EPILOGO

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Años después...

Los gritos de aquellas casi cincuenta mil personas resonaban por todo el recinto. Parecían perfectamente ensayados como veinte años atrás. Algunos de los ahí presentes, habían podido admirar aquel concierto de mil novecientos noventa y nueve, aquel diecinueve de junio. Otra noche perfecta que recordar.

Todos gritaban al unísono 'Lucero, Lucero, Lucero'.

Victoria decidió mirar por una de las rendijas de la parte trasera del lugar, y logró ver todo aquel recinto completamente lleno.

Los últimos diez años de su vida había soñado con estar presente. Había soñado con corear todas y cada una de las canciones, con emocionarse cuando el público tuviese que cantar, con tener que llorar cuando aquel concierto llegara a su fin; pues tendría que irse, y ya no vería más a Lucero... Y ahora todo era una realidad.

Todo era exactamente como lo había soñado, a diferencia de que cuando aquel concierto llegara a su fin, Victoria iría con sus padres a continuar celebrando aquellos cuarenta años de trayectoria.

Cada vez los gritos se hacían notar más y más. Eran las 7:45 pm, y aún faltaban algunos minutos para dar inicio a la mejor noche de la vida de tantísimas personas... De dar inicio al concierto más esperado por veinte años. Era una energía indescriptible la que ahí se lograba sentir. Era como si mil novecientos noventa y nueve se hubiese congelado por veinte años, y ahora el tiempo comenzara a echarse a andar.

Aquel "Y a la plaza he de volver" estaba por hacerse una realidad en tan solo minutos.

Lucero se encontraba fascinada al escuchar aquellos gritos hasta su camerino. Podía sentir el cariño inmenso de sus fans, los mejores fans del mundo. Victoria solía contarle de sus amigas, de todas y cada una de ellas; así que relativamente conocía a muchas.

Para Lucero era gratificante saber que habían venido de tantos países solo para presenciar aquel concierto. Le resultaba una bendición que su público la admirase de aquella manera tan indescriptible.

Victoria era la presentadora oficial del concierto. Aquello había sido una reñida pelea entre José Manuel y ella. A los dos les resultaba importante aquel gesto, así que después de hablarlo por mucho tiempo, ambos participarían en aquella honorable participación.

Fernando, que era el hombre más feliz del mundo, había decidido comprar un ramo de rosas rojas para su amada esposa, su bonita...Su Lucero. Era imposible describir la magnitud de lo que Fernando sentía en aquel momento. Jamás había imaginado que lograría ser inmensamente feliz al lado del amor de su vida. Y ahora que lo era, que tenía una familia con ella... Encontraba maravilloso todo lo que le sucediese.

Les había costado tanto trabajo ser verdaderamente felices. Les había costado más de dieciocho años, y ahora que lo eran, disfrutaban de cada instante por pequeño que este fuese. Después de veinticinco años de amarse, solo incrementaba aquel sentimiento día con día.

Fernando llegó lo más rápido que pudo. Tenía que entregarle aquel ramo de flores, desearle suerte en aquella noche y besarla. ¡Sí! Besar sus labios era la actividad preferida de Fernando, y aunque pasaran cien años más, siempre amaría besarla, rozar sus labios con ternura, con amor... Con pasión. Esa que siempre existió, y existiría entre ellos.

-Bonita, te ves preciosa.- Se escuchó la voz de Fernando al entrar en el camerino. Victoria y Lucero lo miraron, y sonrieron al verlo tan emocionado... Y tan guapo.

Lucero había escogido para esa noche dos vestuarios. El primero consistía en un elegante vestido azul eléctrico. Este de talle mediano y algunos pliegues en la caída trasera del vestido. Era sostenido por un par de cintillas color plata, al igual que sus tacones; también azules. Solo que estos eran más claros que el azul de su vestido.

Errores PlacenterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora