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Magnus subió al bote, sorprendido por el hecho de que la única forma de llegar a la isla tortuga fuera en una pequeña lancha pesquera

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Magnus subió al bote, sorprendido por el hecho de que la única forma de llegar a la isla tortuga fuera en una pequeña lancha pesquera. Dentro apenas cabían cinco personas aparte del conductor, quien aceptó llevarlo por cuatro monedas de plata. El camino no parecía muy lejano, desde la costa se alcanzaba a ver la isla, sin embargo, llevaban treinta minutos navegando y apenas estaban acercándose a su destino. Magnus estaba sentado tranquilamente, usando uno de sus trajes caros, olvidándose de la única maleta que llevó para su viaje. Pronto tendría su primer trabajo como un adulto, había cumplido los dieciocho años un par de meses antes de la boda de su hermano mayor y él estaba ansioso por probarse a si mismo, sin embargo, la emoción comenzó a desvanecerse a lo largo del viaje.

Suspirando su mirada se concentró en un islote que estaba a poco más de medio camino entre la isla tortuga y la ciudad. Magnus levantó la cabeza, llegaría pronto a su destino, pero aquel pedazo de tierra con un volcán echando humo llamó su atención más que las fábricas de tinta. Su mirada fue tan evidente que por primera vez el pescador le dirigió la palabra.

—Es la Isla del sol —dijo con cierta reverencia en su voz y no era para menos, el islote era impresionante y parecía tener una pequeña construcción al pie del volcán. Marcus ladeo el rostro.

—Tener una casa al lado de un volcán no parece la mejor idea —murmuró, recargando la barbilla en su mano derecha. La casita parecía tener las luces encendidas y de la boca del volcán salía el inconfundible reflejo de la lava. De inmediato se preguntó porqué no estaba todo lleno de cenizas.

—No es una casa cualquiera —explicó el hombre, desviando la vista hacia su destino—. Es la entrada al cuartel del gremio Caléndula roja —su voz se escuchó reverencial y temerosa. Magnus abrió los ojos de par en par, girándose hacia el hombre.

—¿Es en serio? —estaba evidente mente sorprendido y escéptico de aquella información.

—Lo es, han estado ahí desde que yo era un niño y el volcán nunca ha hecho erupción —explicó, encogiéndose de hombros.

Magnus volvió a mirar la isla con renovada curiosidad, mientras se alejaba lentamente del lugar. Su mente estaba tan concentrada, que se sorprendió cuando el bote se estacionó en tierra y lo empujó ligeramente.

—Parece que tiene corrillo de bienvenida ¿Cómo dijo que se llamaba? —el pescador parecía sorprendido y probablemente se preguntaba si había perdido la oportunidad de hacer un buen dinero. Él le sonrió, entregándole las monedas, después tomó su maleta y se bajó de un salto.

—Magnus —respondió con simpleza—. Me llamo Magnus.




Efectivamente había un corrillo de bienvenida, Magnus sonrió al ver a la fila de trabajadores, la mayoría estaban usando el uniforme de la fábrica de tinta que consistía en una túnica simple de color caqui, un pantalón de algodón y zapatos de meter sin agujetas. Había aproximadamente treinta personas en diez filas que permanecían inmóviles, esperando a que les dieran una señal para marcharse, todos tenían sonrisas amables en el rostro, pero evidentemente estaban deseando que los dejaran irse de una buena vez. Todos ellos usaban coronas de flores amarillas colgadas al cuello, una señal de bienvenida, según había investigado.

Una belleza caída en desgraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora