25. Gelatina de fresa.

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Ese día Flynn no me acompañaba a casa después del psicólogo, tenía que recoger a Emma de sus clases de baile.

Estaba con mis auriculares escuchando nuestra canción favorita y sin darme cuenta sonriendo como una tonta por no poder dejar de pensar en él cuando noté como algo no estaba bien en mí, desde hacía rato me sentía observada, no había nadie en la calle, pero esa sensación tan mala no cesaba.

Decidí quitarme los auriculares por si acaso, dejé de caminar y escuché al fondo unos pasos que no eran míos, seguí caminando un poco más deprisa y los pasos aceleraron, alarmada saqué del bolso las llaves de mi casa y me las coloqué entre los dedos, ese truco me lo enseñó Kate meses atrás.

Quedaban unos tres minutos hasta poder llegar a casa, no sabía ciencia cierta si me seguían, pero hay una serie de veces en tu vida en las que sabes que tu instinto no falla, que ese mal presentimiento iba a terminar haciéndose realidad.

Quería girarme y ver quien era, solo para sacarme de la cabeza cualquier pensamiento intrusivo que me rondara, cometí un gran error al hacerlo.

No pude evitar ahogar un gritó, mi cuerpo se hubiese paralizado si no estuviese presa del pánico así que empecé a correr, a correr tanto que no le hice caso a mi cuerpo cuando me estaba quedando sin aire, no paré, me repetía a mí misma que no parara, que moriría si lo hacía.

Al ver por fin mi casa gasté mis últimos esfuerzos en llegar a ella y encerrarme, me tiré al suelo nada más cruzar la puerta y poner el pestillo, la calma no duro mucho cuando un fuerte estruendo resonó a mi lado.

Habían lanzado una gran piedra en el cristal.

Estaba en mi casa.

Mi casa, el sitio en el cual supuestamente debía sentirme segura.

—Joder nena, como corres.

Gemí de dolor porque algunos cristales se habían clavado en mis manos.

—¿Me has echado de menos pequeña puta? He de decir que tu novio es fuerte, pero yo soy más cabezota.

Solté una carcajada que hizo que se sorprendiera.

—Si me haces algo, te buscará hasta debajo de las piedras y como te encuentre, entonces sí que se te caerán los huevos del miedo, Thom.

Su cara parecía un tomate de la rabia, aproveché para levantarme e intentar salir por la puerta, pero él fue más rápido, me dio un fuerte golpe en la cabeza que me dejó inconsciente.

Al despertar, veía todo borroso, me estremecí de dolor por el fuerte chispazo que acababa de sentir en mi cabeza, intenté tocármela para ver si salía sangre, era lo más seguro por lo manchada que estaba mi camiseta, pero enseguida noté que mis manos estaban atadas al igual que mis pies y mi boca vendada con un trozo de tela.

Cuando mis ojos fueron acostumbrándose al entorno, vi que me encontraba en una azotea, casi no veía por lo tapado que estaba el cielo.

Thom estaba refugiado en un sobre techo fumándose un cigarrillo, ojalá le exploten los pulmones al pedazo de cobarde.

Se acercó hasta mí y me desató el trozo de tela que cubría mi boca.

—¿Qué quieres de mí? Tienes una orden de alejamiento, si te pillan puedes ir a la cárcel.

—Nada en especial, solo te quiero ver muerta, todo este tiempo tuviste la oportunidad de estar conmigo, pero me apartabas de ti, y cuando ese guaperas imbécil apareció le abriste las puertas.

Apretó uno de mis muslos fuertemente con su mano, me hacía daño, me hacía mucho daño, pero mi cuerpo no se movía, se quedaba dónde estaba.

—Voy a acabar contigo, porque eres de mi propiedad Lili, lo fuiste desde la primera vez que por pura casualidad casi acabé contigo.

Inefable Libro uno (concluida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora