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Las horas transcurrieron lentamente y ellas estuvieron comentando la situación con William.

Irina, con la percepción aguda que la caracterizaba y envuelta en la gracia del crepúsculo, tomó conciencia de la veloz disolución de la luz diurna. Con delicadeza, advirtió a Caroline sobre la necesidad imperiosa de retornar, antes de que la oscuridad reclamara por completo el dominio de la jornada.

—Yo aún no me quiero ir, acabo de encontrar mi propia mina de oro– expresó hipnotizada por la belleza que rebosaba el amplio firmamento.

—Podemos quedarnos hasta que esté apunto de terminar, pero no hasta el final, porque regresar a casa de noche, será peligroso.

Irina se alejó un poco para darle un poco más de intimidad a Caroline, alejándose un poco y dejándola ir a caminar sola durante un tiempo.

Durante el camino, Caroline se alejó más de lo que ella tenía pensado, y terminó en unas ruinas abandonadas bastante hermosas, según su percepción, impactada de que siguieran en pie, se acercó a ellas para analizarlas más cerca.

Al agacharse al suelo, vio como había un pequeño brote de una flor violeta, la flor le recordó a William que le hizo sentir dolor e ira por cómo se había comportado con ella la última vez.

Agotada de seguir pensando en él, decidió coger la flor y analizarla a la vez que la olía y la acariciaba lentamente, muy pausadamente. Hubo un momento en el que los últimos rayos de sol acariciaron su cara. Caroline quería disfrutar de aquel momento, así que, dejo la flor encima de una roca.

Una vez Caroline quedó a merced del sol y se había olvidado completamente de donde estaba y que estaba sola se le ocurrió dejar de mirar al horizonte y mirar su alrededor. Al mirar a su alrededor para su desgracia, volvió a ver a William.

—Es bonito, ¿verdad?

Agitada y nerviosa, saltó hacia atrás para alejarse de él.

—¡¿Qué estás haciendo aquí? Ya te dejé muy claro que quería que te fueras, y que esta amistad estaba muerta, según tú. ¿Por qué regresas entonces?

—Porque te amo.

—¡Ya, pues yo no!– le gritó con mucho dolor en su interior.

—No te entiendo, lloraste cuando dije que no te amaba.

—¡Porque no te amo como tú me amas a mí! No de esa manera.

William, que no quería aceptar esas palabras por más que Carol insistía, las siguió insistiendo durante mucho mucho tiempo, hasta que Caroline llegó a su límite, porque estar con él era un sube y baja. Cuando estaba sin él se moría. Cuando estaba con él, estaba feliz, pero si a los cinco segundos él cambiaba su parecer ya era como si la matara lentamente.

—De verdad que me alegro de verte ahora mismo, pero es que no me escuchas y eso me duele porque estás insistiendo demasiado y me enfada que me rayes la cabeza de esa manera tan mezquina.

William fingió tener los oídos taponados, porque ignoraba lo que su amiga le decía y seguía insistiendo en que ella le tendría que amar en algún momento.

Caroline analizó su alrededor, analizó las ruinas en las que estaban y vio todo lo que tenía en su alcance, por si William se alteraba. Creerme, no pasó así, fue al contrario.

—Cállate...

—Solo escúchame Carol, por favor te lo suplico de rodillas.

—No puedo seguir así...

—¿Cómo así?

—Te extraño, y lo siento. Porque cuando te veo me siento vulnerable y olvido que me haces daño, por eso lo siento si te extraño– remarcó ella.

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