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—Eres un maldito cerdo ¿Cómo puedes hacer esas cosas al aire libre? No es así cómo te crie —Aster estaba sentado en la cama de una de las habitaciones al fondo de la casa, en el segundo piso, una de las que supuestamente se encontraban deshabitadas

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—Eres un maldito cerdo ¿Cómo puedes hacer esas cosas al aire libre? No es así cómo te crie —Aster estaba sentado en la cama de una de las habitaciones al fondo de la casa, en el segundo piso, una de las que supuestamente se encontraban deshabitadas. A su lado, descansaba Magnus, con la espalda pegada a la pared mientras se comía unas galletas.

—Ay vamos ¿No eres un hombre casado? ¿Cómo puedes ser tan aburrido? Seguramente tu marido sólo se sabe la posición del misionero —se quejó entre risas. Estaba seguro de que un hombre tan estirado como Jude Brummell le faltaba malicia en la cama, su pobre hermano se había casado con un monje de veinticinco años que tuvo su miembro empolvándose toda su vida.

—¿Posición del misionero? ¿Y eso que es? —Aster le miró, frunciendo el ceño. Magnus soltó una carcajada, yéndose hacia adelante.

—Me das lástima hermano, ese marido tuyo no sabe lo que hace —espetó, para luego dejarse caer de espaldas y golpeándose contra la pared en el intento.

—¿Y a ti que te importa? No eres tú quien se está acostando con él —Aster negó con la cabeza}—. No debí perderte de vista, te has vuelto cada vez más irrespetuoso —se quejó cruzándose de brazos, seguro de que esos años de adolescencia correteando libremente por ahí lo dañaron de forma severa.

—Oye, pero ¿qué te pasa? Pensé que habías dejado la rebeldía para convertirte en un marido abnegado, que haces contestándole a un heredero —espetó Magnus, sorprendido por las respuestas de su hermano. Por supuesto, no fue una queja, en realidad le gustó verlo más lleno de vida que cuando se marchó de Hexi hacia la Isla Tortuga.

—¿De dónde sacas esas ideas? Yo siempre he sido así y de todas formas lo importante es ¿Cómo es eso de que papá te echó? ¿Va en serio con el tema del matrimonio con Cecil? —preguntó cambiando de tema, tratando obviamente de desviar la atención. Por supuesto, funcionó.

—Va muy en serio, está furioso y me echó de casa, Cassian me dijo que se encargaría de convencerlo para que me dejara volver, pero se tomará un tiempo en conseguirlo —explicó quitándole importancia al asunto. En realidad, él tampoco tenía muchas ganas de volver, era raro vivir en la misma casa que su rival en el amor, más raro aún que ese rival fuese su padre. Además, todavía estaba molesto ante la idea de que su padre fuera responsable de forma indirecta de todos los sucesos en la Isla tortuga, de repente le costaba trabajo hacerse de la vista gorda sobre la tiranía con la que actuaba.

—Bueno, espero que esta habitación te agrade, no es tan grande como las de la mansión, pero es cómoda —espetó Aster, soltando un suspiro mientras adoptaba un aire pensativo.

—No te preocupes, viví cómo un perro por meses, este cuarto es un lujo —dijo, golpeando el colchón con la mano. El literalmente fue la mascota de Elián la mayor parte del tiempo, por lo que estaba acostumbrado a dormir en cualquier sitio.

—No quiero saber a qué te refieres con eso —Aster le dedicó una mirada de sospecha, luego soltó un suspiro—. ¿Cómo te fue con tu propuesta? ¿Tengo que comenzar a trabajar a mi marido? —preguntó con cautela. Aster era bastante inteligente y seguro se había dado cuenta de la pelea que tuvieron la noche anterior, aunque se hubieran reconciliado esa mañana, era obvio que algo estaba pasando entre los dos.

Una belleza caída en desgraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora