Habían llegado a Fryndor, se quedaron asombrados al ver que el paisaje estaba cubierto de nieve a pesar de ser primavera. No lograban comprender la razón detrás de aquello.
—Mi hogar...
—No era así, ¿verdad Nira?
La joven elfa negó con la cabeza, mientras se tapaba los ojos.
El pueblo mostraba un aspecto desolador, sumido en un silencio perturbador que lo envolvía por completo. Las calles, antes bulliciosas y animadas, ahora estaban desiertas, con casas medio derruidas y ventanas rotas que parecían ojos vacíos mirando al vacío. Solo se escuchaba el susurro del viento entre los árboles marchitos.
Los pocos elfos que aún habitaban el lugar se encontraban en condiciones lamentables. Sus ropas estaban desgarradas y sucias, sus rostros demacrados por el hambre y la desesperación reflejaban miedo y desolación. Aquellos ojos que solían brillar con alegría y orgullo ahora estaban opacos y llenos de desesperanza.
Algunos elfos se acercaron con cautela, mientras que otros, movidos por el temor y la desconfianza, intentaron alejarlos con gestos amenazantes.
—¡Marchaos de aquí!— exclamó un elfo con el cabello enmarañado, levantando una mano temblorosa. —No queremos más problemas. Ya hemos sufrido bastante.
—No somos vuestros enemigos,— respondió Caroline, alzando las manos en señal de paz. —Venimos a ayudar.
Aunque las palabras parecieron calmar un poco al elfo, la desconfianza seguía presente en sus ojos.
Sin embargo, otros elfos, demasiado débiles para oponer resistencia, suplicaron ayuda con voz temblorosa y miradas suplicantes. Una elfa con el rostro demacrado y los ojos hundidos se acercó, extendiendo una mano huesuda.
—Por favor,— susurró con voz quebrada. —Necesitamos comida... medicina... cualquier cosa que podáis ofrecernos.
Un niño elfo, apenas un esqueleto cubierto de piel, tiró de la falda de Nira, con grandes ojos suplicantes.
—Mi madre está enferma,— dijo con voz frágil. —¿Podéis ayudarla? Por favor, no la dejéis morir. La mujer malvada le ha hecho daño.
—¿Mujer? ¿Qué mujer? ¿Cómo era esa mujer pequeño?— le preguntó confundida Caroline.
—Una mujer alta, de pelo marrón claro, le caía como si fuera una cascada, hasta sus hombros. Sus ojos, sus ojos daban miedo, eran profundos como la noche, muy negros.
El grupo se miró entre ellos y dijeron en sintonía:
—Lily.
Volvieron a mirar el pueblo, pero está vez pensando en que aquella imagen la creo un humano.
El panorama resultaba desolador, un reflejo oscuro de lo que solía ser un pueblo próspero y bullicioso. La desesperación y el miedo se podían sentir en el ambiente, pero también se percibía una leve esperanza, un destello de luz en medio de la oscuridad que representaban estos visitantes para los elfos que aún quedaban.
—Caroline, ¿ese no es Ébano?— preguntó Jackson aturdido.
Al escuchar aquel nombre la joven de pelo rubio dirigió su cabeza en seco a la dirección que su amigo señalaba.
Al divisar a Ébano, la joven no pudo reprimir su entusiasmo. Con una sonrisa deslumbrante y los ojos rebosantes de felicidad, se apresuró hacia el espléndido caballo blanco. Con cariño y devoción, lo envolvió en un abrazo, sintiendo la calidez de su cuerpo y la suavidad de su pelaje. Mirándolo a los ojos, le preguntó, asombrada:
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La Arquera
FantasyCaroline, perdida y agotada por la monotonía de su vida, nunca imaginó que su destino estaba a punto de cambiar. De repente, se encuentra en un reino mágico, oculto y desconocido, repleto de criaturas extraordinarias y paisajes inimaginables. Pero n...