Cicatrices y recuerdos parte 2

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La mañana siguiente, Becca despertó muy temprano a Candy, ayudándole rápidamente a asearse y a arreglarse. El colegio se encontraba en una de las zonas residenciales de Philadelphia, resguardada por altos muros que le recordaban al San Pablo, sólo se diferenciaba por tener una pequeña placa grabada "Colegio para señoritas de madame Bennett, fundada en 1809" la cual se encontraba en lo alto a un lado del gran portón custodiado por un par de guardias, las puertas fueron abiertas de inmediato en cuanto el chofer dijo de quienes se trataba.

La directora, una espigada mujer, ataviada con un adusto traje de falda por debajo de la rodilla y saco, ambos de color azul marino, y blusa blanca. La tía Elroy fue al grano, expresando su deseo de que la educación de Candy fuera intensiva, y le expresó su deseo de que ella, al igual que las señoritas O'Brien y Britter, salieran los fines de semana, para continuar con la educación de Candy. La directora aceptó gustosa, pues la cantidad que Elroy Andrey le ofreció, no era para despreciarse.

Esta hizo entrega de su uniforme, que eran del mismo azul que el traje que ella llevaba, consistía en una falda tableada y chaqueta, blusa blanca, medias de lana del mismo azul que el uniforme, y unos hermosos zapatos de charol de hebilla con un pequeño tacón.

Sólo los días lunes el clásico saco azul marino, era sustituido por uno color vino, y el en el cuello se llevaría un listón azul marino, mientras que el resto de los días, seria con un listón color vino. Regresaron a la mansión, solo para que Candy hiciera una pequeña maleta con su ropa interior, sus cosas de aseo, y su colonia de rosas favorita. Una vez dentro de aquel colegio, la directora la guió al ala oeste de aquel imponente edificio, en el segundo piso, se encontraban las habitaciones de las señoritas.

Su habitación era de un inmaculado blanco, desde las paredes, hasta la colcha que cubría su cama. Era una habitación bastante más grande que la que tenía en San Pablo. En el amplio ropero se encontraban ya colgados sus uniformes, así que sin prisas, acomodó su ropa interior en los cajones para después, en el pequeño tocador poner su cepillo, cremas y demás artilugios. Abrió las ventanas de su habitación, aspirando el aire fresco. Cuando repentinamente, un golpeteo a su puerta la sacó de su ensoñación.

-¡Annie, Patty!-exclamó Candy al ver a sus amigas-que alegría me da verlas aquí.

-Y a nosotras más Candy-dijo Patty limpiándose las lágrimas de felicidad-pero dime, ¿Cómo es que te lograron convencer de venir aquí?

Candy les relató la reunión, de la tía abuela, lo que esta le había dicho, y la manera en que la convenció.

-Así que chicas, espero contar con su ayuda-pidió Candy-pues falta muy poco para esa fiesta, y no sé si podré hacerlo bien.

-No te preocupes Candy, que nosotras te ayudaremos en todo-dijo Annie con una gran sonrisa.

-Gracias, de verdad, no saben lo feliz que me hace-expresó Candy, emocionada-así que mejor porque no me cuentan que tal es este colegio.

-Sinceramente, respiramos más libremente aquí-dijo Patty-una vez terminadas las clases, y después de la comida, puedes pasearte por las instalaciones o encerrarte en tu recamara si es lo que deseas, pues la cena se sirve hasta las siete de la noche.

-Y lo mejor es que no hay chicas molestándote ni alardeando de la fortuna de su familia-continuó Annie-pues prácticamente, todas han oído o conocen a las familias, así que no pasa de unas cuantas preguntas acerca de cómo está tu familia.

-Eso suena bien-dijo Candy-y díganme ¿han hecho alguna amistad?

-Pues... sí. Pero mejor dejaremos que las conozcas-respondió Patty.

Recorrieron las instalaciones, le mostraron la biblioteca, el comedor, y el área de recreación, que era donde las chicas perfeccionaban su técnica de tejido, pintura, o podían simplemente mirar, siempre y cuando no interrumpieran el trabajo de sus compañeras.

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