🦋Epílogo

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Nick

Las cortinas se abren dejando a los rayos del sol atravesar la imponente ventana de mi habitación. Me incorporo en la cama y respiro profundamente mientras respiro profundamente, deleitándome con el aroma a libertad que está en el aire. Observo el paisaje y dejo que el tono azul del mar me otorgue una sensación de calma durante varios minutos. Estar en este lugar es una vivencia similar a la que se experimentaría estando en el paraíso.

Me levanto, pongo música y procedo a darme una ducha. El agua caliente me recorre el cuerpo mientras me froto el torso y los nudillos adoloridos con el gel de ducha que acabo de traer de Marsella. Huele mantequilla de Karité con una mezcla de cacao. La mujer que me lo vendió me comentó que su aroma era exquisito y no se equivocaba en absoluto.

Salgo del baño con la toalla enrollada en mi cintura y camino hacia mi vestidor para extraer una muda de ropa. Una camisa celeste, unos pantalones marrón claro y unos zapatos de la misma tonalidad son la elección de hoy. A continuación, peino mi cabello con los dedos, agarro el periódico y bajo a la cocina.

Los fines de semana son indispensables para Laura, mi cocinera, por lo tanto, hoy solo me encuentro con la compañía de mis hombres. Me preparo un café bien cargado y me dirijo al elevador.

En el momento en que las puertas se abren en la planta -3, Artem me saluda con un gesto de cabeza y yo hago la misma acción. A su lado, Devin, está con la mirada fija en la pared y sin ningún gesto en el rostro. Asumo que continúa enfadado por tener que limpiar el desastre que dejé ayer en el sótano. Es un aguafiestas. En cualquier caso, me da igual, seguiré divirtiéndome como me apetezca.

En breve, Artem introduce el código en la puerta de metal que se encuentra custodiando. Le agradezco y, bajo las escaleras, silbando la última canción que escuché por el altavoz, Something in the way de Nirvana. Me hace gracia, dado que es precisamente lo que estoy viviendo en este momento.

La habitación que voy divisando a medida que desciendo, tiene una tonalidad grisácea y solo cuenta con una mesa, que utilizó cuando traigo mis juguetes, una silla y una pequeña bombilla al centro del techo. Bastante deprimente para mi gusto. Quizás debería añadirle un poco más de color, con el fin de prevenir el suicidio de mi estimado amigo en el transcurso de la noche. ¿Qué sería de mí si eso ocurriera? Mi diversión se acabaría y mi vida nuevamente se volvería aburrida. Me niego rotundamente a que eso suceda.

En el instante en que alcanzo los pies de la escalera, el olor a metal y otra cosa que resulta ser repugnante, invade mis fosas nasales. Contengo una arcada y cojo la silla en que suelo sentarme cuando vengo aquí y, sin dejar de silbar, me acomodo en ella.

Dejo la taza de café a un lado y abro el periódico, ojeándolo con interés.

—¿Deseas que te traiga algo? ¿Agua, quizás? —le pregunto al individuo que tengo frente a mí sin mirarlo. Honestamente, odio hacerlo. Solo me encuentro en este lugar debido a mi agrado de compartir algunos minutos de mi día con él. No quiero que piense que descuido a mis invitados. No soy esa clase de persona. Por esa razón, le brindo mi atención de manera regular. «Oh, sí, que se la brindo».

Él gruñe como respuesta y yo chasqueo la lengua en señal de desaprobación.

—Eso no es una respuesta.

Sigue sin responder y eso hace que me ponga de mal humor. Alzo la vista y me fijo en él por primera vez en el día. Hago una mueca de asco, porque no recordaba haberlo dejado tan mal ayer. Tiene sangre seca pegada en la boca y la nariz desviada hacia un costado. Anoche tuve un altercado con uno de mis socios y vine a jugar con mi amigo como distracción. Pero, al parecer, fui muy rudo. Supongo que de ahora en adelante tendré que tener más control sobre mí. No quiero que mi juguete se estropee antes de tiempo.

La oscuridad del Mediodía © (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora