🦋Capítulo 48

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Alex

Se escucha un murmullo y luego dos golpes en mi puerta.

—Adelante —expreso con voz firme, mientras continúo examinando con gran atención los informes de ventas que ha recibido White.

—Buenos días, señor Storwell ¿Está muy ocupado?

—Demasiado —respondo tratando de enfocarme en los números que muestra el archivo.

—Oh qué lástima, justo necesitaba su ayuda para algo.

Un cuerpo esbelto se posiciona en mi campo visual y toma asiento en el escritorio frente a mí. Alzo la vista y me encuentro con una chica semidesnuda y abierta de piernas. El pulso se me dispara y el calor me sube por la columna vertebral. Ya debo tener la camisa empapada en sudor y eso que aún ni siquiera la he tocado.

Me humedezco los labios y recuesto en la silla mientras la observo tocarse con lentitud.

—No deberías estar aquí.

—¿Por qué? —Pasa la punta de su pie por mí entrepiernas y gruño.

—Vamos, bájate, no puedo.

—No seas aburrido, solíamos divertirnos así, ¿no lo recuerdas?

Tira de mi corbata hacia ella y mis manos automáticamente les recorren las piernas desnudas. Trato de contenerme, pero no puedo. La excitación me recorre el cuerpo y siento cómo la sangre comienza a arder bajo mi piel. «Dios, no aguanto».

Me pongo de pie y presiono su cuerpo con el mío, entretanto le recorro el cuello con la punta de mi lengua.

—Ya no estoy soltero.

—¿Y qué?

Echa la cabeza hacia atrás y gime. Le quito la blusa y desabrocho su sujetador, adueñándome de sus pechos, lamiendo cada parte de ellos. «Esto es el puto paraíso».

—Aria puede llegar en cualquier momento y si sabe que le he mentido todo el tiempo, se enfadará mucho.

—Oh, la patética Aria.

Abre mi pantalón y saca mi miembro con la mano. Juega con él provocando que esconda mi rostro en el hueco de cuello. Huele a algo cítrico, ¿limón tal vez?

—Basta, no puedo.

Intento apartarme, pero sus piernas se cruzan en mis caderas impidiéndomelo.

—Si puedes, Alex —susurra uniendo nuestras bocas y besándome salvajemente. Su lengua busca la mía en un intento de volverme loco y funciona. Sí, que funciona. Esa es la chispa que me hace explotar.

Coloco una mano en su estómago y extiendo su cuerpo en mi escritorio, lanzando al suelo papeles, lápices y otras mierdas que no me interesan. Abro todavía más sus piernas, agarro sus caderas y en un segundo estoy dentro de ella. Mis movimientos son rápidos y agresivos mientras echo una ojeada a la puerta de vez en cuando, no puedo dejar que nos descubran, si lo hacen todo se irá al carajo.

El corazón me late a mil por hora, y un escalofrío me recorre la columna vertebral. No tendría que estar haciendo esto, no con ella afuera.

—¡Dios, como lo extrañaba! —grita, haciendo que aumente la velocidad.

—Cállate. —Le pongo la mano en la boca y sigo moviéndome. El orgasmo llega tan rápido que tengo que morderme una mano para ahogar un gemido.

Dos golpes en la puerta me hacen salir a toda velocidad de ella. Tengo el corazón acelerado y estoy sudando. «No debí hacer esto, no debí caer otra vez».

La oscuridad del Mediodía © (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora