Camelia
Exprimo las últimas naranjas, me he levantado antes que Marcelo. Quería prepararle el desayuno y darle una sorpresa. Anoche fue increíble, nunca había sentido lo que él me hizo sentir, apenas dormí, me tuvo toda la noche abierta de piernas. Pero no me importa, me lo pasé muy bien, Marcelo sabe lo que hace. La puerta de la habitación se abre, él sale con el torso desnudo, lleva únicamente unos pantalones cortos de baloncesto. Es sumamente enorme.
—¿Qué haces?— me pregunta.
Ladeo la cabeza a un lado.
—¿A ti qué te parece lumbreras?
—Podría haber hecho yo el desayuno.
—No es la primera vez que lo hago, hice uno para toda la familia de Sandra y Dani.
—¿Y no se intoxicaron?
—¿Y no se intoxicaron?— lo imito con burla— Quedaron encantados, Indiana Jones.
Frunce el ceño.
—¿Indiana Jones?— me pregunta.
—Sí, tienes un látigo entre las piernas— respondo con una sonrisa.
Marcelo se ríe.
—¿Quieres ir a algún lado?— me pregunta.
—Sí, podríamos ir a ver la ciudad, nunca he estado en Montreal.
Marcelo asiente.
—¿Cómo está tu hombro?— me pregunta.
Me quita el apósito y examina mi herida, le meto un trozo de tostada con mermelada en la boca.
—Está bien— respondo— Anoche no me hiciste daño, ya te lo dije.
—Tengo que asegurarme de que estás bien siempre, ángel.
Acaricia mi mejilla con su pulgar.
—¿Por qué nunca te has acercado así a mí?— le pregunto— Me he sentido sola durante años.
Marcelo rodea mi cuerpo con sus brazos, descanso mi cabeza en su pecho.
—Creí que no querías que, precisamente yo, me acercara a ti. Mikel parecía no gustarte.
—Mikel me gusta, tú también. Sólo tenía celos.
—Lo siento, te dejamos sola, no hay justificación para nuestro comportamiento.
—Está bien, no importa.
—Lo hace, ángel. Te empujamos a los brazos de...
—No— mi voz se rompe— No digas su nombre, por favor.
—¿Todavía te duele?
—Sí.
—¿Sigues enamorada de él?
Niego con la cabeza.
—El amor que sentía por él se acabó el mismo día que me dejó plantada en el altar. Pero me avergüenza haber confiado en él, no me gusta recordarlo. Me duele, fui tan tonta.
—Ángel, no fuiste tonta y no debes avergonzarte por haberte enamorado. ¿Nunca volviste a amar a nadie?
—No y dudo que eso vuelva a pasar. Me he hecho a la idea de que nunca me casaré y que tampoco tendré hijos.
—No puedes saber el futuro, quizás no haya llegado la persona adecuada para ti o haya llegado y no te has dado cuenta de su presencia.
Apoyo la barbilla en su pecho, sus ojos se encuentran con los míos. Marcelo me levanta del suelo, sujetándome por los muslos con sus manos y me deja sobre la encimera de la isla de la cocina, luego se coloca entre mis piernas y enreda sus dedos en mi pelo cuando acuna mi cara entre sus manos.
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LA NIÑA #3.1 [Disponible en físico]
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