CAPITULO 1

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Victoria terminó de vestirse mientras observaba la inmensidad del cielo aquel día; treinta y uno de octubre. Era un día hermoso en Querétaro. Sonrió mientras terminaba de acomodarse su camisa y cerraba los botones de su pantalón negro. Observó cómo sus vecinos preparaban todo para la fiesta de Halloween de aquel día.

Ah, Halloween. Estaba segura de que su madre sí recordaría aquello, pero no recordaría el otro motivo que se celebraría aquel día.

-¡Feliz cumpleaños!- Victoria alzó el rostro para poder observar a su padre; Salvador Salerno. Corrió a sus brazos, mientras le plantaba un beso en la mejilla y le sonreía honestamente.A pesar de tener unos cuantos años ya encima, seguía siendo guapo; su cabello castaño estaba peinado hacia atrás, y su cuerpo estaba cubierto por un traje de chaqueta y pantalón negro, y camisa blanca combinado con una corbata azul con rayas doradas.-¡Gracias, papá!- Le contestó, separándose de él para poder mirarlo a los ojos.

-Quería regalarte esto.- Comenzó a decir, sacando del bolsillo de su saco una pequeña cajita de terciopelo. -Era de tu madre.- Victoria sonrió y abrió aquella pequeña caja, sacando de allí un pequeño collar con un dije en forma de corazón.

-¡Está precioso!- Volvió a abrazarlo. Su padre le sonrió de nuevo, acomodándole un mechón de su cabello castaño.-Y otra cosa; toma, sé lo mucho que querías su disco.- Le dijo, sacando de su bolsillo aquel disco de la mujer que más admiraba su hija; Lucero.-¡Papá!- Chilló de emoción, abrazándolo con todas sus fuerzas. Tomó el CD entre sus manos, observándolo mientras sonreía.- ¡Muchas gracias, de verdad! ¡Es el mejor regalo que pudiste haberme dado!- Le agradeció mientras dejaba el CD y el collar en su mesita de noche. -¡Gracias de nuevo!-No agradezcas, princesa mía.- Contestó su padre, deslumbrándose al ver la hermosa sonrisa que tenía su hija. Era tan hermosa como la de su madre. -Bueno, ya me tengo que ir a trabajar.- Comentó con pesar, observando su reloj. Le plantó un beso en la sien a su hija, para después darse la media vuelta y encaminarse a la puerta. -Por cierto, preciosa, esconde el CD. Ya sabes cómo es tu madre.-

-No me quiere, ya lo sé.- Comentó con cierto humor, guardando el CD debajo de su pijama, en una de las gavetas. -No es que no te quiera, es que...- Trató de decir, girándose de nuevo para poder verla. -Déjalo así, papá. Está bien.- Contestó con fingido desinterés.

No quería demostrar que le dolía que su madre no la quisiera, pero aun así, era obvio que tenía aquella pequeña herida en su corazón. Siempre se había preguntado por qué Renatta, su madre, trataba con especial amor a Adrián y a Adriana, mientras que a ella la trataba como un cero a la izquierda. No podía negar, obviamente, que Salvador la trataba como si fuera su princesita, y que Adrián la adoraba. Las personas a las que más quería en el mundo eran; su padre y su hermano. De eso no había duda.

-Yo sí te quiero, princesa, eso no lo dudes.- Contestó su padre, plantándole de nuevo un beso en la sien. -Yo más, papá.- Se limitó a decir, viendo como Salvador se iba de su habitación.

Tomó entre sus manos aquel collar que le había dado su padre; parecía de oro. Frunció el ceño. Sus padres no eran las personas más adineradas. Lo colocó delante de sus ojos, dándose cuenta de que parecía poder abrirse por el medio. Frunció el ceño, e intentó abrir aquello. Pero no lo logró. Se alzó de hombros y lo dejó en su mesita de noche. Quizá estaba roto.

Errores PlacenterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora