26. El juicio final.

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—Se le acusa de varias cosas, secuestro, intento de asesinato doble, acoso, intimidación y no cumplir una orden de alejamiento.

El juez hablaba, yo no quería escuchar lo que decían, Flynn estaba a mi lado, agarrándome la mano con fuerza, estábamos entre el público del estrado, mi madre defendía mi caso desde el otro lado, había conseguido que no necesitásemos testificar delante del juez, ya tenía todo lo que tuvimos que decir enfrente de él, en esos papeles que ojeaba una y otra vez.

No escuché nada de lo que Thom dijo, no hasta que dijo lo que dijo.

—Me declaro culpable.

Su abogado abrió los ojos como platos, debía de haber tirado por la borda todo su trabajo.

—Todo lo que ellos dicen yo lo he hecho señoría.

Su mano estaba escayolada, el deseo de Jake se había cumplido.

El juez recostó sus brazos sobre la mesa.

—¿A estado acosando a aquella chica?

—Si, incluso cuando ella no sabía como me llamaba lo hacía, cuando volvió a la escuela después del accidente la seguí acosando.

Acababa de volver a clases, había pasado medio año y ni yo sabía como no repetía curso, caminaba por los pasillos a solas, esperaba siempre a que no hubiese mucha gente.

Pedía siempre de ir al baño cinco minutos antes de acabar mi clase para llegar antes a la otra y no tener que cruzarme con nadie por los pasillos.

Nunca había odiado eso de cambiar de aula por cada asignatura, pero ahora empezaba a hacerlo.

Iba disociada como siempre en lo mío, pensando en si verían mis marcas, aún eran algo recientes, en si alguien me preguntaría algo, en si haría mucho viento y verían mi frente o en si alguien se habría enterado.

Escuché una voz, de un chico que no me llamaba de la mejor forma.

Se me corto la respiración, sentí como una descarga eléctrica recorría mi pecho y la garganta se me cerraba, queriendo devolver lo que había desayunado.

—¡Anoréxica!

Las lágrimas empezaron a bajar por mis mejillas, pero yo seguía caminando.

¿Cómo se habían enterado?

¿Quién lo había contado?

—¡Anoréxica!

Volví a escucharlo.

Sentí como el primer sollozo iba a aparecer por mi garganta cuando una melena pelirroja se interpuso en mi campo de visión y estampó su puño en la cara del chico que me insultaba.

—¿Con que puto derecho te crees de insultarla así?

—¿Anderson?

—Ni Anderson ni tu puta madre.

<<Que genio, me gusta.>>

—Atrévete a meterte con ella una vez más y te parto la nariz con una maceta.

—Pero es lo que es.

Su rodilla se levantó en el aire y se clavó en las partes de aquel chico, pegué un pequeño salto que me hizo echarme para atrás del susto.

—¡Anderson!

Un profesor la llamaba esta vez.

—¡Al despacho del director, ahora mismo!

Inefable Libro uno (concluida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora