Me acababa de escapar del psiquiátrico, solo habían pasado dos semanas desde mi ingreso, y dos y media desde que intenté quitarme la vida, aún podía sentir ese horrible vértigo y sobre todo las cicatrices cuando me duchaba, por primera vez había hecho algo que implicaba la delincuencia, pero sabéis que, me daba igual, las enfermeras habían confiado demasiado en mí.
Hacía mucho frío fuera, solo llevaba un pijama que, aunque fuese algo grueso, no abrigaba mucho en la calle, seguramente estriamos a temperatura bajo cero y no me dejaban llevar muchas más cosas aparte de ese pijama.
Este me lo compró Leila cuando me ingresaron, porque todos los demás que conservaba en casa tenían un cordón en el pantalón o en la parte de arriba, aunque desde que era pequeña no utilizaba un pijama de cuerpo entero, me bastaba con una camiseta desgastada y unos pantalones antiguos.
En el fondo extrañaba tener una chaqueta, pero no podía tenerla por los riesgos de intentar suicidarme, autolesionarme u otras cosas que prefiero evitar para poder pretender que no estoy metida en ese sitio por un trastorno depresivo y anoréxico.
En resumidas cuentas, una maldita mierda todo.
Mi mente estaba completamente ida, pero mi cuerpo estaba encima de un puente, un puente con un abismo que daba a una carretera sin fin.
Si me caía lo más probable era que se me llevaran por delante y esa idea, en ese preciso instante, me pareció lo menos insignificante del mundo, porque cuando no eres tú, cuando te has perdido completamente a ti misma, todas esas ideas te parecen una chorrada.
Observé mi brazo, lleno de cicatrices, aún por sanar del todo, de cuando intenté quitarme la vida, luego observé mis pies recordando como dejé volar uno y solo me había faltado el otro para caer.
Había veces que me arrepentía de ello y lloraba, otras en las que deseaba que mi mejor amiga no me hubiese seguido hasta la azotea del hospital y así haber podido acabar con todo.
Son esos momentos, en los que te das cuenta de que realmente te has perdido a ti misma al completo, y jode, jode muchísimo, no sabes qué hacer, como recuperar tú yo del pasado, entonces haces una locura que te marca de por vida, una locura que si no llegas a ser encontrada puede acabar con tu vida.
Sequé mis lágrimas con la manga del pijama y volví a mirar al abismo, pensando en si tirarme o no, nadie podría rescatarme ahora y me fastidiaba muchísimo que eso me diese igual.
—¡Hola!
Miré rápido hacia atrás, tan rápido que escuché como crujía mi cuello.
Un chico de pelo negro, ojos azules y que llevaba una chaqueta de cuero algo antigua, me saludaba con una mano mientras con la otra sujetaba una bolsa de palomitas ya abierta y a la mitad, de esas que puedes comprar en cualquier supermercado.
—¿Qué haces comiendo palomitas a las dos de la madrugada?
Se metió un gran puñado de ellas a la boca.
—En realidad son las tres. Y me parece que qué tú estés encima de un puente mirando al vacío, como si fuese lo más insignificante posible, da más mal rollo que un desconocido comiendo palomitas a las tres de la madrugada.
Tenía razón, toda la razón del mundo. Yo parecía una suicida, y posiblemente lo era.
—Lo siento, puedes seguir tu camino, no hace falta que te preocupes por mí, estoy bien.
No hizo ningún mísero caso a mis palabras y de un salto se subió encima del puente, a mi lado, y pude confirmar lo terriblemente alto que era comparado conmigo.
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Inefable Libro uno (concluida)
RomanceInefable: Algo que no puede describirse con palabras. Inefable: Toda una vida con él. Lilith Harper, una chica que simplemente intenta vivir como todos los demás, embobada cada minuto en un libro y aprendiéndose de memoria los diálogos de Orgullo...