El último día normal.

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El día es caluroso. El sol llena casi todos los escondites donde la oscuridad suele habitar. La gene camina por las aceras sudando mientras que los afortunados con automóviles encienden el aire acondicionado mientras miran las placas del coche de adelante. Siempre ha tráfico en la ciudad, es algo intrínseco con lo que uno nunca aprende a vivir.

Periférico, la negra serpiente que rodea a la ciudad nos conduce hasta Santa Fe. Llegamos a un edificio enorme precedido por un amplio jardín custodiado por dos vigilantes con ropas negras. De lejos parecería la sede de alguna organización importante hasta que nos acercamos y vemos que es una escuela. Sus paredes de cristal muestran a chicos adolescente caminar por aquí y por allá con libros en las manos y mochilas a los costados colgadas alrededor del cuello. El escudo -la cabeza de un lobo con dos flechas cruzadas debajo- se muestra imponente sobre la entrada principal. Preparatoria Reis dice con letras doradas. Es de esos edificios llamativos que se mantienen en esa delgada línea entre lo vulgar y lo elegante haciéndolo casi hipnótico.

Por los pasillos vemos que los chicos son iguales en cualquier escuela, quizá lo único que cambia son las ropas. Todos hablan de la película de moda, del próximo concierto, de cómo la política lleva al país a la ruina y de cuál es la mejor posición para coger. Prácticamente son adultos ya, pero aun tienen esa nobleza y altivez de la adolescencia. Si no fuera por el uniforme muchos dirían que son alumnos en la Universidad del mismo nombre.

Caminamos hasta llegar al patio trasero que es donde están las canchas de futbol, soccer y tenis. A nuestro lado izquierdo una pirámide humana práctica para apoyar al equipo de futbol el próximo viernes por la noche. Es un partido importante, son los play-off antes de las eliminatorias. Reis se enfrenta a Guardias Presidenciales. Las apuestan son casi iguales. Será un gran juego.

Caminamos por la pista de atletismo hasta llegar al otro extremo donde se encuentra la cancha de soccer. Miramos como los jugadores corren de un lado a otro como si fueran inmunes a este calor. El balón gira de un lado a otro hasta que llega a los pies de Sasha quien corre con él hasta la portería contraria y, cerrando los ojos y arqueando su espalda, suelta un escopetazo que da en el travesaño haciendo vibrar toda la portería. Suelta una maldición pero no hay tiempo que perder. Corre de nuevo detrás del balón.

Miramos el espectáculo que nos hace desear ser buenos jugadores para entrar a la cancha y divertirnos. Pero eso es imposible. Estamos en este mundo solo como espectadores. Es como un cine, vemos a los actores y a la pantalla, pero ellos no nos ven a nosotros. No sienten nuestra presencia ni advierten nuestro aliento.

Uno a uno los jugadores comienzan a caminar en lugar de correr marcando el fin del partido. Sasha al final anotó un gol y eso lo hace sentir feliz. Camina a los banquillos a un lado de la cancha y se quita la playera más para presumir que para deshacerse del calor, pero él finge que es al revés. Se quita los tacos morados y se pone unos tenis convencionales. Unas viejas zapatillas nike de tele negra. Conversa con sus amigos:

-¿Vas a ir al juego del viernes?-pregunta uno de ellos.

-No creo. Mi novia quiere ir al autocinema-contesta Sasha poniéndose una playera limpia.

-¿Aún existen esas cosas? ¡Creí que habían desaparecido en los sesentas!

-Pues al parecer no. Pero me dices quien gana, ¿vale?

-Claro-contesta su amigo y se pone la mochila al hombro-. ¿Vas para tu casa?

-Sí, quiero bañarme para quitarme este condenado calor-lo cual el cierto.

-Vale, pues nos vemos mañana-se despide su amigo y se pierde al entrar al edificio de cristal.

Sasha da un sorbo a su Powerade antes de ponerse en marcha. Camina lentamente al pasar por el quipo de animadoras. Sin discreción las mira de arriba abajo y luego se va. Cruza el edificio de cristal y sale al estacionamiento. Busca en el cielo alguna nube que pronostique lluvia, pero nada; un cielo desierto y tan seco como el Mojave. Abre su coche que despide un calor interno como una exhalación. Baja las ventanas antes de entrar. Conduce por el carril de en medio y lo hace de manera cortés, algo digno de recalcar. Toda persona que aprecia su vida y no la arriesga de una manera tan pendeja como acelerando de regreso a casa es algo digno de recalcarse. Avanza lentamente hasta llegar a su fraccionamiento, saluda al policía y entra.

De Felinos y Hombres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora