UNO

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Camelia

La Niña. Todos creen conocerme, pero ninguno lo hace, ni siquiera mi familia. Esa que se alejó de mí cuando sólo tenía quince años. Mi mundo se vino abajo, pasé de tener unos padres presentes, un hermano increíble, unos tíos que me amaban y unos primos que adoraba, a no tener nada. Me quedé sola. Absoluta e increíblemente sola. Cuando yo tenía quince años, alguien atacó a mis tíos, que en realidad eran los mejores amigos de mis padres, en su propia casa. Los asesinaron a sangre fría, Marcelo y Mikel, los hijos varones, quedaron gravemente heridos. A Yara se la llevaron, sólo para devolverla, meses después, muerta.

Yo... Realmente creí que esta tragedia nos uniría como familia, pero no fue así. Mi hermano se alejó de mí, se centró en su trabajo y en cuidar de Mikel, le dio a él todo el amor que, al parecer, yo no merecía.

Dos años más tarde, cuando tenía diecisiete años, mis padres volvieron de uno de sus múltiples viajes, mi hermano invitó a nuestra casa a unos nuevos socios, unos italianos. Raffaelle, Ginevra y Niccòlo Barccola. Fue cuando lo conocí, él tenía veinticuatro años, siete más que yo. Quedé prendada, todo lo que Niccòlo hacía o decía me parecía extraordinario, él me prestaba la atención que tanto deseaba, se preocupaba por mí. Me fui enamorando de él poco a poco. Un año más tarde, en mi dedo anular, lucía un hermoso anillo de compromiso. Estaba comprometida con el hombre que tanto amaba, el hombre que me sacó de aquel pozo oscuro y lleno de soledad. Estaba tan emocionada por esta unión, Niccòlo me llevó de paseo por Río para celebrar nuestro compromiso, me invitó a cenar a un restaurante increíble y después me llevó a una suite en un hotel lujoso, había pétalos de rosas rojas por todo el suelo y la cama.

Iremos despacio.

Eso fue lo que susurró en mi oído. Esa noche, me entregué a un hombre por primera vez. Niccòlo me trató con tanta delicadeza y amor, me sentí tan amada, tan cuidada y protegida. Fue la noche más feliz de mi vida.

Mi madre y la madre de Niccòlo, Ginevra, me ayudaron con los preparativos de la boda. Tardamos cerca de un año en tenerlo todo listo, nada había cambiado en ese año. Niccòlo y yo seguíamos tan enamorados como al principio, puede que yo estuviera incluso más enamorada de él. Teníamos un ático listo en Nueva York, tendría que mudarme hasta allí, pero no me importaba, estaría con el hombre de mi vida.

El día de la boda llegó, me enfundé en mi precioso vestido blanco de princesa, mi maquillaje era perfecto. Las luces, las flores, la hora, justo al atardecer sería nuestra boda, todo estaba siendo tan hermoso.

Hasta que mi padre entró en la habitación de la iglesia, donde me estaba preparando, con el rostro descompuesto. Creí que le había pasado algo a mi madre. Sí, ella no estaba bien, definitivamente nadie lo estaba. Mi padre me acogió entre sus brazos y me contó lo que estaba pasando. Obviamente no le creí, no podía ser cierto. Conocía bien a Niccòlo, él jamás me haría algo así, me amaba, era su mujer. Ante mi negativa, mi padre sacó su móvil del bolsillo de su pantalón y me enseñó la noticia.

"Niccòlo Barccola y Corina Ramazzotti se unen en santo matrimonio en la catedral de San Juan el divino."

El móvil resbaló de mi mano, no sin antes ver la fecha y hora de la noticia y la foto principal. Era de hoy, del mediodía. Niccòlo y esa mujer aparecían sonrientes, sus padres estaban allí. No había sido una boda no planificada.

Caí de rodillas al suelo, pude oír mi corazón romperse en mil pedazos. Ni siquiera podía llorar, sólo estaba enfadada, confundida y asqueada.

Mis padres me sacaron de Nueva York ese mismo día. Fue Bastian quien se encargó de los Barccola. La única explicación de Raffaelle fue que Niccòlo no estaba feliz conmigo y que había conocido a otra mujer que lo hacía verdaderamente feliz. Se disculparon por no haber dicho nada hasta que fue demasiado tarde. Bastian quiso vengarse, pero nuestro padre lo detuvo, le debíamos la vida de mi hermano, el estúpido honor los detuvo a ambos. De nuevo, yo había sido desplazada a un segundo plano, volvía a estar sola. Me juré a mí misma que nadie más me pisotearía, la Camelia que una vez existió, la que sufría por la soledad, había muerto. La nueva Camelia había nacido para disfrutar de la vida, una vida que merecía. Comencé a salir, a vivir, disfruté del sexo, de las fiestas, de los viajes. Dejé atrás a todos los que me dejaron atrás a mí. Desde ese día sólo existía yo, Camelia Da Silva "La Niña".

LA NIÑA #3.1 [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora