No. 1.17. Las consecuencias de sus actos

488 56 19
                                    









"¿Por qué los sirvientes son diferentes?".

Alberu se detuvo, la sangre aún no se había secado en el piso del estudio, la alfombra estaba siendo recogida por mucamas temblorosas y terriblemente pálidas, una de ellas, la más joven, temblaba como un animalito asustado al levantar la alfombra y ver la sangre gotear en el piso.

"Deberías estar en el norte, con Eruhaben-nim", el emperador se giró un poco, sin darle la espalda a las sirvientes que limpiaban su estudio. "¿Por qué regresaste tan pronto?".

¿Eruhaben-nim volvió contigo?

Raon observaba fijamente la alfombra con sus grandes ojos azules, parecía incapaz de apartar la vista de la sangre.

"¿Por qué los sirvientes son nuevos, mestizo?".

Alberu sonrió, enternecido con el patético intento de Raon por molestarlo, ese infantil intento por meterse bajo su piel. Cale lo educó bien, tarareó, pensativo. Un niño bien educado, sensato, inteligente...cada día se parece más a Cale, pensó, sonriendo satisfecho.

"Si te miento, mirándote a los ojos y portando está sonrisa, ¿me creerías?", Cuestionó, cruzando los brazos en una postura suelta que lo hizo ver tan relajado, tan abierto incluso a las preguntas más difíciles.

Raon respiró hondo, su expresión vaciló, observando la sangre con ojos cristalizados. "S-Son personas...".

Alberu dejó de sonreír. "Déjanos solos".

Las mucamas cargaron la alfombra y salieron rápidamente, evitaron mirar al maestro, evitaron ver al niño, solo querían salir de ahí, dónde el aire es demasiado pesado y la sangre nunca desaparece.

Todos los sirvientes temen al estudio del maestro.

"Raon", Alberu lo llamó con firmeza, imitando el mismo tono que Cale usaba cuando el niño se espaciaba, demasiado perdido en sus propios pensamientos para recordar que sigue existiendo fuera de ellos. "Raon".

"Deja de decir mi nombre con tu sucia boca mentirosa", mordió Raon, enfrentando sus ojos artificiales. "Mataste personas aquí...¡Derramaste sangre en el santuario de papá! ¡¿Que harás si él se entera?! ¡¿Cómo le explicarás esto?!".

Los dragones...estos dragones, son como humanos con escamas, piensa Alberu, presenciando con interés, el pequeño derrumbe de Raon. Emocionales, demasiado emocionales para tener tanto poder...

El momento en que Raon empezó a tener dudas, Alberu lo supo. Estuvo vigilandolo cuidadosamente como para pasar por alto ese momento de debilidad, porque no podía permitir que Raon vacilara, el pequeño niño amado de Cale no podía tener dudas.

"Cale iba a suicidarse".

¡Crack!

Los fragmentos del florero se esparcieron en el piso cuando Raon retrocedió, golpeando una mesa y tirándole.

"Mentiroso...mentiroso, no me mientas, ¡No me mientas!", gritó, señalando el rostro de Alberu con su tembloroso dedo humano. "¡Él no lo haría! ¡No nos abandonaría! ¡Nos ama! ¡No podría irse porque nos ama!".

Raon abandonó la habitación con pasos desordenados, como si el impacto de la confesión de Alberu hubiese sido tan grande como para perforar su corazón de granito.

Cada día se parece más a Cale, pensó, decepcionado.



][


Cale abrió los ojos levemente, consciente de la pequeña presencia a su lado. Se encontró con la mirada triste de Raon. El niño acariciaba con suavidad su cabello disparejo, intentando enrollarlo, estirarlo y notando con angustia, que era demasiado corto ahora para sostenerlo.

"¿Que estás haciendo?", cuestionó, cerrando los ojos de nuevo, lo suficientemente cansado para dormitar, cada vez más confuso, hasta que pareció dormir de nuevo.

Raon no dijo una sola palabra, queriendo que el humano durmiera, parece que no lo ha hecho en mucho tiempo.

"Tranquilo, papá", consoló, acariciando con cariño la cabeza del humano. "Estoy aquí ahora, v-vigilaré tu sueño", la voz de Raon se rompió, mientras gruesas lágrimas caían por su rostro. Se acostó al lado de su padre y busco refugió en su abrazo.

Sollozo.

Sollozo.

"Estoy aquí", susurró Cale entre sueños, palmeando con cuidado la cabecita de Raon. "Estoy aquí".

Sollozo.

"Papá está aquí, niño tonto".

Raon se aferró a su humano, sollozando en su pecho.

No me dejes.

No me dejes.

No me dejes.

No me dejes.

No me dejes.

No me dejes.

N-No me dejes.

Estoy cansado de estar solo.

"P-Papá...", Raon sollozó, obligando a Cale a abrir los ojos. "Papá".

"Estoy aquí, niño tonto".

Raon restregó su cabeza contra el pecho de Cale, enterrando sus dedos temblorosos en la cintura del pelirrojo, dejando moratones de los que el humano nunca le hablaría. Abrió la boca y no pudo producir ningún sonido, el nudo en su garganta había vuelto, asfxiandolo. Pero...pero debía decir...debía decirle las palabras, era necesario, de otra forma, Cale lo culparía.

Necesitaba su perdón.

Lo necesitaba desesperadamente.

"L-Lo siento".

Cale dejó de abrazarlo, como si sus brazos hubiesen perdido fuerza. Su mirada, tan suave como el algodón era tan profunda ahora.

"Lo siento", habló más fuerte, sintiendo un dolor en el pecho que no había estado ahí antes.

Cale nunca había podido soportar verlos llorar, le era aparentemente imposible.

"H-Humano, pe-erdón".

Las lágrimas cayeron de los ojos de Raon, no intentó levantarse, no se creía lo suficientemente fuerte para soportar la mirada en los ojos del humano. Con sus ojos tan amplios, tan rotos y cristalizados, el dragón gritó con desesperación.

"¡Perdóname! ¡Por favor, perdóname, papá!".

En el momento en el que no aceptó sus disculpas es fácil saber que dejó de amarlo.



El tesoro que con celo protegen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora