estaba su fogón y su huerto. Durante el día lo vio hablando únicamente con el vecino de la casa contigua, que era un anciano de sonrisa amable.

Durante la tarde Aquila apareció para darse una ducha y dirigirse al huerto privado de los Baker. Ambos pasaron insoportables quince minutos en la puerta besándose antes de que el hombre saliera de la casa. Magnus aprovechó el momento para escapar hacia la habitación que le asignaron con los Baker, el lugar tenía una pequeña ducha rústica afuera, era un cuartito levantado varios centímetros de la tierra, la madera del suelo estaba ligeramente separada debajo de sus pies para dejar ir el agua y había un segundo piso por debajo hecho de piedras sobrepuestas que servían para que no se hiciera lodo. En el techo había una regadera que se activaba con una palanca y por encima una especie de cisterna donde el servicio metía agua de forma manual cada tres días. Afuera del baño había una especie de cuarto pequeño que fungía como vestidor y para su mala suerte, separada de esa construcción, estaba la letrina.

Magnus prefería transformarse en un ave y cagar al aire libre sobre la cabeza de alguien que usar una letrina, pero para su mala suerte tenía sentido del decoro. A veces.

De todas formas, al menos la ducha fue refrescante y aunque extrañaba tener a alguien que lo asistiera al vestirse tenía un espacio para el sólo. Probablemente su paciencia se habría terminado si lo hubieran obligado a compartir el baño.

Cuando salió se encontró a Cecil sentado en las escaleras de la entrada a su habitación. Estaba muy serio, como cada vez que habló con él y su espalda se encontraba imposiblemente recta. Con expresión impasible lo observó salir de la ducha y tronó los dedos, secándole el cabello con magia. Magnus resopló, avanzando hasta quedar frente a él.

—¿Me permite? —preguntó, ladeando el rostro. Las escaleras no eran tan amplias y al tenerlo sentado en medio era imposible entrar a la habitación sin tocarlo. Cecil se puso de pie.

"Vine a buscarlo para continuar con el recorrido" insistió, en el tono hosco, pero profesional que mantuvo la tarde pasada.

—No sabía que teníamos una cita programada —respondió, sonriendo con suavidad en una mueca que, estaba seguro, resultaba exasperante. Magnus tenía muy buena experiencia poniendo de mal humor a los demás. Cecil tomó aire.

Una belleza caída en desgraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora