Whisky con Red Bull.

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En el coche van Jules, Damián, Ram y Pilar. Ella va en la parte de atrás y sus ojos no dejan de brillar. Mira por el retrovisor a Jules, que va manejando haciendo más incómodo el momento. El silencio es pegajoso pues quizás tienen entre manos a algo que los rebasa a todos ellos sin siquiera saberlo. Cruzan Reforma y toman un retorno en la Diana Cazadora. Siguen derecho por Reforma cruzando primero el Auditorio Nacional y después el campo militar número uno. Toman una desviación a la izquierda y en el monumento a la expropiación petrolera encuentran una incorporación saturada de coches. Jules se forma pacientemente a lo que Pilar responde con:

-¿Qué haces, pendejo?

-Estoy formado.

-Pues avanza, güey, tenemos que llegar rápido. Enciende la sirena.

Jules lo hace apretando el volante con todas sus fuerzas. La disciplina militar y el respeto a los rangos está muy arraigado a su sangre, pero Pilar empuja los límites.

La sirena se escucha potente y los coches se abren paso, o algunos lo hacen, lentamente. Pasan el embotellamiento y siguen por periférico rumbo al sur hasta tomar el segundo piso que los lleva a Santa fe. Pasan los complejos comerciales, los penth-house, los restaurantes de comida cien por ciento vegetariana orgánica extra light sin gluten y enfilan hacia Constituyentes. Las casas no son penth-houses pues apenas se sostienen en esqueletos que son completamente visibles en la luz del día. Se vuelan un tope y el parachoques trasero saca chispas al chocar contra el pavimento.

-¿Tienen las jeringas?-pregunta Pilar con la voz temblorosa.

-Sí-contesta Damián a un lado suyo.

-Entonces úsenlas. Por el amor de Dios no vayan a comprometer al SP.

-De acuerdo-agrega Damián. Ram, por su parte jala la corredera de su M4 que suena con un chasquido alerta.

Se meten en un callejón de calles y las vulcanizadoras y talleres mecánicos con autopartes de dudosa procedencia se extienden a ambos lados de la calle. Es como llegar a tierra de nadie.

Entran en la misma calle que la vez pasada, dónde está la tienda de empeños. Bajan del coche todos, incluida la doctora con bata blanca como si a alguien le importara un bledo saber que es doctora. Todos los científicos son iguales, parecen sacerdotes presumiendo sus faldas como si eso los hiciera sentirse más importantes, diferentes, casi, casi como si de un fraternidad universitaria se tratara.

-¿Dónde está...?-pregunta Jules al sobrino del Perro que está en el mostrador mirando un reloj. Levanta la cabeza rápidamente y señala la puerta trasera.

-Allá atrás-contesta y se echa a un lado cuando pasa el singular grupo. Ram lo finta al pasar con la cabeza y el sobrino del Perro se echa a un lado.

-Putito.

Damián le da un empellón para que se mueva y para que no diga esas cosas que le hacen sentir escozor observado.

Salen por la puerta a un callejón de tabiques grises decorado con bicicletas oxidadas y bolsas de basura apiladas. Caminan a la derecha evitando el tendedero que se extiende a la altura de sus cabezas y entra a una puerta de metal sin pintar a la izquierda. Entran en un almacén grande con techo de lámina. En una esquina hay varias docenas de llantas apiladas. El interior huele a humo y a caucho mezclado con grasa. En una mesa unas personas miran un televisor pequeño que emite más estática que imagen. Al acercarse uno de ellos, El Perro, se levanta y los antecede.

-No estuvieran asaltando a alguien porque si no, no llegan-dice con una amplia sonrisa.

-¿Dónde está? ¿Dónde está el SP?-pregunta apresuradamente Pilar.

De Felinos y Hombres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora