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Eran las cinco de la mañana todos estaban dormidos o tumbados en sus camas, a excepción de Caroline que no podía volver a dormirse por aquel agonizante sueño.

Caroline ingresó de manera apresurada a la cocina, sus pasos resonaban en el frío suelo. Abrió el armario, tomó un vaso de cristal y lo situó bajo el grifo. Al accionar la llave, permitió que el agua fluyera sin cesar, llenando el vaso hasta el borde y comenzando a derramarse, empapando su mano y la superficie del banco.

Llevó el vaso a sus labios y bebió con ansia, tragando el agua en grandes sorbos. La frescura que sentía en su garganta era un alivio tangible, como si el agua pudiera eliminar la intensa sequedad que la atormentaba. Su boca, que normalmente se sentía húmeda y cómoda, se había transformado en un desierto en esos instantes, una sensación que se intensificaba con cada sueño de esa intensidad.

Despertar con la boca completamente seca resultaba ser una experiencia angustiante. Cada vez que abría los ojos, percibía que toda la saliva había desaparecido, dejándola con una sed insoportable. Por ello, bebía con tal urgencia, como si cada sorbo de agua fuese esencial para recuperar la humedad que había perdido.

Al colocar el vaso sobre la encimera, Caroline percibió unos pasos que se acercaban a la cocina. Se dio la vuelta de inmediato y, mientras se secaba los labios con el brazo, se encontró con Nira, quien había aparecido con una expresión de asombro.

—¿Qué haces despierta, Carol? Son las cinco y media de la mañana —inquirió Nira, con un tono que combinaba curiosidad y preocupación.

Caroline se sintió algo desubicada, aún con una sensación de urgencia recorriendo su cuerpo. Intentó dibujar una sonrisa, aunque era evidente que había sido sorprendida en plena madrugada.

—Una pesadilla— respondió con sinceridad.

—Tienes muchas, ¿verdad?—hizo una breve pausa.—Irina y Jackson me lo contaron, sobretodo Iri, me explicó que a veces te despertabas alterada y gritando...¿Es cierto?

Caroline asintió lentamente, prefirió no dar una respuesta verbal a aquella pregunta.

—Cuando sea mayor me gustaría ser como tú, Caroline.

Caroline se hallaba en una encrucijada emocional tras escuchar las palabras de Nira. La joven elfa, con su mirada repleta de admiración y esperanza, había expresado algo que resonaba en lo más profundo del corazón de Caroline. Por un instante, experimentó una chispa de felicidad al percibir la sinceridad en la voz de Nira, esa inocente creencia de que Caroline era una persona fuerte, digna de admiración. Sin embargo, en ese mismo momento, esa chispa se extinguió con la llegada de una sombra que siempre la acompañaba: el peso de su propia verdad.

Mientras Nira se expresaba, Caroline luchaba por mantener una expresión serena. No deseaba destruir la imagen que la elfa tenía de ella. La idea de ser alguien digno de respeto, un modelo a seguir, era algo que Caroline anhelaba poder sostener. No obstante, era consciente de que no era más que una fachada. En su interior, la carga que llevaba era demasiado pesada, repleta de cicatrices y recuerdos que la habían marcado profundamente. El dolor, la tristeza y las dudas eran sus constantes compañeros, y aunque se esforzaba por mantenerlos ocultos, eran una parte inseparable de su ser.

No quería arruinar la inocencia y pureza de la perspectiva de Nira. Sabía que la elfa, con su corazón joven y su espíritu libre, necesitaba creer en algo bueno, en alguien que pudiera ser un faro en medio de la oscuridad. Caroline deseaba, más que nada, poder ser esa persona, pero la realidad era que no estaba segura de si podría mantener esa imagen por mucho tiempo. Cada palabra que Nira pronunciaba era como una daga que la atravesaba, recordándole todo lo que ella misma sabía sobre su verdadera naturaleza.

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