Hablar con Ester conseguía llenarme de ilusión y plenitud, no paraba de contarme lo feliz que se encontraba luego de su traslado, se había mudado a Washington DC. Estaba contenta por ella, era excelente en su trabajo y su sueño siempre fui mudarse de california. Le había contado de mi abuela y de...Scott.
—Ann... sé que te gustan los chicos, un poco... raros. —divierte y suelto una risa por lo bajo. —, Pero no repitas tu pasado, por favor.
Solté un suspiro, Ester estaba juzgándolo mal, Scott sería incapaz de hacerme daño como hizo Ryder, compartían similitudes, pero el rubio era diferente, estaba segura.
—No lo haré, Ester. Puedes estar tranquila, él no es como Ryder... te lo aseguro. —le respondo con total seguridad, ella asiente poco convencida.
—Bien, tengo que dejarte, entraré al turno. —avisa con una sonrisa triste. —, Cuídate mucho, Ann. No olvides de llamarme, adiós.
Le prometí que lo haría más seguido, le desee una buena jornada laboral y colgué. Deje el teléfono a un lado de la almohada y me que tumbada en la cama mirando el lujoso techo, las lámparas colgantes tenían incrustaciones de diamantes y oro. Un toque en la puerta me saco de mis pensamientos.
—Adelante. —aviso en voz alta.
—Señorita, su abuela está esperándole para desayunar. —me avisa una de las señoras del servicio, su nombre era Madie.
—Dile que estaré con ella en unos minutos, gracias. —le aviso y ella asiente retirándose.
Suelto otro suspiro, una sonrisa surca en mi boca al recordar los besos de Scott. Tan suaves, cargados de pasión y anhelo, inconscientemente llevó mi mano a mis labios y los roso, extrañaba su boca con la mía y solo habían pasado tres días desde que regresó a Cambridge, Benson lo llamó para unas carreras y él no podía negarse según me explicó, después de lo sucedido en la última que me llevó, no quería siquiera imaginar que podía volver a pasar lo mismo.
No pude regresar con él, le había prometido a mi abuela que pasaría con ella los últimos días de mi reposo. De alguna forma me sentiría culpable si no le cumplía. Mi teléfono vuelve a sonar y esta vez veo el nombre de Scott, mi sonrisa se intensifica aún más. Descuelgo y lo veo acostado en el sofá, con su brazo detrás de su cabeza, lleva el cabello húmedo y está sin camiseta. ¡Dios mío! ¿Cómo podía hacerme esto?
—Buenos días, preciosa. —saluda con una sonrisa, muerdo mis labios al verlo tan jodidamente sexy. —, ¿Por qué me torturas de esta forma, pequitas?
—¿Torturarte? Tú eres quién me llama sin camiseta...—respondo con diversión, suelta una risita y niega.
—Una muestra de lo que te estás perdiendo por no regresarte conmigo...—alarga con un puchero demasiado tierno, entrecierro mis ojos.
—Eres cruel, sabes que no podía fallarle a mi abuela. —respondo con un suspiro.
—¿Cuándo regresas? —inquiere con desesperación. —, Echo de menos admirar esas preciosas pecas tuyas de cerca...
Mi aliento se detiene, mientras imagino que lo tengo de frente y me observa fijamente como suele hacerlo cada vez que estamos juntos.
—Mañana, Ya se vence mi reposo... debo volver al hospital. —le aviso y él asiente contento.
—Estaré esperándote en el aeropuerto. —avisa sonriente, unos toques en la puerta me recuerdan que mi abuela me estaba esperando, abro mucho los ojos y me pongo de pie como un resorte.
—La reina de Inglaterra está esperando por mí, debo irme. —le digo con diversión, se ríe. —, Te veo mañana, rubio. Te echo de menos, un beso.
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Mi maravillosa destrucción.
Roman pour Adolescents«Dos almas destinadas a encontrarse, sin saber que van destruirse...» Andy Millabur aprendió a sobrevivir a su hogar disfuncional, con un padre alcohólico, apostador y; con su madre adicta a la heroína. Desde pequeña fue sometida a diferentes tratam...