Sangre de toro.

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Jules se despierta no tan tarde como quisiera. Ya no puede hacerlo, la fuerza de la costumbre lo ha hecho propenso a despertar a las siete de la mañana, ya sea en el sofá rodeado de papeles y expedientes o en la cama  individual, sin más compañía que las sábanas sudadas.

Abre los ojos y se levanta. Se estira antes de entrar a la cocina y preparar café. Mientras gira la cuchara haciendo espuma marrón, suelta un bostezo. Se sienta en la sala y bebe sin pensar en nada –gracias a Dios-. Cuando termina prende la televisión para sentirse acompañado. Saca la colt y la descarga antes de desarmarla para darle una buena limpieza y una engrasada. En la central lo han hecho ya, pero a él le gusta hacer ese trabajo. Es la manera tácita para relacionarse con un arma. Una relación carnal que se genera a través de los roces con el frío metal, con los rasguños y las balas. No hay lazo más ambiguo que el de un hombre con su arma.

Mientras quita el resorte comienza a pensar en su juventud en Guerrero. La pobreza en que vivía, el aislamiento, las pericias del clima y de la gente. Recuerda que más de una vez lloró de hambre hasta dormir y más de una vez su madre lo reprendió por hacerlo.

-Hay que aguantarse. Cuando no hay, ¡No hay y punto!-decía mientras lo abofeteaba en medio de la noche.

Recuerda a su padre. Sus botas de montar del ejército y su carabina siempre lustrada y lista. Recuerda su mirada vacía a la hora de llegar, sus palabras –nunca decía más que lo estrictamente necesario-, su voz... Jules no recuerda su voz. Recuerda verlo hablar, pero no recuerda el tono en sus palabras.

Enciende un cigarrillo. Es una ocasión especial. Un arma nueva en sus manos y una semana de trabajo completada. Tener cualquier trabajo que te dé para comer es motivo de celebración.  Engrasa la corredera y calibra las miras mientras expulsa el humo sin quitarse el cigarrillo de la boca.

Su padre fumaba. Sí, fumaba unos cigarrillos sin filtro y de papel arroz.

-Faros-dice en voz alta recordando la marca.

Pero su padre fumaba sólo porque eso era lo que se suponía que debía hacer. Inhalaba el humo y lo expulsaba sin ningún placer ni ningún disgusto. Lo hacía mientras limpiaba con un paño el cañón de su carabina. Jules recuerda verlo en la sala rodeado de una aureola de humo, cómo un fantasma en la bruma de un cementerio, mirando su arma con ojos sin brillo y manos tan frías cómo el metal del arma.

Jules se da cuenta de que está haciendo exactamente lo mismo que su padre. Limpiar su arma en la sala fumando un cigarrillo. Se pregunta si eso es bueno o malo. Si todas las cadenas son malas. No sabe que responder.

Apaga el cigarrillo por si las dudas.

Sabe que ha visto los ojos de su papá en otro lado. No en otra persona, pero sabe que esa falta de emociones y sentimientos la ha visto en algún lado. Lo puede asegurar cómo quien ve una serpiente en el campo justo antes de que esta se esconda en una roca. Sabe que esos ojos lo miraron una vez y, a pesar de no estar en el cuerpo de su padre, sintió miedo pues él lo veía a través de ellos. Una ventana oscura tras la cual te mira un extraño mientras duermes.

Jules sube el volumen y se sirve otra taza de café. Mira debajo de la alacena y saca la lata de Tres en Uno para aceitar el muelle y el martillo. Mira la televisión dónde una mujer rubia con pechos planos y discretos habla de la nueva ley que prohíbe el uso de animales en los circos.

Eso es bueno-piensa Jules-. Aunque sea una estrategia política es bueno porque los animales no tienen que sufrir la estupidez del hombre-se toca la mandíbula unos segundos mientras reflexiona-.Aunque... ¿Qué harán con los doce mil animales de los circos? Una solución sería donarlos a un zoológico, pero aun así son demasiados –comienza a pensar lo peor-. Si yo fuera dueño de por lo menos una docena de ellos, los sacrificaría. Es más fácil comprar una caja de balas que transportarlos de estado en estado mendigando un zoológico para mis animales –toca madera para ahuyentar el pensamiento-. Lo último que quiero ver es una noticia con la imagen de un campo despoblado por todo menos por cadáveres de tigres y leones, osos y cebras, llamas y camellos. Porque lo harán, seguro que lo harán. Matarán a esos animales porque ya no les sirven. Y lo harán en alguna zona difícil de encontrar... Sí, circos sin animales y terrenos baldíos llenos de cadáveres. Por lo menos en los toros hacen hamburguesas con ellos.

De Felinos y Hombres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora