🦋Capítulo 34

1.6K 286 93
                                    

Alex

A lo largo de mi vida, he experimentado diversas circunstancias que han afectado mi alma, desde el abuso psicológico de mi abuelo, la muerte de mi hermana; hasta la marcha de la primera mujer a la que le he entregado mi corazón. Asimismo, he cometido errores, he dañado a amigos, familia y a mí mismo. He estado deseando morir, así como también vivir. He hecho muchas cosas que han ayudado a los demás y también he hecho cosas de las que me arrepiento. 

Como lo que estoy a punto de hacer ahora. 

No es fácil enfrentarse al dolor, a ningún otro de nosotros nos han enseñado a actuar de una manera en particular cuando estamos enfadados o heridos. Nadie nos dice que hacer cuando nos rompen el corazón o cuando nos damos con la cabeza en la pared al caer cuenta que todo lo que creíamos era una mentira. Las cosas que le diré a Aria a continuación no me hacen sentir orgulloso. Explotaré y no pensaré en las palabras que saldrán por mi boca. ¿Quién lo hace cuando está enojado? ¿Acaso cuando estás enfadado con alguien no gritas o no te pierdes los estribos? 

Nadie tiene el derecho de juzgarme, porque todos alguna vez nos hemos dejado llevar por el dolor... el dolor de un corazón roto.

Una combinación de emociones que me inquietan son las que ahora me presionan el pecho de una forma casi asfixiante, lo cual me impide respirar con normalidad y tengo la vista nublada a tal punto de suponer que puedo quedar totalmente ciego.

Llevo tres años conteniendo la rabia que me provocaron los hechos. Tres años intentando controlarme y ser más pacífico. Tres años en los que esperé respuestas de su parte y tres años desde que una tarde me dije a mí mismo que algo relacionado con ella no me iba a volver a afectar.

Sin embargo, aquí estamos, tres años después, con rabia, descontrolado, afectado, pero a puertas de escuchar cada respuesta a mis tan ansiadas preguntas.

—Eras tú, esa tal Victoria que ella... —señalo a la chica morena que acaba de llegar—. Me nombró ese día. ¿No es así?

Aria me mira conmocionada, confirmándome lo que tanto temía. El corazón me late a una velocidad peligrosa y me obligo a mantenerme inmóvil, porque si me doy permiso siquiera para pestañear, me derrumbaré frente a todos.

—Alex...

—Te seguí. —La miro con los ojos humedecidos—. Aquella tarde, te seguí, te llamé por tu nombre y no fuiste capaz de darme la cara.

Hace una pausa, buscando la manera de contestarme.

—Yo... 

—¿Por qué? —la corto sin despegar mis ojos de su rostro. Su mirada se alza como un resorte hacia mí y traga saliva con fuerza—. ¿Por qué lo hiciste?

Esa pregunta me duele más a mí que a ella. Llevo años cuestionándome si yo fui el culpable de lo que paso. ¿Qué hice mal?, ¿me faltó comunicación?, ¿no fui claro al demostrarle mi amor?, o ¿realmente fui tan ciego para no percibir las señales que me transmitía cada vez que estábamos juntos? Por otra parte, se encontraban aquellas cuestiones que me inquietaban aún más. ¿Estará en peligro?, ¿Alguien le hizo daño?, ¿Se marchó por otros motivos, los cuales me ocultó por mi bien?

Fueron tantas las preguntas que me hice durante este tiempo que perdí la cuenta. Y ahora que se encuentra frente a mí la persona que podía responder a cada una de ellas, no sé si oír la respuesta o salir corriendo. Soy consciente de que cualquiera de las dos opciones me dañará de una forma irrevocablemente dolorosa.

Abre la boca dispuesta a contestarme, no obstante, en el preciso momento, en que sus ojos me miran con un brillo que jamás antes habían tenido, me doy cuenta de que las respuestas a mis preguntas siempre estuvieron delante de mis narices, sin embargo, hasta ahora era algo que no había querido asumir debido al dolor que me causaba el solo pensar en esa posibilidad.

La oscuridad del Mediodía © (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora