El chico con cola y orejas.

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Los agentes después de ser reprendidos severamente por esa odiosa mujer de cabello desteñido y sucio que, por azares del destino, ahora era su jefa directa, terminaron el informe donde anunciaban el fallo de la misión. Dejaron el equipo en sus casilleras y se pusieron la ropa de civiles bajo la cual llevaban todos la Beretta escondida. Salieron del edifico donde habían llenado el papeleo y pasaron de largo el coche negro sin prestar atención a como dos militares bajaban los cadáveres, productos de esa noche.

-Pues no sé ustedes, cabrones, pero yo voy a Sullivan-dice uno de ellos mirando a ambos lados de la calle y sacando un largo puro de su chaqueta-. ¿Alguien quiere venir?

-Yo voy. Después de esta noche no me vendía mal una mamada-contesta el que ha sido herido en la pierna. Ahora apenas cojea.

-¿Vienes, Jules?-pregunta el primero después de expulsar una bocanada de aire cubano.

-No... hoy no tengo ganas de putas, gracias-contesta. Y es verdad, no tiene ganas de pasar por ese boulevard de perdición donde, siempre que iba, terminaba con la cartera vacía. Mitad por lo que cobraba la prostituta y mitad por pendejo descuidado.

-Últimamente apenas te juntas con nosotros. Desde que llego a nuestra mesa este asunto te has puesto... raro-le da una calada a su puro antes de agregar-. ¿No estarás investigando por tu cuenta, cierto?

-No mames, como si tuviera tiempo para investigar esta mierda-contesta Jules. Eso parece ser suficiente para el agente que fuma quien se encoje de hombres y después se despiden con la mano-. Nos vemos mañana.

Jules camina hacia el estacionamiento mientras que sus compañeros se dirigen en la dirección contraria donde, a intervalos contantes, una nube de tabaco los envuelve.

Sube a su coche y deja el arma en la guantera. Enciende el motor y enfila hacia su casa. Parece tranquilo mientras maneja pero su mente no puede estar más alterada. No, hoy no quería ir a Sullivan, no después de despacharse a esos dos. Siempre que se encargaba de alguien, se sentía perseguido. El rictus de la cara después de la muerte lo seguía como una melodía pegajosa, interpretándose en los rostros de la gente que lo rodeaba. Al inicio de su carrera policiaca ese sentimiento era más fuerte, pero fue menguando aunque nunca ha desaparecido, no del todo.

El radio pasa una vieja canción de los Rolling Stones, Paint in Black pero Jules apenas la oye sobre sus cavilaciones. Sí, su compañero tenía razón: había cambiado cuando este caso había llegado a sus manos, esperaba que no lo notara, pero al parecer su dote para aparentar comenzaba a desvanecerse.

Toma la siguiente desviación hacia el conjunto 'Independencia' que es donde vive. El velador lo mira tras sus párpados casi cerrados a causa del sueño y levanta la pluma. Jules pasa sin saludar.

Sigue dándole vueltas a este caso sin comprender porque nadie ve las cosas como él. Porque todos lo ven como algo normal, como si fuera un asesino más que atrapar o un radical comprando armas para una resistencia de papel contra el gobierno.

¿Por qué sólo él ve las cosas cómo son?

Estaciona frente a su casa y apaga el motor. Abre la puerta de metal y al cerrarla escucha el eco metálico rebotar por todo el pasillo. Es una casa fea, Jules lo sabe. No tiene tiempo para organizar sus expedientes ni limpiar cada tres días. Además ¿por qué hacerlo? En cualquier momento podría sonar su celular anunciándole que lo necesitan en Tijuana para rastrear material nuclear robado. En este país ya nada le sorprende.

Enciende la luz sobre la mesa de la sala y se sienta como todas las noches a leer el expediente. Tiene un cierto encanto natural, como si el expediente estuviera vivo. Recuerda que de niño, en Guerrero, había atrapado una vez a una víbora enorme. Él pensaba que era una culebra corriente pero al llevarla a casa y mostrársela a su madre, esta se puso como loca. Subiéndose a una silla le dijo que la dejara lejos de la casa pues era una boca de algodón. Jules, que en ese tiempo se llamaba Julio, le preguntó que qué era una boca de algodón y su madre le contestó que la dejara lejos, lo más lejos que puedas, Julio, si nos muerde nos morimos.

Así que eso era. Era una víbora venenosa. Salió de su humilde sala y rodeó la casa. Tomó una lata de combustible vacía y depositó la serpiente, sujeta de la cabeza, dentro. Regreso a su casa y le dijo a su mamá que la había matado con una piedra. Ella, mucho más tranquila, le dijo que estaba bien y que si volvía a ver a una víbora como esa, la dejara tranquila.

Todas las mañanas, antes siquiera de amanecer, Jules, entonces Julio, corría a la lata y la sacudía con fuerza hasta que escuchaba a la serpiente sisear enfurecida. Un escalofrío le recorría la espalda al sentir algo tan volátil en sus manos. Dejaba la lata y comenzaba su jornada hasta que, un día, la serpiente no volvió a sisear. Entonces Jules abrió la lata y notó que la serpiente había muerto.

Eso sentía cada vez que miraba el expediente con número 009890. Sentía un siseo entre sus manos. Los demás subestimaban el caso como si fuera algo de rutina, pero él no. Jules sabía que esto era algo diferente, y suponía que la doctora de cabello desteñido también, si no, no se mostraría tan loca al querer al "chico"  en su posesión.

-Chico...-dice Jules en la soledad de su sala atestada de libros y hojas sueltas-. Es que es de película esto. No, no de película; de libro, de libro de ciencia ficción o fantasía.

Coloca el dedo en la página cuarenta y cuatro y lee cuidadosamente el párrafo:

"El sujeto a buscar presenta las características propias de un niño de trece años (Descripción del doctor Kaufman en la pág. 67). Su paradero actual se cree que es la sede de la farmacéutica FarmaFox, al sur de la ciudad.

El sujeto debe ser capturado a la brevedad pues es de vital importancia para el CISEN por la enorme contribución que puede ofrecer al país. Aquel que tenga la oportunidad de capturarlo debe garantizar hacerlo sin riesgo para el sujeto..."

No sólo nos piden que lo capturemos-piensa Jules-, sino que tratemos con pinzas al bastardo.

"...de lo contrario no sólo NO recibirá mérito sino que se tomará como agresión al CISEN el daño que pueda recibir el sujeto."

Y a continuación lo más dramático. Jules no concebía como un detalle así, así de descabellado, fuera algo con tan poca atención. Apenas tenía un renglón de largo y, entre tanto expediente, podía ser un detalle fácil de pasar desapercibido.

"El sujeto presenta dos anomalías que destacan: Orejas de felino de color negro y una cola del mismo color, igual de felino."

Eso era todo.

O Jules había leído demasiada ficción en su vida o el CISEN quería darle menos importancia de lo que merecía. Esto iba más allá del espionaje industrial, que era como se los había planteado la doctora. Esto rayaba en los límites de la cordura científica.

El resto del expediente era mierda literaria. Incluso la descripción del doctor Kaufman era pobre y descuidada.

Jules se tira en el sillón y enciende el televisor no para verlo pero para escuchar un murmullo que lo distraiga de su agitada mente. Un pastor habla de cómo la salvación está a un teléfono de distancia y que Jesús desprecia el dinero, por eso, todos aquellos que quieran ser salvados deben darle su números de tarjetas de crédito –aceptamos American Express- para poder satisfacer las carencias de nuestros hermanos menos favorecidos.

-Un chico con cola y orejas de gato-dice Jules mientras mira al techo desde el sillón. Ahora se le antoja muy alto-. ¿Qué tan difícil puede ser encontrar a alguien así?

Imagina como puede ser un chico-gato. ¿Le gustará la comida de gatos? ¿El pescado? ¿Cagará en una caja de arena? ¿Le maullará a la luna?

Decide que, sea como sea, es una amenaza para la sociedad. Alguien así no puede hacer sino crear pánico. Comienza a pensar cuál sería la mejor estrategia para atraparlo pero su mente no va más allá de colgar un pescado de una caña de pescar y esperar a que pique el anzuelo. Está demasiado cansado, cansado mentalmente.

Se queda dormido y en sus sueños no tardan en aparecer las caras de los muertos que se ha cargado hoy. Estuvo tan lleno de adrenalina durante el tiroteo que no se percató que el copiloto, el que abrió las puertas de la camioneta y después fue mandado al más allá con un disparo en la cabeza, era el mismo doctor Kaufman. 

De Felinos y Hombres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora