No. 1. 24

461 59 30
                                    










Lo vi marchitarse.

Vi la luz en sus ojos apagarse, como una estrella moribunda en el último instante de su vida.

Yo ayudé a apagar esa estrella.

Lo hice con mis propias manos.

Aún recuerdo la calidez de su sangre en mis manos.

Yo escuché sus últimos latidos, los sostuve en mi palma.

Y-Yo...yo los sostuve en mi palma.

(Sollozo).










][



Acerqué la cuchara a sus labios, he repetido el mismo movimiento las veces suficientes para que mi brazo se haya adormecido.

"Por favor, come", le pedí, de eso he perdido la cuenta, de cuántas veces le he suplicado que abra los labios y coma, necesito que coma. "Un poco, solo un poco". La garganta me duele, los ojos me duelen, el corazón me duele.

Él ni siquiera m-me mira ahora...

"Yo...yo...", Solloce, como si aún fuese un niño intimidado por el mundo; restregue mis ojos con vergonzosa torpeza, sin saber cómo limpiarlos, estaba demasiado acostumbrado a que papá limpiará mis lágrimas como para saber hacerlo por mi mismo. "E-Está bien, yo no...yo no comeré hasta que tú comas".

No hubo respuesta, ni el más mínimo movimiento que indicara que la declaración de Raon afectará al humano. Está actuación, hizo que Raon aceptará que ya no le importaba a papá.

Cale ya no se doblegaba ante sus súplicas o sus divagaciones. Ya no se quebraba ante su llanto. Se rehusaba a mirarlo, a hablarle.

Era como lidiar con una muñeca de porcelana, que se ve hermosa pero está fría, que te permitirá tocarla, amarla y violentarla tanto como quieras, pero que no emitirá un solo sonido.

Que te dejará hacer todo con ella y no se negará.

Porque no puede.






][





¡Crack!

Raon respiró hondo, observando el vaso fragmentado en la alfombra, el agua extendiéndose hasta oscurecerla. Observó su propia mano temblorosa, más delgada y más pálida que hace cincuenta y dos días. Cerró en un puño su mano, incapaz de detener el temblor interminable que debilitaba su agarre. Su entrecejo se arrugó, sus ojos brillaron con lágrimas y sus labios temblaron. Respiró hondo, adentro y afuera, adentro y afuera, y ese pequeño esfuerzo por respirar menguó su fuerza.

Ophelia, la mucama que los servía, se arrodilló a sus pies y limpió el desastre.

El dragón negro tragó, avergonzado cuando el olor de la comida hizo rugir su estómago vacío. Raon alzó la cabeza y se enfrentó a su padre, que miraba por la ventana, ignorandolo.

"Papá, papá", lo llamó, con voz ronca. "¿Podrías comer ahora?", pidió, dandole una sonrisa rota que solo lo hizo lucir más lamentable.

Cale ni siquiera intentó mirarlo, aún parecía incapaz de decirle siquiera una palabra dura a Raon y ya no le quedaban palabras amables.

¿Sabes lo mucho que debieron lastimar a Cale, para que alguien que odia tanto el dolor del hambre, se rehúse a comer?

"Unos pocos bocados, por favor", nada, nada. "Tengo hambre, papá", Raon ni siquiera tenía que forzar las lágrimas, cada vez que estaba en presencia de Cale, era como si no pudiese controlar su corazón.

El tesoro que con celo protegen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora