CAPITULO 20

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-Mamá.- Comentó Victoria con dificultad. Y aunque no lo deseara, tenía que hacerlo. Por ella, por su madre. Después de todo, Salvador había pensado hasta en el más pequeño detalle, después de que ella le había expresado sus deseos.

-Dime, princesa.- Le sonrió con esfuerzo, demasiado para poder verlo. Victoria cerró los ojos de golpe. Habían pasado solo unos días pero para ella había sido una eternidad. Deseaba abrazarla y apoyarla, pero no lo haría.

-Tengo que irme.- Sentenció, sintiéndose la persona más inhumana del planeta. Tenía que dejar que Lucero creyera que se alejaría, para así poder ayudarla.

-¿A dónde?- Volvió a sonreír de aquel modo tan característico en ella.

-Con mi familia.- Tragó en seco. -Tú eres mi madre, eso lo tengo claro, pero tú no eres mi familia. Yo tengo una vida, amigos, hermanos... Y tengo a mis padres.- Aquello de ser la hija de una actriz, le servía de mucho. Podía mostrar lo que no sentía, aunque por dentro se estuviese quemando con sus propias palabras. -Yo te quiero, eso también lo tengo claro pero, ¿cuánto tiempo estarás viva? Un día te vas a ir y me vas a dejar sola, entonces, ¿de qué habrá servido que yo me quedara aquí?- Victoria comenzó a caminar por la habitación con desesperación. Necesitaba acabar con eso e irse de ahí antes de que el plan se fuese a la basura. Ver como los ojos de su madre se cristalizaban antes sus palabras, le partía el alma en mil fragmentos.

-De nada.- Susurró Lucero, casi sin poder respirar. Sabía que lo que decía Victoria era cierto, pero escucharlo de sus propios labios, la hacía sentirse desdichada.

-Por eso me voy. No quiero derramar lágrimas por alguien que se va a morir frente a mis ojos.- Se acercó a ella con cautela y acarició sus mejillas. Lucero se encontraba sobre una camilla. Estaba esperando al doctor para empezar con un chequeo. -Eres de esas personas que... Todos deberían tener el privilegio de conocer.- Una lágrima se paseaba por su mejilla, al momento de decir aquellas palabras. -Desde donde quiera que vayas a estar, seguirás iluminando la vida de las personas. La mía en especial.-Tomó una bocanada de aire y suspiró. Estaba segura que ya la había convencido de que se alejaría de su vida irrevocablemente, sí. -Fue un gusto poder conocerte, Lucero.- No 'mamá', solo 'Lucero'. -Fuiste un golpe de suerte en mi vida, ¿sabes?- Se encogió de hombros. -Pero la suerte no dura eternamente, por desgracia se acaba.- Dijo lo más segura de sí misma que le fue posible. -Adiós.- Se despidió de una manera tan simple, que por un segundo Lucero recordó el día que le habían dicho que su pequeña hija había nacido muerta y que no la vería nunca más. Así sintió la despedida de Victoria. No hubo abrazos, nada. Escuchó como la puerta de la habitación se cerraba y en aquel momento, las lágrimas la invadieron.


**


-Mamá, te extraño mucho. Ven por favor.- Escuchó como una pequeña la llamaba a lo lejos. -¡Mamá no me dejes!

-¿Fabiola?- Preguntó con curiosidad.

-¡Mamá, quiero verte! ¡Mamá!- Gritaba con desesperación.

-Fabiola, ¿dónde estás?- Comenzó a seguir el sonido de la voz, pero este parecía alejarse.

-Mamá, ayúdame. Quiero que me abraces, mamá.- La voz comenzó a distorsionarse, hasta que se perdió en aquel gran auditorio. Lucero comenzó a caminar, necesitaba encontrarla. Algo le decía que su hija la necesitaba.

-Fabiola, por favor, ¿dónde estás?

-¿Creías que te iba a esperar toda la vida? Me abandonaste por diecisiete años, ¿qué pretendías?- Apareció su hija, tal cual como la última vez que la había visto. La vez que se había despedido de ella.

Errores PlacenterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora