Capítulo 24

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–Vamos –gruñí apretando los dientes con fuerza.

Estaba a punto de llegar a esa rama pero cuando cambié el pie, tropecé con una de las costras y me resbalé cayendo sobre el lomo de Bruina. Volví a gruñir aunque hubiese caído encima de ella, mi cuerpo seguía dolorido y resentido por los golpes.

También era cierto que mi rodilla tenía mala pinta, al estar hinchada y morada, me daba la mala espina de que podría haberme hecho un esguince o algo peor. Me apliqué uno de los ungüentos que había dentro de los compartimentos que llevaba Bruina, además de vendármela.

Todo eso pasó después de que me hiciese cargo de cortar las cabezas de esos horribles monstruos. Aún seguía manchada con esa sangre espesa y de color negro, que nunca antes había visto en mi vida. Debieron de ser creados por maldad y oscuridad y por eso fue tan difícil de cortarles esa férrea piel. Tardé un buen rato en poder quedarme con esas dos cabezas las cuales pesaban más de lo que hubiese pensado. 

Finalmente, las metí a cada una en su respectiva bolsa y las até para que bruna se encargara de tirar de ellas. Y en estos momentos en los que desistí y dejé que las provisiones que almacené en los árboles, se quedaran allí. No tenía la capacidad para trepar ni la de moverme con facilidad, así que una vez me senté de nuevo en Bruina, marchamos de aquel lugar. Necesitaba a apartarme de ese lugar, encontrar algún pequeño lago o un estanque, necesitaba quitarme toda aquella suciedad que empezaba a oler y a meterse por los orificios de mi nariz y de la que estaba totalmente segura de que se impregnaría mi olfato. Así que lo mejor, por ahora, era salir de ahí y si no encontraba un lugar donde bañarme, encontrar al menos un lugar en el que descansar. 

Así pues, Bruina empezó a avanzar por el mismo sitio por el que venimos pero en vez de seguir por la izquierda, esta vez decidí ir por la derecha, ya que por donde vinimos no había indicios de algún lugar con agua así que lo mejor era explorar esa zona. Íbamos aún más lentas por el peso añadido de las cabezas pero eso no nos iba a impedir avanzar pero entonces, una ráfaga de aire helado hizo que temblase de frío, a pesar de llevar puesto la capa. Miré a mi alrededor, las ramas y arbustos se meneaban debido a las ráfagas de aire que parecían cortarte la piel como si fueran afiladas dagas. Entonces, hice ademán de coger la daga que se situaba en mi cinturón pero una voz, una voz que se me hacía conocida, habló.

Te lo advertí y ahora iré a por ti

Me quedé atónita al recordar su voz, provocándome escalofríos inmediatamente. Esa misma voz era la de la mujer de rojo que apareció en mi sueño y que estaba junto a los cuerpos de los aldeanos del poblado. No quise volver a imaginármelo, pero recordé la imagen de mi hermano, muerto y lleno de sangre. Respiré hondo, sujetando con más fuerza la daga. Bruina se movió impulsivamente pero empecé a acariciar su pelaje y se calmó, debía ser también por culpa de aquella mujer. Por lo menos, no lo había escuchado yo sola. No tenía miedo, no podía tener miedo, era una  guardiana del Bosque, este era mi elemento y mi lugar para poder estar a salvo. Y aunque todo pudiesen ser alucinaciones mías, estaba segura que todo lo que estaba pasando tenía relación.

Ese maldito macho se adelantó pero cuando bajen la guardia, te cazaré  

Su voz parecía estar tan cerca de donde estaba que me daba hasta escalofríos. Parecían advertencias pero para qué, quién era ella, nunca lo sabría pero lo peor es que cuando mencionó lo de ese macho, estaba segura de que se refería al rey del Subsuelo. Tenía una cierta inquietud por aquellos mensajes, volví a mirar por mi alrededor. Nada. No había rastro de una mujer vestida de rojo. Todo estaba calmado como si hubiese desaparecido, ya no hacía tanto frío ni ya no me sentía observada.

Y si lo pensaba bien, cuando le conté mi sueño al rey, no recuerdo bien lo que dijo pero si que se que por ello, tuve que viajar con él a través de las sombras. Tuvimos que regresar a palacio lo más rápido posible como si fuera una amenaza. Suspiré y simplemente dejé salir toda esa ansiedad que empezaba a hacer acto de presencia. Nada de esto era mi problema y si alguien debía resolverlo, era el regente. Así que sin pensarlo más y dejando que esas palabras tan invernales desaparecieran de mí mente, volvímos a avanzar.

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