No. 1.3. Hong

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Goteo.



Goteo.




Goteo.



Arrodillado, Hong se aferró con fuerza al regazo de su padre, presionaba su cabeza contra esas piernas inmóviles, jadeando, apenas respirando lo suficientemente lento para que resquicios de aire entraran a sus pulmones, era como si se ahogara en cualquier momento; sus garras se enterraron en la carne cálida perforando laa piel hasta que la sangre se escurrió entre sus dedos.

¡Le hago daño! ¡le hago daño! ¡Le hago daño! ¡le hago daño! ¡Le hago daño! ¡le hago daño! ¡Le hago daño! ¡le hago daño! ¡Le hago daño! ¡le hago daño!, el terrible pensamiento lo horrorizaba, estrujaba su corazón hasta comprimir su pecho y sofocar su respiración tambaleante, aún así, esa dolorosa sensación torturante lo aliviaba, le hacía sentir un poco menos culpable, un poco menos malvado.

"P-Perdón...perdón", murmuró, suplicante, tan hipócritamente herido, encontrándose incapaz de soltar ese agarre que lo lastima.

La sangre sigue goteando, ha formado un pequeño charco bajó sus rodillas, la sangre se ha secado y ha vuelto a empapar sus brazos varias veces. Huele tan dulce, Hong saliva sobre las rodillas de su padre, obligandose a no beberla.

No era un monstruo...

No del todo.

No todavía.

"No me odies", murmuró, rehusandose a parpadear, con las lágrimas empañando sus brillantes ojos dorados.

Goteo.

Goteo.

"...".

El humano solo es un espectador silencioso, observa el inmenso jardín por la gran ventana, ignorando su existencia. La villa estaba llena de grandes ventanas con una vista sin obstáculos del cielo.

Mostrándole la libertad del mundo y negándosela.

¿En qué momento te perdí...? Cale se estremeció y bajó la cabeza. Hong ahora sostenía su mano, esas garras inhumanas se aferran dolorosamente a su mano, atravesando la piel enfermisamente pálida. Su mirada se encuentra con esos ojos y Cale se quiebra. No llores, pensó, apretando los labios para que esas palabras no salieron a de su boca. Prometí que te haría feliz, así que no llores.

"P-Por favor, no me odies", suplicó Hong, parpadeando en el momento justo en que esos ojos se enfrentaron a los suyos, para que viera sus lágrimas, para que se diera cuenta de que lo lastima. Para que Cale vea su dolor y sufra.

Quería que su padre viera que le rompía el corazón.

El humano extendió su mano libre y acarició la mejilla del niño con premura. "No podría odiarte", su tono era suave, goteando la amorosa sinceridad que es específica de los padres.

Hong se atragantó con un sollozó, las lágrimas finalmente cayeron de sus ojos, fue tanto el alivió de esa promesa, que no pudo seguir soportando.

Cale limpió las lágrimas de Hong, su tacto fue delicado, en extremo gentil. "Eso no significa que te ame o te perdone".

Fue como si el mundo se detuviera, ahí, en ese preciso momento dónde su padre deja de amarlo y Hong se da cuenta, de que fue culpa suya.




El tesoro que con celo protegen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora