2. Señor mesero.

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Edgar no odiaba su trabajo... (al menos no todo el tiempo), sabía que no podía exigir demasiado, después de todo seguía estudiando, se pagaba la universidad gracias a ese... trabajo, que al menos ese lunes se sentía insufrible, habían "temporadas" en las que parecía que de debajo de las piedras salían esos típicos clientes subidos en una nube y como 10 pisos más, ya que, no paraban de gritar, exigir y sobre todo, ninguno sabía decir las "palabras mágicas"... por favor y gracias, ¿Qué únicamente sabían vivir en su burbuja de privilegios y mirar al resto hacía abajo?, Sí, realmente parecía que sí, sí no fuera porque Edgar solo tenía la mitad de esa odiosa y a la vez bendita beca...

- Señor mesero!

Oh no, la "mesa favorita de Edgar" (notese el sarcasmo), había un grupo de 4 tipos, que eran terriblemente fastidiosos, iban por lo menos una vez a la semana al restaurante donde Edgar trabajaba, al inicio cuando la mesa era de Lucí, (una compañera y buena amiga del trabajo), los tipos a lo mucho iban al lugar una vez al mes, y hasta eso era raro, pero ahora... se sabía, (por lo menos todos los meseros sabían) que esos tipos ahora iban cada lunes, jueves y viernes, y las semanas que Edgar tenía muy mala suerte, también los miércoles, el único día que descansaba de poder verlos era los martes, porque los martes, según decían el grupo de simios, era "día de cenar en familia", las 3 familias tenían la misma tradición, viniendo esto de 3 familias emparentadas, así es, el simio mayor tenía un hermano, mayor o menor, quien sabe, eso no importaba, lo importante es que, como ya Edgar bien sabía, mientras más pronto los atendiera y menos los mirara a los ojos, más pronto se irían.

- Sí?

- Ah! Mi mesero favorito!

- Dígame, que se le ofrece?

- Sin nombre? Me siento triste mi estimado mesero.

- Tu... usted tampoco me llama jamás por mi nombre.

- Eso es, porque tu eres el sirviente y yo el señor, dime, quien le debe respeto a quien?

- Todos a todos en realidad.

La voz de la razón y la salvación de siempre de Edgar acababa de llegar: Andrea.

- Buenas noches jefa.

Siempre la llamaban así, parecía burla... pero el tono era entre burlón y extrañamente respetuoso.

- Tenemos problemas?

- Aún no...

- Espero no lo haya en mi turno... queda claro Stuart?.

- Aja.

Andrea no se paseaba seguido por el restaurante desde que la habían ascendido, hace ya casi un año, se la pasaba cumpliendo con responsabilidades fuera del lugar y solo una o dos veces al mes se presentaba, y, tal como hoy, casi siempre era para salvar a Edgar del grupo de brutos, los cuales apenas sabían que Andrea estaba allí volvían a lo suyo y se limitaban y comer en silencio e irse rápidamente.

- Gracias Andy.

- No tienes nada que agradecer Ed, pero ya te lo dije, tienes que defenderte, no dejes que ese grupito de niños creídos se burlen de ti.

- No es fácil, además, seguro que dirían que yo inicie todo y se iría a la mierda este lugar.

- Muy lejano a la realidad no estaría.

- Qué?

- Ed, tengo que contarte algo...

- Sí claro.

Salieron del lugar para asegurarse que nadie los escuchará.

- Bueno, dime Andy.

- Al lugar no le está llendo bien, las ventas han caído considerablemente, además muchos proveedores ya no quieren trabajar con nosotros, porque, por la misma situación de las ventas, nos hemos atrasado con los pagos.

Eso se sintió como un balde de agua fría para Edgar, obviamente le preocupaba todo lo que esto Implicaba, y aunque no quería sonar egoísta, no paraba de pensar, "cómo pagaré la universidad ahora si me quedó sin trabajo?".

- A... Andy... Tu crees que eso sea... muy... muy pronto?

- Si no suben las ventas, cerrariamos en 2 meses a lo mucho.

Oh no.

- Entiendo.

- Lo siento, sé cuánto significa este empleo para ti.

Mi beca. - Era el pensamiento constante de Edgar toda esa noche, ni siquiera notó cuando los 4 simios se fueron.

Dame tu manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora