SP, ya estoy aquí.

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El destartalado coche personal de Jules sube la rampa hacia la gasolinera. Busca en su cartera un billete de cien pesos, pero sólo encuentra uno de cincuenta pesos.

"Bueno, eso servirá, con eso podemos llegar. De cualquier forma debo ahorrar para buscar mi terreno y las tarjetas de crédito no sirven para ahorrar". Jules paga con el billete de cincuenta pesos y quien le despacha la gasolina lo mira como si fuera poca cosa. Jules no se inmuta y enfila de nuevo por la calle de Arenal. A su izquierda está la base de bomberos y una secundaria pública, a su derecha está el club de golf. Acelera un poco cuando debería de frenar y se vuela el enorme tope frente a la secundaria.

-Ay, ¿Qué no lo viste?-pregunta Sasha.

-Si lo hubiera visto, hubiera frenado.

Siguen por Arenal hasta llegar a La Noria, varios kilómetros más allá. Cruzan las vías del tren ligero, las mismas que cruzara Jules cuando estaba cazando al doctor Kaufman. Llegan a Prolongación División del Norte y gira a la derecha. El tráfico es continuo y pesado y eso pone nervioso a Sasha quien no deja de golpear el suelo con el pie.

-¿Podrías manejar más rápido?

-Podría, pero esta tartana no sé si pueda.

-Por favor, inténtalo.

Jules acelera rebasando coche tras coche, metiéndose como un ratoncillo entre los carriles, recibiendo mentadas de madre e insultos a diestra y siniestra. Se mete entre un tráiler y una camioneta Toyota. Quiere pasar entre los dos, pero el tráiler quiere dar vuelta a la izquierda, lo que hace que se desvíe a la derecha para tener espacio para girar. Jules suelta una maldición y la lámina de la Toyota queda raspada de color azul –el color de su coche- y hundida. Por si fuera poco, la camioneta para evitar que se dé a la fuga, gira a la izquierda prensando el cochecito de Jules quien, sin dejar de luchar, acelera un poco más rompiendo el espejo de la camioneta. Sale a duras penas del abrazo metálico y no duda en pasarse un semáforo en rojo para evitar una persecución.

-Pinche gente-dice Jules mirando en el retrovisor a la mujer dueña de la camioneta que no deja de gesticular maldiciones y de levantarse el codo al espejo de Jules-. ¿Todo bien?

Sasha está aferrado al freno de mano y a la agarradera la puerta. Los ojos cerrados y la cara roja le dan un aspecto casi cómico de no ser por la situación. Abre los ojos lentamente y se echa el cabello hacia atrás soltando un suspiro.

-Tranquilo, muchacho, tranquilo-dice Jules en tono amable-, llevo en esto de las persecuciones más tiempo que tú.

-Eso no es de orgullo. Tú no lo haces por cosas buenas.

-Bueno, ya ¿no? Tenemos que estar en el mismo lado en esto.

-Es difícil, no quiero que me mal interpretes, pero ponte en mi lugar. Estoy confiando mi vida en un verdugo.

-Es lo que más me gusta de la población-contesta irónicamente-, siempre son tan agradecidos con los que apostamos la vida todos los días por ellos.

-Si lo hicieras...

-No quiero hablar más. No puedes juzgar a una persona por su pasado, es injusto hacerlo.

Sasha mira por la venta los faroles creando sombras en el suelo y las paredes. Ve a la gente caminar, de regreso a casa donde los espera un café y una cama caliente, un baño y una cena y, ¿por qué no? El roce de unos labios, unos dedos que les hacen callar y la tibieza de una pareja. Pero también bajo las sombras esperan duendes que acechan a quien pise su puente, trampas de oso que te destrozan la pierna, gente con los sentidos alterados para quienes vale más una botella de alcohol amarillento o un gramo de polvo blanco aderezado con raticida que una vida humana, que un padre o una madre, un médico o un profesor, un futuro genio o un honrado empresario. Todo sucede bajo la órbita de la Ciudad de México dónde cohabita el caos con la belleza en una lucha de poderes que se asemeja al choque de planetas.

De Felinos y Hombres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora