VEINTISÉIS

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Camelia

Julio. Dos meses han pasado desde que desaparecieron, no ha habido ninguna noticia sobre ellos. Ni una sola noticia de Adriana y Marcelo. No sabemos si siguen vivos, si Adriana ha dado a luz o si, por el contrario, están muertos. No tenemos una tumba donde llorarlos, no hay nada para nosotros. Pronto daré a luz y Marcelo no está aquí para recibir a nuestra hija. El tiempo ha pasado tan lento estos dos meses. Mi padre trató de que Emanuel le dijera dónde están, no lo consiguió. Puso veneno en la empuñadura de su pistola, Emanuel se envenenó, pero mi padre se inyectó el antídoto antes de que los efectos comenzaran. Bastian tampoco consigue nada, Río está en guerra desde que mi hermano no reina. Los comerciantes de drogas menores se han hecho con las calles, salir sin protección es un suicidio. La violencia en Río reina estos días. Las favelas son un punto de ebullición, quien entra allí no sale con vida. Todo se está desmoronando poco a poco. Al rey de Río le falta su reina y su princesa y a mí me falta mi esposo, mi rey, el amor de mi vida. Las noches son un tormento, apenas puedo dormir y si lo logro es con ayuda de las pastillas que el médico me recetó. Pero no me gusta tomármelas, no me hacen bien, me dejan atontada y necesito estar alerta.

¿Y si él vuelve? Tiene que hacerlo, Marcelo es fuerte y valiente, él volverá.

—Tienes que apartarte de la puerta— me dice Mikel.

—No, podría volver.

—Camelia, necesitas comer.

—No, él podría volver, tengo que estar aquí.

—¿Quieres que vuelvan a ponerte la sonda?

Agacho la cabeza avergonzada. Dejé de comer, no es porque quisiera, nada traspasaba a mi estómago, lo poco que lograba colar lo vomitaba. Perdí mucho peso, mi hija estuvo en riesgo. Tuvieron que colocarme una sonda nasogástrica para alimentarme, al principio también vomitaba. Con el tiempo, mi cuerpo se acostumbró y comenzó a tolerarlo, pero no me gustó esa experiencia, me la quitaron esta mañana. Ahora estoy por encima de mi peso, es mejor que estar en los huesos.

Tomo la mano que Mikel me ofrece, mi hija y él son lo más cercano a mi esposo que tengo.

—Va a volver, ¿verdad?— le pregunto.

—Tiene que conocer a su pequeño ángel.

Tiene que hacerlo, él me prometió que nunca me dejaría, nunca ha roto una promesa.

Dejo que Mikel me lleve hasta la cocina. Jeren y Eric juegan en el suelo, si es que a lo que hacen se le puede llamar jugar. Ya nadie sonríe en esta casa, Ulises se pasa los días cuidando de los niños, tiene ojeras bajo los ojos, como todos. Mikel me cuida a mí, mis padres tratan de cuidar a Bastian, que apenas viene por casa si no es para dormir o ver a sus hijos. Si querían a los Da Silva destruidos, lo han conseguido.

Me siento en un taburete de la isla, Mikel pone delante de mí un plato con comida, en cuanto el olor sube hasta mis fosas nasales me dan náuseas. Tengo que sujetarme con fuerza al borde de la encimera para no salir corriendo al baño.

—Inténtalo— me suplica Mikel.

—Juro por Dios que lo intento, pero el asco es más fuerte que yo.

—El psiquiatra te dijo que todo estaba en tu mente.

No está en mi mente, no soy capaz de comer, mi estómago rechaza la comida.

Agarro el tenedor y pincho un poco de comida, lo llevo hasta mi boca, la comida entra dentro. La mastico y saboreo, el vómito ya quiere subir por mi garganta, pero pienso en mi bebé, ella necesita esto. Trago con dificultad la comida. Mikel sonríe.

LA NIÑA #3.1 [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora