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Estaba apunto de conciliar el sueño cuando los pensamientos intrusivos regresaron, pero tenía claro que no iba a permitir que la hirieran más.

Se levantó de la cama y se asomó a la terraza que su habitación tenía, para apreciar la noche estrellada que había y así poder descansar después.

Mientras miraba las estrellas vio que desde su habitación se veía el establo en el que Ébano reposaba, estaba feliz al ver que por lo menos algunos podían disfrutar de un sueño reparador.

Se giró y vio como el pequeño reloj, que su habitación contenía marcaba la una y media de la madrugada, no lo pensó dos veces y decidió que ya era hora de dormir, no podía alargar más el momento de entrar y se levantó a la habitación.

Una vez dentro, cerró la ventana con pestillo, al igual que la puerta y revisó cada centímetro de la habitación para asegurarse de que estaba completamente sola y de que no había nada ni nadie que pudiera herirla por la noche, ya que seguía teniendo ese curioso presentimiento.

A pesar de que había registrado la habitación varias veces, seguía asustada y era incapaz de dormir, así que, decidió sentarse enfrente de una pequeña mesa que había en el dormitorio para escribir un pequeño poema para su amiga Irina con una pluma y un papel que habían encima de este.

Seguía nerviosa, así que fue incapaz de escribir, al ver que su cabeza no funcionaba como ella quería, decidió prepararse mentalmente por lo que vendría al día siguiente. A la mañana siguiente, tendría que aprender a pelear de forma autónoma.

Caroline dedicó una hora entera a la reflexión y la preparación mental para lo que el día siguiente le deparaba. Cada pensamiento meticulosamente elaborado, cada detalle considerado con cuidado, mientras su mente se sumergía en un mar de anticipación y preocupación.

El agotamiento finalmente la alcanzó, y sus párpados, pesados por el cansancio, comenzaron a cerrarse lentamente, como cortinas que caen al final de una larga función. Aunque cayó en un sueño ligero, sus sentidos permanecieron agudos y alerta, consciente de cualquier cambio en el ambiente que la rodeaba, como un guardián en la oscuridad de la noche, nunca completamente en reposo.

Mientras Caroline yacía profundamente inmersa en el mundo de los sueños, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, la puerta de la terraza, cerrada meticulosamente por ella misma horas antes, cedió ante una fuerza invisible. Un ligero crujido resonó en la habitación mientras la puerta se abría lentamente, como si obedeciera a una voluntad desconocida. La brisa nocturna se filtró suavemente a través de la abertura, llevando consigo el aroma fresco de la noche y anunciando la llegada del visitante no deseado.

El hombre de pelo oscuro y piel pálida se deslizó silenciosamente por la entrada entreabierta, su figura apenas perceptible en la penumbra. Cada paso que daba era como el susurro de las sombras, apenas audible en el silencio de la habitación. Con movimientos calculados, evitando cualquier ruido que pudiera perturbar el sueño de Caroline, se acercó sigilosamente a su lado. Su presencia era una sombra en movimiento, un fantasma que se deslizaba entre los pliegues de la realidad y la imaginación. Y así, mientras Caroline seguía sumida en un sueño profundo, el hombre permaneció en su habitación, un intruso en los dominios de la noche, esperando pacientemente el momento adecuado para debilitar a su presa.

Logan, con su determinación implacable y su oscuro propósito en mente, se deslizó con destreza a través de la habitación de Caroline. Sus pasos eran como sombras que se deslizaban en la noche, su presencia envuelta en un aura de peligro latente. Había escuchado los rumores que circulaban en las sombras, susurrando sobre los planes de la princesa Freya para entrenar a Caroline como una guerrera capaz de enfrentarse a él. Decidido a no permitir que ese destino se materializara, Logan había tomado la decisión de intervenir personalmente.

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