🦋Capítulo 4

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Alex

Cierro la puerta de la habitación del hotel en el mismo instante en que mi móvil vuelve a sonar por quinta vez en el día. Echo la cabeza atrás implorando paciencia, mientras extraigo el teléfono de mi bolsillo.

—¿Qué quieres? —contesto tajante.

—Alex —habla mi abuelo con su tono de voz tan característico—. ¿Ya llegaste?

—Sí —respondo encaminándome al balcón que ofrece una amplia vista de la ciudad de Montreal.

—Bien. Este asunto es crucial para nosotros, y como representante de empresas W, es necesario que demuestres que somos una empresa seria. ¿Oíste?

Aprieto el teléfono con la mano con tanta fuerza que por poco no lo rompo en mil pedazos y respiro profundamente tratando de tranquilizar al monstruo que habita en mi interior.

—Fuerte y claro —musito de mala gana.

Siento su inquietante sonrisa a través del teléfono, aunque no pueda apreciar su jodido rostro.

—Me gusta tanto el nuevo Alex, es todo lo que...

Cuelgo la llamada antes de que mi continúe manifestando sus idioteces y lo hago sin despegar los ojos de la ciudad. Se ve hermosa y serena, tal como lo era ella...

Cierro los ojos y sacudo la cabeza. No debería ocupar mis pensamientos, no se merece ni un segundo de su atención.

Entro a la habitación intentando enfocarme en lo que debo hacer en un par de horas más. Presentarme ante cientos de personas es un gesto sofocante y odioso. No comprendo por qué mi abuelo me obligó a acudir si hay aperturas de SW en todo el mundo casi todas las semanas. Ayer me encontraba en Río de Janeiro haciendo negocios y dándome la vida tomando sol en la playa de Ipanema y, ahora estoy aquí, congelándome y maldiciendo una y otra vez la maldita vida que me tocó.

—¿Has visto el paisaje? —inquiere Jake entrando a mi habitación con una enorme sonrisa en el rostro—. ¡Es espectacular!

—Sí —respondo subiendo mi maleta en la cama y desempacando.

Jake trabaja para empresas W como director de mercadeo y comunicaciones desde hace un tiempo. Decido viajar con él debido a que resulta más conveniente que contactarlo por teléfono cada cinco minutos para que me informe acerca de los datos de la empresas. Y quizás, solo quizás acepto que venga porque no deseo estar solo conmigo mismo.

Dejé de ser el Alex amable, generoso, optimista y simpático hace mucho tiempo y, la verdad es que ya no me reconozco. Eso define el miedo que experimento al estar solo con mis pensamientos. No estoy seguro de qué soy capaz de hacer si me permito pensar durante un minuto en ella. Las últimas veces que lo hice, destrocé mi apartamento en Nueva York y una habitación de hotel en Madrid. No quiero pensarla, imaginarla ni nombrarla, es más, no digo su nombre desde el día en que se fue, ni ninguno de los que me rodean lo hace y espero que continúe de esta manera el resto de mi vida.

—¿Esa es la basílica de Notre-Dame? —señala algo a lo lejos, pero no hago el amago de darme la vuelta hacia él, no me interesa hacerlo—. Es fabulosa, deberíamos ir, ¿qué dices?

—No estamos de vacaciones. Vinimos a trabajar.

Resopla de malas maneras.

—Vamos Alex, no seas aguafiestas. Tomémonos unos días para nosotros y recorramos la ciudad.

La oscuridad del Mediodía © (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora